Érase una vez un conejito muy astuto al que, como a todos los conejos, le encantaban las
zanahorias y la lechuga tierna, así que cavó un profundo hoyo hasta un huerto que había en-
contrado para poder comerse todas las verduras que quisiera.
Un día el anciano, que era el dueño del huerto, se cansó de que alguien se comiese siempre
todas sus verduras y decidió traer a un perro para que vigilase su huerto.
Cuando el conejo llegó al huerto al día siguiente, se encontró con un enorme y baboso
perro observándolo desde detrás de la valla, y cuando este le ladró, salió corriendo del susto.
Pasaron uno, dos, tres y hasta cinco días, y el pequeño conejo seguía mirando el huerto a lo
lejos. ¡Cuánto echaba de menos esas crujientes zanahorias! Tenía que encontrar una solución. Y
así fue, estaba allí sentado, todo triste mientras observaba el huerto, cuando de pronto se le
ocurrió una gran idea. Corrió hasta la aldea y se fue directo a la carnicería. Cogió un poco de
carne y unos cuantos huesos de la basura del carnicero y regresó a donde estaba perro. Enton-
ces le lanzó la carne y mientras él comía con avidez, el conejito se coló en el jardín y logró co-
merse un par de zanahorias.
Pasaron tres días enteros y el conejito siguió repitiendo el mismo proceso: cogía un poco
de carne que había desechado el carnicero y se la lanzaba al perro. Mientras este se comía la
carne, él podía comerse sus verduras tranquilamente. El anciano, que se había dado cuenta de lo
que estaba pasando, pensó que el perro no era muy buen guardián, así que decidió traer a una
osa.
Al día siguiente, cuando el pequeño conejo vio a la osa, dejó caer toda la carne que llevaba y
se quedó mirando con incredulidad. Pasaron uno, dos, tres, y cinco días, hasta que por fin se le
ocurrió un nuevo plan. Se fue hacia el bosque en busca de un panal de abejas. Llenó un pe-
queño cubo de miel –todo el mundo sabe que a los osos les encanta miel– y se lo llevó a la osa.
En cuanto la osa olió la miel, ¡se volvió loca! Se sentó en una esquina y empezó a comerse toda
la miel con un apetito voraz. El pequeño conejo entró de nuevo en el huerto y empezó a recoger
las zanahorias; ¡la osa apenas le prestó atención!
Pasaron otros tres días y el conejo siguió alimentando a la osa con miel mientras él se co-
laba en el huerto. Pero el anciano se dio cuenta de que tampoco podía confiar en la osa, así que
decidió traer a un elefante.
Al día siguiente, cuando el pequeño conejo llegó y se encontró al elefante vigilando el huer-
to, corrió hasta su amigo el ratón y le dijo:
–Por favor, amigo ratón, tú sabes que los elefantes le tienen miedo a los ratones. ¿Podrías
acercarte a darle los buenos días y asustarlo un poquito?
–Sí, claro, ¡lo haré encantado! –dijo el ratón sonriendo, y se deslizó bajo la valla.
Unos segundos más tarde, el pequeño conejo escuchó un sonido similar al de una trom-
peta y vio cómo el elefante derribaba la cerca y salía corriendo hacia el monte. El pequeño co-
nejo le dio las gracias al ratón y entró al huerto de nuevo para comer zanahorias hasta quedar
lleno.
Cuando el anciano vio lo que había sucedido, se dio cuenta de que no podía hacer nada
para librarse de ese conejo, era demasiado astuto. Pero el anciano, que también era muy listo,
encontró una manera de convertir su derrota en una victoria. Se acercó al pequeño conejo, que
lo miraba sosteniendo su enorme panza y dijo:
–Creo que eres demasiado inteligente. ¿Qué te parece si hacemos un trato?
–¿A qué te refieres exactamente? –dijo el conejo con curiosidad.
–Tú podrías vigilar el huerto, y a cambio podrás comer todas las zanahorias que quieras.
El conejo se lo pensó un poco y respondió:
–Está bien, ¡trato hecho!
Y así, el conejo y el anciano llegaron a un acuerdo: el anciano estaba feliz por tener a alguien
a cargo de su huerto y el pequeño conejo podía comer tantas zanahorias como quisiera sin tener
que esforzarse demasiado.
¡Y vivieron felices para siempre!
Hi! I am a robot. I just upvoted you! I found similar content that readers might be interested in:
https://www.scribd.com/book/195633066/22-Cuentos-Infantiles