Me parece que a nadie le gusta ser interrogado, ni siquiera a nosotros mismos. Muchas veces tenemos las respuestas en frente de nuestras narices, pero no las vemos. Otras veces, cuestionamos mucho lo que sea, sin recibir ninguna respuesta al respecto. La idea de preguntar está bien, pero uno podría sentirse agobiado por la cantidad de preguntas sin respuesta que pueden llegar a surgir durante todo esto.
Esos tiempos cuando éramos niños, eran muy productivos. No teníamos vergüenza de hacer preguntas, y aprendíamos de una forma rápida e intuitiva. Ahora de grandes, parece que la vida se nos ha complicado en muchos aspectos. La juventud es algo que extrañamos bastante, era la época divina de nuestra vida, donde las preocupaciones no existían y las ganas de conocer el mundo eran gigantes.
Deberíamos retomar esos tiempos, y hacernos de vez en cuanto unas cuantas preguntas que nos ayuden a identificar los problemas y, así, intentar hallar alguna solución para nuestro conflicto dado. Las interrogantes pueden ser tan útiles como confusas algunas veces, pero en ocasiones son necesarias para avanzar. Ha sido un buen artículo, @bert0, saludos :)