Lago Escondido y detrás el lago Fagnano
Fuente: De Nestor Galina - Flickr, CC BY 2.0
La luz del sol en la Patagonia Austral en inmediaciones de Ushuaia parece eterna, en varias oportunidades me he encontrado pescando y al observar el reloj sorprenderme con la hora, más de las 11 de la noche y todavía con luz natural.
En esas extensas jornadas en medio de la espesura del bosque la noche nos sorprende por lo rápido que llega, por supuesto, si observamos la altura de los árboles, lo tupido de su follaje y lo cerca que están los cerros nos daremos cuenta que esa luz que nos acompaña se apaga rápidamente a la caída del sol.
Recuerdo una oportunidad en que estaba en el lago Escondido, un espejo de agua que mirado desde las abruptas laderas del Paso Garibaldi parece un hoyo, profundo e insondable, entre la espesura del bosque y las sombras de las montañas que lo rodean. Justamente en ese lugar estaba pescando con el agua hasta la cintura y el ocaso acercándose rápidamente, la paz era total y el pique nulo, solo algunos castores acompañaban mi presencia que sorprendentemente no los inquietaba en lo más mínimo, pasaban por delante de mi persona y se sumergían velozmente, a veces producían un fuerte y característico sonido con sus colas planas; además de mis propios ruidos y movimientos eran la única señal de vida en la quietud del lago.
Había decidido hacer unos últimos lanzamientos antes de retirarme, sentía el cansancio de una larguísima jornada y además con muy pocos resultados lo cual le agregaba frustración y hasta un poco de disgusto, este último solo morigerado por el hecho de saber que era un privilegiado testigo de esa extraordinaria obra de la naturaleza.
Trataba de traer mi mosca sobre la superficie, haciéndola “patinar”, eso a veces da resultados, simula un insecto alado atrapado por la película superficial que no puede desprenderse y volver a volar. Lo que esperaba, el pique, se produjo pero para mi sorpresa no fue un pez el que tomó sino algo que vino del cielo, no cabían dudas de lo que era pese a que mis ojos se negaban a creerlo: un murciélago había sido engañado por mi mosca artificial y se largó en picada para capturarla. Por suerte para él y para mí en contados segundos la soltó cuando se encontraba a unos buenos 3 metros sobre el agua. Solo dejó un ruido característico de estos animales similar al que produce un alambre al ser tensado y liberado, como si de una cuerda metálica de guitarra se tratara.
Quedé anonadado mirando el agua por algún tiempo, jamás se me cruzó por la mente que un desprevenido murciélago, quizás porque recién se despertaba de su siesta de día para cazar por la noche, podía ser así engañado.
Ese hecho motivó que definitivamente dejara de pesca por ese día y volviera al automóvil para emprender el regreso a la cabaña alquilada, vi que mi amigo venía caminando tranquilamente desde otro sector del lago y mientras lo observaba acercarse pensaba como contarle la anécdota. Hasta para mí sonaba ridícula e increíble.
Héctor Gugliermo
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