LA PRACTICA DE LA PRESENCIA DE DIOS EN EL ALMA

in #cuaresma7 years ago

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San Ignacio le escribe al P. Brandao, que partía para Portugal, y allí recomienda a sus estudiantes, "se pueden ejercitar en buscar la presencia de Dios en todas las cosas, como en el conversar con alguno, andar, ver, gustar, oír, entender, y en todo lo que hiciéramos" (Epist 1834).

Rivadeneira nos afirma que S, Ignacio habría querido que este ejercicio fuese familiar a todos: "Deseaba que todos los de la Compañía se acostumbrasen a traer presente a Dios siempre en todas las cosas, y que enseñasen a levantar a él los corazones, no sólo en la oración retirada, más bien en todas las otras ocupaciones, enderezándolas y ofreciéndolas de manera que no sintiesen menos devoción en la acción que en la meditación" (Vida de S. Ign. 1.5 c.1).

No nos admiremos de que el P. Aquaviva y el Verter, Vicente Carafa, Generales ambos de la Compañía, hayan a su vez recomendado este ejercicio, como necesario para los operarios apostólicos; y podríamos añadir para todos los apóstoles.

Consideremos:

  1. En qué sentido podemos decir que Dios está presente.
  2. Cómo conviene practicar el ejercicio de la presencia de Dios.
  3. Lo que hay derecho a esperar de esta práctica.

I.- LA PRESENCIA DE DIOS

1.- Presencia creadora
Se continúa en el concurso que Dios pone en sus criaturas para sustentarlas en cualquier condición de su existencia. Dios obra en ella; luego las está presente. Esta presencia natural de Dios resulta de la naturaleza de las cosas; es ya una gran maravilla.

¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huir de tu presencia? Si subiere a los cielos allí estás Tú. Si bajare a los abismos, allí estás presente. Si tomando las plumas de la aurora, quisiera habitar al extremo del mar, también allí me tomaría tu mano, y me tendría tu diestra. Si dijere: ‘las tinieblas me ocultarán, sea la noche mi luz en torno mío’, tampoco serían para ti muy densas las tinieblas, y la noche luciría como el día, pues tinieblas y luz son iguales para ti" (Ps 139,7).

Una fe viva en Dios ayuda a las almas a gustar esta presencia de Dios. De ahí el sentimiento casi religioso con que contemplan la naturaleza. En todo ven a Dios. Dios está oculto en todas partes. La suavidad de Dios oculta es la alegría de la vida, el sonreír de la naturaleza, el consuelo presente en el sufrimiento. Su presencia es como la luz intensa, aunque no vemos la cara del sol aún.

2.- Presencia histórica
Se puede decir que Dios está presente en el sentido de que se encarnó. Verbum caro factum est. Se le vio, se le tocó. Estuvo presente en Belén, en Nazareth, en la Cruz, en el Huerto. Subido a los cielos, no está presente de la misma manera acá abajo más que por su recuerdo. Este recuerdo, no su presencia real en la Eucaristía, es lo que podemos encontrar peregrinando a Jerusalén. Él está allí presente esperándonos.
Pero en su amor por nosotros inventó un medio de no abandonarnos, aun después de la Ascensión.

3.- Presencia Eucarística
Sustituye el pan y vino en la Eucaristía. Transformación tan grandiosa de especies tan humildes. Se comprende la alegría del misionero que pone a Dios presente en tierra pagana cuando allí celebra la Santa Misa y es reservado en el Sagrario. Y se saborea la alegría del creyente que prolonga sus vigilias eucarísticas ante el altar.

4.- Presencia mística
La Trinidad habita en las almas justificadas, uniéndose a ella de modo que las haga su Templo vivo. Habita, en efecto, en esas almas, sustancialmente, realmente. No se trata de una presencia solo moral, ideal, la de un ausente, en mi pensamiento, en mi corazón por su imagen, su idea, sino de una presencia real, física, de una presencia verdadera, que sólo la gracia es capaz de lograr.

Para caracterizar esta presencia de Dios en las almas justas S. Tomás explica que Dios está en ellas como objeto de conocimiento y amor.
"In anima Deus decitur espe sicut cognitum in cognocente et amatus in amante. Et quia cohnoscendo et amando creatura rationalis sus operatione attingit ad ipsum Deum, secundumistumn specialem modum, Deun nom solum dicitur esse in creatura rationale, sed etiam habitare in es sicut in templo suo" (I 43,3).

Este conocimiento y este amor son una primera incoación, un rebozo del conocimiento y del amor que tienen los bienaventurados en el cielo. Ahora bien, en el cielo, Dios está presente en su inteligencia; lo eleva con la luz de la gloria por encima de su condición nativa y la une a sí con la visión de su esencia divina. Está presente en su voluntad: la une a sí con una unión efectiva, colma todos sus deseos y la diviniza.

La presencia de Dios en el alma justa es, pues, una unión incomparablemente superior a la que une a otros seres a su Creador; no se sobrepasa más que por la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona del Verbo Encarnado. Es una unión que, llegada a cierto grado es ver un anticipado gusto de los goces celestiales, una especia, de preludio de la bienaventuranza. Y S. Tomás no duda en afirmar que en los Santos, ya desde esta vida, le da un comienzo imperfecto de la dicha futura, y la compara a los botones, esperanzas y primicias de la próxima cosecha.

"Spes futurae beatitudinis potes esse in nobis propter duo: primo quidem per aliquam praeparationem vel dispositionem ad futuram beatitudinem, quod est per modum meriti; alio modo, per quamdam inchoationen imperfectam futurae beatitudinis in virie sanctis in hac vita. Aliter enim habetur spes frustificationis arboris, cum virescit frondibus, et aliter, cum jam primordia fructuum apparere" (I-II-69,2).

II.- EL EJERCICIO DE LA PRESENCIA DE DIOS
La presencia de Dios, de cualquier manera que se la conciba, es una realidad independiente de nuestra voluntad. El ejercicio de la presencia consistirá en ayudarnos a tener conciencia de esa realidad, en hacernos vivir de ella con el pensamiento y con el amor. Y así como hay diversas maneras de estar Dios presente, así las habrá también en practicar el ejercicio de la presencia de Dios.

Se puede uno ayudar en los sentidos externos, por ejemplo: la vista con una imagen, con una estatua, o de los sentidos internos, de las facultades de la memoria y de la imaginación. Hay personas a quien gusta vivir en presencia de Cristo, tal como lo vieron los pastores en Belén, o los Apóstoles durante su vida pública. Entonces este ejercicio es una evocación: merced a la imaginación que, inspirada por el amor, suprime las distancias; hacemos, por decirlo así, descender del cielo la Santa Humanidad de Cristo y la ponemos a nuestro lado.

A eso se nos invita al principio de algunas oraciones de los ejercicios espirituales (Ej. 114,1222,138 etc.) Algunos Santos lo han hecho durante el curso del día. Se contenta con servirse de ella discretamente, al comienzo de una contemplación de un misterio de la vida de Cristo, para fijar un momento la imaginación, se hace de ella una práctica constante durante el día.

S. Juan de la Cruz formula un juicio decisivo sobre este método: "Imaginar a Cristo nuestro Señor crucificado o en la columna o en otros pasos, o a Dios con gran majestad en un trono, o considerar o imaginar la gloria como una hermosísima luz, y por el modo semejante, otras cualesquiera cosas, ahora humanas, ahora divinas, que pueden caer en la imaginativa... Aunque a los principiantes son necesarias estas consideraciones y formas y modos de meditaciones, para ir enamorando y cebando el alma por el sentido, y así les sirven de medios remotos para unirse con Dios, por los cuales ordinariamente han de pasar las almas, para llegar al término y estancia del reposo espiritual; pero ha de ser de manera que pasen por ellos, y no se estén siempre en ellos, porque de esa manera nunca llegarían al término, el cual no es como los medios remotos, ni tiene que ver con ellos. (Subida al Carmelo 1.2 c. 11).

Más útil es el ejercicio de la presencia de Dios que nos hace sensible la presencia "real" de Dios. Pensemos desde luego en la presencia del Verbo Encarnado en la Eucaristía. Si nos hallamos ante el Santísimo, nos bastará hacer con respeto y atención un acto de fe en la presencia real. Lejos de una Iglesia, en que hay Santísimo, puedo con el pensamiento hallarme presente espiritualmente y adorar allí a Dios. Así lo hacía el Beato Fabro en sus viajes, cuando veía un campanario.

Pensemos también en la virtud de la inmensidad divina, en todo lugar se da la presencia de la Trinidad; Dios está presente en todas partes, y especialmente allí donde obra más. El ejercicio de la presencia de Dios consistirá en inclinarse ante Dios, que desde lo alto de los cielos nos está mirando, y que junto con nosotros nos envuelve con su inmensidad. A eso se nos invita en los Ejercicios (Ej.75). Podemos ayudarnos de la imaginación, pero sobre todo de la memoria, o simplemente de la fe, ya a honrarlo en el sentimiento de nuestro anonadamiento ante Dios.

Dios está presente en nosotros por el efecto de su gracia santificante, es la presencia divinizadora de que habla Jesús, cuando dice: Vendremos y habitaremos en él (Jo 14,23).

¿Cómo practicar este ejercicio de la presencia de Dios? En términos generales con todo aumento de la fe y del amor (S. Ag. In Jo Tr 15,25). ) Se quiere alguna mayor precisión? Véanse las prácticas recomendadas por los maestros de la vida espiritual:

1.- Las oraciones jaculatorias
La práctica de las jaculatorias mantiene en nosotros el recuerdo de Dios.
"Nada hay mas útil para pensar continuamente en Dios y andar continuamente en su presencia que hacer uso de las oraciones breves que S. Agustín llama jaculatorias; guardan la morada del corazón y conservan su calor. Con este medio se está apercibido en todo tiempo para entrar en oración. Esta es una de la principales enseñanzas de la vida espiritual" (S. Pedro de Alcántara, De la devoción c.2).

2.- La intención recta
Ofrecerse a Dios de tiempo en tiempo con una intención recta, viene a ser como orar constantemente. "Is ad oratione notnom discedit" (P, Aquaviva). Esta enseñanza se repite por todos los maestros de la vida espiritual.
Se puede hacer el ofrecimiento de las obras con estas palabras: propter te, Domine,offero, volo...." ... omnis opera propter Deum et atrem objectum benevolentiae. Quum vero gratissimum Deo sit, si offerantur opera nostra in unione meritorum et operum Christi, inde sequitur; nobbis a dendum esse hoc etiam condiemtus caeleste operibus nostris, dum es offerimus per Christum Dominum..." (Lactancio, Tract.de Divina Praesentia).

3.- Remitirse en todo a la gracia actual de Dios
Esta práctica consiste en un acto de abandono, que nos hace depender enteramente de la gracia ofrecida por la Trinidad presente en nosotros.
Este amor de simple confianza, este abandono y este reposo de tu espíritu en el seno paternal de la divina bondad, comprende excelentemente todo lo que se puede desear para agradar a Dios.

4.- La unión efectiva con Dios
No se trata ya, como en los ejercicios precedentes, de multiplicar actos más o menos explícitos, sino de mantener una unión amorosa, cuyo efecto será, si se tratara de un amor humano, hacer moralmente presentes el uno al otro a los que se aman, pero como se trata del amor divino, hace que esté real y físicamente presente al alma justa Dios, que ha hecho de ella su Templo vivo.

Daba el P. Ginhac unos ejercicios: se le preguntó: ¿Pero es posible que no se aparte el pensamiento de Dios mientras uno está trabajando? Y respondió: Si se puede, desde luego, implícitamente, teniendo la intención de referir todas obras a nuestro Señor, pero también explícitamente por medio del amor, y esto de dos maneras; la primera menos perfecta, cuando el amor repite frecuentemente el pensamiento del objeto amado; la segunda de veras perfecta, a saber, cuando el amor, ya más intenso, fija en el alma de un modo más continuo el recuerdo y el pensamiento de aquello que se ama; de manera que sin perder de vista, se pode en aquello que se hace por Él bajo su mirada divina, la atención necesaria para desempeñarlo dignamente. Ama, pues, y el problema esta resuelto.

5.- El recogimiento en Dios
Se trata de ensayar, al menos de tiempo en tiempo, el recogerse profundamente, de manera que se encuentre al Dios amado en nuestra alma y se guste su presencia. S. Teresa recomendaba este ejercicio.

"Quisiera yo saber declarar cómo está esta compañía santa con nuestro acompañador, santo de los santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo el mundo...

"En fin irnos acostumbrarnos a gustar de que no es menester dar voces para hablarle, porque su Majestad se dará a sentir cómo está allí...

"El Señor lo enseña a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa es rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo" (Cam de PERF. C. 29).

"Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar a donde se distraiga estos sentidos exteriores, creo que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nave, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra se tardan más" (ib.c.28).

Fácil es darse cuenta de la utilidad de este ejercicio, si se recuerda que con el recogimiento el espíritu se vacía de lo que le entorpece, le embaraza o le distrae, el corazón se ve libre de lo que le turban y los sentidos interiores y exteriores quedan sujetos al imperio de la voluntad ayudada de la gracia divina. Queda, pues, el alma en aptitud de no ocuparse más que de Dios, de no pensar más que en Dios, de no dejarse penetrar más que de Él, y de no vivir más que en Él. Es lo que dice el Kempis: "El que ama a Jesús y a la verdad, el hombre de veras interior y libre de aficiones desordenadas, puede dirigirse libremente a Dios, y elevarse en espíritu sobre sí mismo y estar en un descanso fruitivo" (II,I).

III.- FRUTOS ESPIRITUALES DEL EJERCICIO DE LA PRESENCIA DE DIOS
Preserva del pecado. Los pecados cometidos en la vida de un alma consagrada a Dios son de ordinario pecados de inadvertencia; pues bien, la presencia de Dios hace que se preste atención al deber, a los deseos de Dios a sus gracias.

Purifiquemos los pecados veniales. Porque es un acto de amor y el amor purifica. Purifica también de todo lo que el pecado deja atrás de sí en nuestra alma; nos habitúa a no hacer caso de los atractivos de las cosas sensibles, a amar ante todo el beneplácito divino, y por lo mismo a despreciar el respeto humano, a gustar de Dios, y por lo mismo a evitar la tristeza: Renuit consolari anima mea, menor dui Dei et consolatus sum (Ps 76,3).

Santifica, haciendo al alma conforme con la voluntad de Dios, activando la fe, la esperanza, el amor, la gracia. En un pasaje citado por los autores ascéticos, Casiano hace consistir la perfección de la santidad en que el "espíritu, despojado de todo lo carnal, se espiritualiza cada día más, hasta toda la vida, hasta el menor suspiro del corazón venga a ser una oración y nada más que una oración" (Col I,18,c.1).

Santifica el alma, que es única al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, entra en posesión de esa paz profunda en que bebe a grandes sorbos las aguas vivas de la sabiduría y del amor, sin que sea necesario traer agua por los acueductos de consideraciones y representaciones.

Fecunda el apostolado. Saboreando con el ejercicio de la presencia de Dios al que es un océano de Bondad, el alma apostólica se transforma y adquiere esa bondad sobrenatural que es la condición de todo apostolado fructuoso.

Concluyamos que es menester poner en primera línea de las prácticas del hombre interior el ejercicio de la presencia de Dios. Por haberle olvidado miraba S. Agustín con sentimiento los años de su juventud platónica, cuando buscaba a Dios más en las criaturas que dentro de su propio corazón:
"Sero te amavi, puccritudo tam antiqua es tam nova, sero te amavi. Et ecce intus eras. et ego foris, et ibi te quaerebam, et in ista formosa quae fecisti, deformis irruebam. Mecum nom eran. Et me tenebam longe a te, quae si in te non esset, non essent. Vocasti et et rupiste surditatem meam: corascasti, splenduisti et fugasti caecitatem meam; fragrasti et duxi spiritum et anhelo tibi; gustavi et esurio et sitio, et exarsi in pacem tuam" (Conf, X, v 27).

Y el Kempis: "Aumenta mi amor, para que aprenda a gustar con el gusto interior del corazón, cuán suave es amar, y derretirse y nadar en el amor.

"Cautíveme el amor, y me supere a mí mismo por el exceso de fervor y estupor. Cante yo el cántico del amor, y sígate a lo alto, amado mío" (III,5)