Su madre se había ido hacía más de un año, dejándola atrás sin ninguna explicación, y por más que lo intentaba no conseguía entender por qué la dejó allí. Echaba de menos su olor, aunque empezaba a olvidar su cara. En la casa ya no quedaban fotos, las habían quitado, se suponía que era lo mejor para todos.
Pasaron unos años y María seguía anhelando los días de lluvia. Aún había algo de esperanza, aunque con la edad era más consciente de que no conseguiría averiguar nada del paradero de su madre, pero mantenía la romántica idea de poder compartir esas gotitas de agua, antes o después habrían estado cerca de ella.
El amor llegó al corazón de María como un torbellino que lo trastoca todo y dando un orden aparentemente desordenado a todas las emociones, sensaciones y recuerdos, o más bien poniendo cada cosa en su sitio, gracias a una fuerza invisible que se empeña en la búsqueda de la felicidad.
Los siguientes años abundaron los días de sol y buen tiempo, con algún que otro nubarrón, o así lo recuerda María, mientras amamanta a su primer hijo, observando como llueve a través de la ventana del hospital. En esos momentos tiene la necesidad de acercarse a contar las gotitas pero su pequeño la requiere con mayor empeño, y devolviéndole una sonrisa continua con su labor.
Cuando muchas canas vestían su cabeza y la enfermedad llevaba un tiempo haciendo estragos, en un momento de lucidez se descrubrió a sí misma contando las gotitas del cristal, sin recordar muy bien por qué lo hacía, aunque una sensación de paz inundaba su alma.
soledadjc
He disfrutado mucho escribiéndolo, espero que les guste.
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La única manera de sanar las heridas es dando y recibiendo amor. Bonista historia, gracias por participar :)
Me alegro que te gustara, gracias a ti por pasarte y comentar.