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Cuando llegó a la montaña sagrada nadie se atrevió a perturbar su soledad. Su presencia irradiaba majestad, su figura autoridad, su silencio sabiduría. Sus ropas fueron rasgadas al atravesar el bosquecillo de zarzas que asediaba la cumbre, su piel en cambio quedó impoluta púes las zarzas no osaron lacerar su piel.
Pronto, por las noches y en absoluto silencio las gentes de los alrededores dejaron ropas y alimentos como tributos a aquel hombre. Y pronto no hubo duda alguna de su identidad. Era el que tantas canciones inspiró. Quien con espartana disciplina preparó su cuerpo, lo sometió a grandes y constantes esfuerzos, corrió distancias interminables, arrastro pesos durante kilómetros, moldeo su cuerpo a imagen de los héroes épicos y luego, los superó.
Mientras preparaba su cuerpo, disciplinaba y enriquecía su mente. Adquirió conocimientos mundanos, consultó textos arcanos y fue discípulo de sabios que nunca aceptaron compartir con hombre alguno su saber antes de él.
Aprendió también a curar, pues sabía que podría ser herido en el camino, cultivó el arte de desentrañar la verdad que reposa entre dos mentiras, se convirtió en sabio, guerrero y bardo. Necesitaba conocer los cantos de héroes, encontrar la verdad y superar las hazañas de los héroes que caminaron junto a Dios.
Y en todo sobresalía pues sabía que sólo el mejor de todos los hombres de la historia podría cumplir su misión, y él no podía fallar, pues su voluntad era digna de dioses.
Ese era el hombre que llegó en silencio a la montaña, reposó recuperando las fuerzas gastadas en el ascenso y emprendió su lucha final. El hombre que se propuso matar a Dios. Pasó un tiempo en total soledad, los tributos dejados cerca del bosque de zarzas empezaron a acumularse y aún nadie osaba acercarse al remoto templo temiendo su ira.
Semanas después alguien se aventuró a la cumbre y encontró el cadáver de aquel hombre. Su cadáver, acostado sobre una roca plana que ahora es un altar, aparecía tan perfecto como el día en que llegó por su propio pie, su rostro, mostraba la paz de quien logra su cometido y puede al fin, descansar.
Ese es el relato que leí en el libro sagrado. Los miembros de la antigua secta que guarda la cumbre y protegen el libro dudan. Dudan si fue castigado por su arrogancia o por el contrario, logró con su empeño ascender y convertirse a sí mismo en Dios. Por eso, lo adoran y desprecian en igual medida.
Que ironia en adorar y despreciar, que interesante historia, no la conocia. María Almeida