SER MUJER EN EL PAÍS MÁS VIOLENTO DEL MUNDO

in #feminismo7 years ago

Cuando leí por primera vez sobre Riccy Mabel Martínez tenía quince años. Aquel artículo con su foto en blanco y negro parecía sacado de un cuento de terror. La mataron los militares en el mismo año que yo nací. Le hicieron toda clase de atrocidades. Nunca hubo justicia.

Los horrores de la guerra en las naciones hermanas se habían perpetuado en las raíces más profundas de la sociedad hondureña. A partir de los noventas entraban las garras destructoras del neoliberalismo con la promesa de traer desarrollo y prosperidad. De la mano de Rafael Callejas, -el corrupto más famoso de Honduras-, el único desarrollo que hubo fue la de sus cuentas bancarias y el poderío de las elites extranjeras. Su legado con el pueblo, un mal entramado de instituciones que fortalecieron la corrupción. También hubo una producción desmedida de pobreza y violencia. Más desigualdad, criminalidad, barbarie. Las tragedias son el pan de cada día y nosotras, las mujeres, nos llevamos la peor parte.

No solo aguantamos los estragos de la delincuencia común. También soportamos el machismo en casa. Trabajamos el doble, ganamos menos. Nos juzgan si nos embarazamos jóvenes. Nos condenan si abortamos. Está mal si decidimos no ser madres y está peor si decidimos enamorarnos de otra mujer.

Hace dos años, cuando recién llegaba a Buenos Aires, platicaba con una peruana de unos cincuenta y tantos. Me expuso su teoría sobre el patriarcado. Decía que a las brujas de todas las culturas se les persiguió siempre porque los poderosos les tenían miedo. Temían que sus poderes mágicos y sus hechizos bondadosos confundieran a los pueblos y les pusieran en su contra. Entonces, para aplastar la imponente fuerza de la energía femenina, habría que usar toda la crueldad posible. Ahí supe que la santa inquisición se había exiliado en Honduras.

“Hay que ser brujas en la medida de lo posible”, les digo entonces a mis amigas y hermanas. Y al mismo tiempo me lo voy repitiendo a diario, en este precipicio de cristal. Para poder sobrevivir en mi propia tierra hay que buscar nuestros poderes sobrenaturales aunque una no crea en ellos. Pienso en todas las “brujas” asesinadas de mi época, igual que Riccy. Los motivos pueden variar pero todas las felchas apuntan al mismo lugar. Nos matan porque somos mujeres y nos matan también porque somos pobres, o sea, “nos matan dos veces”, como decía Alguien por ahí.

A Berta la mató un tentáculo del capital transnacional, mucho más peligroso y poderoso que diez juanorlandos juntos.
A Soad la mató el Estado por decirle hijuelagranputa a Marlon Escoto.
A Kimberly la mataron los “Pura Mierda” en las narices de todos y todas, mientras salía a buscar a su hermano en una protesta.
A Odalys, de apenas diez años, la violaron y estrangularon con un cable eléctrico. Tiraron su cuerpo encostalado a un río.
A Silvia le dispararon en la cabeza por defenderse de una violación.
Y así todas.
Y cualquiera de ellas pudo haber sido una de nosotras. Todos los días nos exponemos a seguir sumando otro número a las estadísticas de femicidios. Otra historia que sacarán los asquerosos medios del status quo con las fotos de nuestras cuentas de Facebook e Instagram. El dolor hecho lucro por el poder mediático. La nota roja se volvió un negocio redondo en el país más violento del mundo.
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Pensaba entonces, cómo sería ser una bruja del siglo XXI en un país estancado en el Medievo. Seguramente sería desempleada y sin escoba, nacida y criada en un pueblo. Un día emigraría a un hoyo negro y terminaría con toda inocencia y pureza que le confirió el campo. A ese hoyo le dicen Comayaguela. Una cuadrícula con olor a cloaca y carnitas asadas, donde habitan los colores rojo sangre, amarillo en cinta con letras negras y el azul, el verde olivo maldito y su híbrido cargando los fusiles. Un lugar que encierra la cruda podredumbre de una sociedad terriblemente injusta con la mujer.

Nos han convertido en cifras. Ya restan miles de madres, hijas, hermanas, amigas. Seguimos siendo raptadas, violadas y asesinadas en cada rincón contaminado por el veneno que inyectaron el capitalismo y el patriarcado, ese que les convenció de ver y tratar a nuestros cuerpos, sexualidad y mentes como una mercancía más,. Otra propiedad privada que se debe poseer a toda costa para su propio placer y beneficio.

Por eso nos obligaron a las mujeres a esconder esa fuente de magia que nos hizo chamanas, proveedoras de vida, amor y perdón. El poder absoluto siempre ha sido cobarde y torpe, por eso acude a la crueldad y a la violencia para imponer su ley.

Mientras tanto, nos siguen matando todos los días, pero también seguimos caminando, con más compañeras que pierden el miedo y dicen ya basta. Se reencuentran con su bruja interna. Y un día despiertan amándose. Y se alejan del que las humilla y las maltrata. Y descubren que pelear por sus derechos es pelear por los derechos de todas. Y se dan cuenta que luchar por las mujeres es también luchar por la libertad de los pueblos, oprimidos por la misma bota imperial. Esa libertad que un día nos devolverá la dicha de elegir el rumbo de nuestras vidas, la tranquilidad de salir a la calle sin el miedo a ser abusadas y asesinadas. La certeza que el Estado nunca más nos matará en la calle por salir a protestar, a exigir justicia.

Sort:  

Quiero seguir leyendo trabajo tan certero y bien logrado amiga, me quedo con esta frase “Hay que ser brujas en la medida de lo posible”, seré tan bruja como me han juzgado, y lo seré cada día mas, unámonos las brujas, un abrazo caluroso.

Increible tu publicación mi estimada @lizbethguerrero lamentablemente aun hay mucho camino que andar en la lucha contra las desigualdades, no sólo de género, que ya es bantante... Sino tambien económicas y sociales, me alegra ver que mujeres como tú levantan la voz y se expresan a favor del feminismo y contra las injusticias que se comenten en todo el mundo, te envío un abrazo desde el segundo país mas violento de América Latina. Nos estamos leyendo.