Una vez le comenté a mi hija que las cosas que uno hace deben salir espontáneamente sin sentir que es una obligación refiriéndome a la mala comunicación que existía entre nosotros. Varias veces le hacía videollamada para verle la cara y que ella me viera la mía, también para ver el entorno, su ambiente en el que se desenvuelve día a día, pero siempre tenía la excusa que no había señal, no tenía datos, el wifi no funcionaba o que estaban sin electricidad.
La situación fue escalando hasta el punto que le puse como apodo: mi hija virtual, porque a pesar que no contestaba mis llamadas con esas excusas resultaba enigmático que sí publicara historias en sus redes sociales y se comunicara frecuentemente con su mamá que vivió en Colombia y Perú.
Al parecer era la mamá la que se esmeraba con las llamadas frecuentes, tenía la misma costumbre de comunicarse diariamente con su mamá, la abuela de "mi hija prestada" por la vida. No había que ser muy inteligente para darse cuenta que existía una aversión evidente que fue ganando terreno en el campo sentimental, un rechazo inusual en la relación padre-hija.
El consuelo era pensar que tal vez sea la juventud de ahora que tiene otra forma de actuar, tal vez la edad o quizás sea una respuesta natural a la falta de un padre presente o un hogar no consolidado.
Ella junto con su mamá recién están viviendo el
sueño americano con una estación climatológica que sigue enfriando, mejor dicho
congelando, nuestra relación padre-hija y ni siquiera un mensaje de
Papi, ¡Feliz Año Nuevo!. No hay excusas válidas para este desapego mutuo, pero
yo entendí el mensaje de manera clara, diáfana y directa. Nada tienen que ver las inferencias de su padrastro o el odio con el alma que pueda manifestar su mamá contra mi persona, nada de eso se puede inculcar o traspasar a un corazón noble y con convicciones a menos que sean sentimientos que nacen de lo más profundo de su ser.
Relato basado en la vida real @anecdotas
Crédito de esta imagen de Tilixia-Summer