La democracia liberal, secreto del éxito y el escape al espíritu de la tribu.
La tribu es un grupo social cuyos integrantes comparten un mismo origen, así como ciertas costumbres y tradiciones, idioma, religión. Aunque es un concepto antropológico, también se ha utilizado para describir a grupos urbanos, como las pandillas, bandas, comúnmente de adolescentes que se visten de modo parecido y llamativo, siguen hábitos comunes, y hasta desarrollan su propia jerga.
Toda tribu tiene una atracción hacia una forma de existencia en la que el individuo cede su libertad a cambio de seguridad. Rehúye la responsabilidad individual de sus decisiones cediéndola al jefe de la tribu o al chamán o al líder carismático o a un supuesto mesías que resolverá todos sus problemas. Se refugia en la mística o magia, la emoción supera a la razón, confía solo en los miembros del grupo mientras que desconfía de todos los demás. Este “espíritu de la tribu” va siendo derrotado por el avance de la civilización. En particular por la democracia liberal . El comunismo, el socialismo, el populismo, el nacionalismo encarnan el espíritu de la tribu, de ahí su condena por los resultados perversos y desastres que han causado.
Esta es la tesis de un libro de Mario Vargas Llosa, ganador del premio Nobel de literatura (2010) titulado La llamada de la tribu. Como anota en el prólogo el libro es una autobiografía de su evolución intelectual y política. Cuenta como poco a poco fue comprendiendo que la democracia “burguesa” no era una manera oculta de explotación de los pobres por los ricos. Y que la explicación del avance de la civilización radica en la divulgación de valores proclamados por la doctrina liberal.
Esta doctrina es el legado de los intelectuales que lo convirtieron, entre los cuales figuran
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Pero, ¿qué es y qué defiende el liberalismo?
Para el autor, el liberalismo—aunque no tiene respuestas para todo—admite un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones. Siendo la libertad el valor supremo. La libertad no es divisible ni fragmentaria y debe manifestarse en todos los dominios: económico, político, social y cultural para que una sociedad sea genuinamente democrática. El liberalismo está en la frontera de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la diversidad política, la igualdad de oportunidades y el respeto a la soberanía, dignidad y autonomía del ser humano. Vargas Llosa enfatiza que el liberalismo es una doctrina política pragmática, no una ideología dogmática, escéptica, llena de matices grises; aunque cree en la libertad individual deja espacio para lo colectivo.
Es el ámbito de las libertades civiles en donde el liberalismo ha calado en el pensamiento universal. Los derechos humanos como la libertad de expresión, la igualdad ante la ley, la soberanía del individuo sobre lo colectivo, son parte integral de la dignidad humana a la que toda autoridad debe subordinarse.
En el campo político, todo sistema de gobierno debe tener un sistema de contraposición y separación de poderes (checks and balances, en inglés). Los organismos de control como la Contraloría y Procuraduría deben ser autónomos e independientes de las otras funciones del Estado. El sufragio debe ser libre y universal. La alternabilidad y la descentralización deben servir para limitar los abusos del poder.
En el ámbito económico es donde el liberalismo no ha calado. Al contrario, que se dé primacía de la actividad privada sobre la actividad estatal es anatema para muchos intelectuales, así como para líderes políticos y empresarios. Liberar el comercio, permitir y facilitar el ingreso y el éxodo a las actividades económicas, abolir el control de precios, limitar el gasto y el endeudamiento fiscal son políticas estigmatizadas como “neoliberales, propias del capitalismo salvaje de la extrema derecha”, ignorando que la prosperidad económica se debe precisamente a que se aplicaron estas medidas.
Los éxitos de la civilización occidental son el resultado no solo del pensamiento de insignes intelectuales (como los incluidos por Vargas Llosa) sino de la experiencia cada vez más frecuente de que el socialismo real o utópico conlleva desastres y crímenes de lesa humanidad. Para Vargas Llosa la superioridad moral y material de la democracia liberal se demuestra en la prosperidad de la Gran Bretaña bajo el mando de Margaret Thatcher, cuyas reformas transformaron al país en pocos años en la sociedad más dinámica de Europa. Dice el autor:
El gobierno de Margaret Thatcher (1979-1990) significó una revolución, hecha dentro de la más estricta legalidad. Las industrias estatizadas fueron privatizadas y las empresas británicas dejaron de recibir subsidios y fueron obligadas a modernizarse y competir en un mercado libre, en tanto que las viviendas «sociales», que los gobiernos hasta entonces alquilaban a la gente de bajos ingresos—así mantenían el clientelismo electoral—fueron vendidas a sus inquilinos, de acuerdo a una política que quería convertir a Gran Bretaña en un país de propietarios. Sus fronteras se abrieron a la competencia internacional en tanto que las industrias obsoletas, por ejemplo las del carbón, eran cerradas para permitir la renovación y modernización del país. Aquellas reformas, que convirtieron al país en pocos años en la sociedad más dinámica de Europa, vinieron acompañadas de una defensa de la cultura democrática, una afirmación de la superioridad moral y material de la democracia liberal sobre el socialismo autoritario, corrupto y arruinado económicamente que reverberó por todo el mundo. (Loc. 115)
Ronald Reagan y Margaret Thatcher tenían una inequívoca orientación liberal, en muchas cuestiones sociales y morales defendían posiciones conservadoras y hasta reaccionarias—ninguno de ellos hubiera aceptado el matrimonio homosexual, el aborto, la legalización de las drogas o la eutanasia, que a mí me parecían reformas legítimas y necesarias—y en eso, desde luego, yo discrepaba de ellos. Pero, hechas las sumas y las restas, estoy convencido de que ambos prestaron un gran servicio a la cultura de la libertad. Y, en todo caso, a mí me ayudaron a convertirme en un liberal. (Loc. 136)
En conclusión, la evidencia de los beneficios de la democracia liberal están a la vista; no obstante, parafraseando a Thomas Jefferson: la libertad hay que defenderla día a día porque sus enemigos siempre están al acecho para acabarla. La democracia liberal es la antítesis del espíritu de la tribu. La tribu es excluyente, la democracia es incluyente. La tribu es un cobijo emotivo, la democracia liberal es racional. La tribu confina la confianza solo a sus miembros, la democracia generaliza la confianza. En donde persiste la tribu la civilización va en decadencia. En donde persiste la libertad la civilización avanza. Es así de simple.
Franklin López, Ph.D.
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