La fragancia aquella vez era la misma que ahora, Paco Rabanne. Luigi la olió por primera vez en la casa de la Zona Universitaria en la que su mamá lavaba ropa dos veces por semana.
Le daba una mano a su madre separando la ropa blanca de la de color del canasto de ropa sucia. Extendía un mullido y esponjoso toallón blanco en el piso y sobre él ponía las prendas claras para el primer lavado. La de color volvían al canasto para el segundo lavado. Le llamaba la atención como en la casa de los González Urquiza se juntaba tanta ropa sucia en tan poco tiempo, cuando él podía vestir su pantaloncito de la selección nacional y la camiseta de Barcelona durante dos semanas.
Se detuvo en una camisa celeste y la separó de la pila del piso. Olía muy rico para estar sucia. Luigi se quedó prendado del olor. No sacaba sus narices de su cuello que llevaba un cordón gris de hollín y suciedad corporal. Tenía bordado un monograma azul de tres letras J.G.U.
¿Te gusta Luigi como huele? – le preguntó Don Justo.
Aurora, sonriendo, le sacó la camisa a su hijo de las manos, cepilló el cuello y los puños con jabón blanco y la introdujo dentro del tambor del lavarropas cargado con cincuenta litros de agua limpia.
Haciendo un pase de manos, Luigi le fue alcanzando prenda por prenda, hasta que el toallón blanco cerró el desfile. Aurora bajó la tapa y el lavado comenzó.
Don Justo, que volvió a entrar al lavadero, le entregó a Luigi una caja de cartón verde con inscripciones en plateados escritas en un idioma desconocido. “PACO RABANNE – POUR HOMME, EAU DE TOILETTE, VAPORISATEUR SPRAY”. – Es el perfume de la camisa. Si tanto te gusta, te lo regalo– y abriendo la caja Don Justo sacó el frasco verde del que le quedaba menos de un dedo, retiró la tapa y cubriéndole los ojos con una mano para evitar que le entrara perfume, hizo un único disparo del vaporizador al cuello del pequeño. – Aurora, usted vino con un niño y se vuelve con un hombre– dijo Don Justo y se retiró.
Luigi se acercó a la pileta, porque estaba por comenzar el centrifugado. Amaba observar como salía de esa manguera de goma el agua ennegrecida. Solía juntar en un vaso transparente dos muestras del centrifugado por lavado. Una al comienzo y otra al final. Comparaba las muestras a contraluz. Sostenía que el agua era más sucia al final del centrifugado porque salía el jugo más concentrado de las prendas. Su madre le dio la razón. Colocó el primer vaso sobre la mesada y luego el segundo y pudo constatar su teoría. Aurora llenó una enorme tina de zinc con la ropa casi seca y mientras la colgaba en el tender, dejó cargando el lavarropa para el segundo lavado de ropa de color.
Luigi recordaba esos tiempos con nostalgia. Hacía ocho años que se le había acabado el perfume. Aquel lavarropas está ahora en su casa porque los González Urquiza se compraron uno más moderno.
Ya Luigi no acompaña más a su madre, pero se encarga de hacer los lavados en su casa. Tiene en sus manos una camisa blanca de su madre, que huele a Paco Rabanne.