My reunion with Sil and myself -EN-ES-

in #friends5 months ago

The reunion with my childhood friend, Sil, was one of those moments that remain engraved in the soul. After years without seeing each other, we decided to meet at her new home in the bush, a place where she had decided to live surrounded by nature and far from the hustle and bustle of the city.

From the moment we met, I felt a wave of love and nostalgia. Sil, with her radiant smile and warm embrace, was the same friend she had always been, but there was also something new about her: a serenity and a deep connection with her surroundings that radiated peace. We looked at each other and, without needing words, we knew that this reunion would be special.

The mountain where Sil lives is a natural paradise. The house, built with his own hands, is surrounded by tall trees, wild flowers and the constant sound of a nearby river. The simplicity and beauty of the place took my breath away. Sil proudly showed me her garden, full of vegetables and herbs that she grows with love and dedication. Seeing her connection to the land, her ability to grow life with her own hands, was inspiring.

We spent the first day hiking through the bush. We hiked hidden trails, crossed wooden bridges and stopped to admire the majesty of nature. Sil taught me to recognize different plants and told me about the animals that inhabit the area. I felt how each step I took brought me closer to the essence of nature, to a part of me that had been asleep.

The first night, we sat by the fire, under a sky full of stars. The conversation flowed naturally, remembering moments from our childhood, laughing and sharing our dreams and experiences. Sil told me about his decision to leave the city and seek a simpler, more authentic life in the bush. Her story touched me deeply and made me reflect on my own life, on the things that really matter.

The next day, Sil took me to his favorite spot: a clearing in the forest where you can hear the birds singing and the wind rustling through the trees. We sat in silence, letting the tranquility of the place envelop us. It was at that moment that I felt a deep connection with myself and with nature. Stress and worries melted away, replaced by a sense of peace and gratitude.

Sil taught me to live in the moment, to appreciate the beauty of the simple. She showed me how to grow food, how to compost and how to live in harmony with the environment. Each lesson was a rediscovery, a way to reconnect with a part of me that I had forgotten. I learned to listen to the language of nature, to understand its rhythms and to respect its wisdom.

The reunion with Sil was a gift, an experience that transformed me. It reminded me of the importance of friendship, love and connection with the earth. It made me realize that sometimes we need to get away from the noise and speed of modern life to find our true essence.

As I said goodbye to Sil, I felt a mixture of emotions. Sadness for leaving that magical place, but also a deep gratitude for the experience and for the friend I had regained. Sil and her life in the bush taught me that happiness is not in material things, but in the connections we form, in the love we share and in the beauty of the nature that surrounds us.

I returned home with a full heart and a new perspective. The reunion with Sil was not only a trip to the bush, but an inner journey that allowed me to reconnect with myself and the natural world. It was, without a doubt, an encounter of pure love.


Spanish version


El reencuentro con mi amiga de la infancia, Sil, fue uno de esos momentos que quedan grabados en el alma. Después de años sin vernos, decidimos encontrarnos en su nuevo hogar en el monte, un lugar donde había decidido vivir rodeada de naturaleza y lejos del bullicio de la ciudad.

Desde el momento en que nos vimos, sentí una ola de amor y nostalgia. Sil, con su sonrisa radiante y su abrazo cálido, era la misma amiga de siempre, pero también había algo nuevo en ella: una serenidad y una conexión profunda con su entorno que irradiaban paz. Nos miramos y, sin necesidad de palabras, supimos que este reencuentro sería especial.

El monte donde vive Sil es un paraíso natural. La casa, construida con sus propias manos, está rodeada de árboles altos, flores silvestres y el sonido constante de un río cercano. La simplicidad y belleza del lugar me dejaron sin aliento. Sil me mostró con orgullo su huerta, llena de verduras y hierbas que cultiva con amor y dedicación. Ver su conexión con la tierra, su habilidad para hacer crecer la vida con sus propias manos, fue inspirador.

Pasamos el primer día recorriendo el monte. Caminamos por senderos escondidos, cruzamos puentes de madera y nos detuvimos a admirar la majestuosidad de la naturaleza. Sil me enseñó a reconocer diferentes plantas y me contó sobre los animales que habitan la zona. Sentí cómo cada paso que daba me acercaba más a la esencia de la naturaleza, a una parte de mí que había estado dormida.

La primera noche, nos sentamos junto al fuego, bajo un cielo lleno de estrellas. La conversación fluyó naturalmente, recordando momentos de nuestra infancia, riendo y compartiendo nuestros sueños y experiencias. Sil me habló de su decisión de dejar la ciudad y buscar una vida más simple y auténtica en el monte. Su relato me conmovió profundamente y me hizo reflexionar sobre mi propia vida, sobre las cosas que realmente importan.

Al día siguiente, Sil me llevó a su lugar favorito: un claro en el bosque donde se puede escuchar el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles. Nos sentamos en silencio, dejando que la tranquilidad del lugar nos envolviera. Fue en ese momento que sentí una profunda conexión conmigo mismo y con la naturaleza. El estrés y las preocupaciones se desvanecieron, reemplazados por una sensación de paz y gratitud.

Sil me enseñó a vivir el momento, a apreciar la belleza de lo simple. Me mostró cómo cultivar alimentos, cómo hacer compost y cómo vivir en armonía con el entorno. Cada lección fue un redescubrimiento, una forma de reconectar con una parte de mí que había olvidado. Aprendí a escuchar el lenguaje de la naturaleza, a entender sus ritmos y a respetar su sabiduría.

El reencuentro con Sil fue un regalo, una experiencia que me transformó. Me recordó la importancia de la amistad, del amor y de la conexión con la tierra. Me hizo darme cuenta de que, a veces, necesitamos alejarnos del ruido y la velocidad de la vida moderna para encontrar nuestra verdadera esencia.

Al despedirme de Sil, sentí una mezcla de emociones. Tristeza por dejar ese lugar mágico, pero también una profunda gratitud por la experiencia vivida y por la amiga que había recuperado. Sil y su vida en el monte me enseñaron que la felicidad no está en las cosas materiales, sino en las conexiones que formamos, en el amor que compartimos y en la belleza de la naturaleza que nos rodea.

Volví a casa con el corazón lleno y una nueva perspectiva. El reencuentro con Sil no solo fue un viaje al monte, sino un viaje interior que me permitió reconectar conmigo mismo y con el mundo natural. Fue, sin duda, un encuentro puro amor.

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