Voy al hospital desde que era pequeñita, mi mamá es enfermera; al principio me llevaba escondida, pero luego todo el mundo se fue acostumbrando a mi presencia.
El blanco del uniforme de mi mamá brillaba, era como otro Sol en el camino, sus zapatos, dos copitos de nieve, rápidos, seguros y puntuales.
La sala de emergencias era un pasillo muy largo, allí mamá era la dueña y señora; todas las enfermeras le temían por su severidad y extrema disciplina, y los doctores la respetaban por su capacidad y gran experiencia.
En el fondo, dentro de su corazón, ella no era la persona inflexible que aparentaba, sino más bien era un ángel tímido y lleno de miedos.
Casi sin que ella se diera cuenta yo fui aprendiendo a inyectar, a tomar la tensión y a coser a los pacientes.
A los 12 años yo sabía hacer casi cualquier cosa, que tuviera que saber una enfermera graduada.
Suena la ambulancia, las sábanas se llenan de sangre, huele a carne necrosada, el médico residente grita desesperado:
-Traigan a un camillero.
Mamá lloraba en silencio, en la noche, pensando que yo no la escuchaba, por la muerte de un niño en la emergencia.
Así eran los días de mi infancia en el hospital, pero a la medida que iba creciendo, me fui involucrando en todo, y lo que en principio era como un juego, se fue convirtiendo en algo pesado, las peleas entre las enfermeras, la competencia desleal entre los médicos, la tragedia de los pacientes, la vida y la muerte; el hospital, mi casita de muñecas, se fue convirtiendo, lentamente, en el hospital del terror.
Un domingo en la noche mamá dormía, descansaba un rato porque no había ningún paciente en la emergencia, el silencio arropaba todo el espacio, el olor a alcohol y a sábanas almidonadas, eran mi compañía.
De repente entra un camillero con un hombre convulsionando, mamá con esa agilidad que solo tenía en el momento que trabajaba, estuvo de pie rápidamente: "electro shock" "electro shock" gritó de inmediato; el hombre saltaba así como lo hacen los peces recién sacados del agua cuando recibía los impactos eléctricos, pero no reaccionaba; mamá decía, gritaba desesperada, una vez más, una vez más, ¿no oyen?, ¡inútiles!
Pero el hombre no reaccionaba, entonces, ante la mirada atónita de todas las enfermeras, mamá saltó sobre él, se agachó sobre su pecho, y con ambos puños lo golpeó con fuerza descomunal; el hombre volvió, resucitó.
Los doctores se reunieron con mamá no como si fuera una enfermera sino como una doctora más; el jefe de emergencias le dijo, de manera acalorada:
-No, no puedes suministrar ese medicamento sin orden del especialista.
Mamá insistía:
-Pero doctor, usted sabe que es el medicamento.
-Las normas son las normas, si nos equivocamos el paciente puede morir.
Mamá apretó el medicamento con desesperación y con rabia entre sus manos, lo colocó en la repisa de los medicamentos y salió fuera de la habitación.
Allí fue cuando pude verlo con detenimiento, era el hombre más bello que había visto en mi vida, abrió los ojos y me miró, luego sonrío.
Pasamos largo rato conversando, era también mi primera conversación con alguien así.
Salí un momento y vi que mamá hablaba con otra enfermera:
-Si el especialista no llega pronto morirá.
-Tan joven y bello, qué lástima -dijo la otra.
Entré de nuevo, estaba dormido, bajé su sábana y vi su pecho, toqué su mano, luego su pelo.
Sentí celos de la enfermera que había dicho que era bello.
Miré el medicamento en la repisa, caminé con determinación, tomé la inyectadora con la maestría de una vieja enfermera, partí la ampolla con un golpe preciso del dedo índice, luego fui absorbiendo el líquido pausadamente, tuve cuidado de que no quedará ninguna gota de aire adentro, cuando vi salir la gotita por la punta de la aguja estuve segura de que todo estaba bien, llegué hasta él, descubrí su antebrazo, busqué la vena y le apliqué el medicamento, segura de lo que estaba haciendo.
Salí de la habitación cómo lo había aprendido a hacer desde pequeña, sigilosamente, pasando desapercibida.
El especialista nunca llegó.
Al amanecer todos comentaban sobre la milagrosa recuperación del joven, mamá terminó su turno, me tomó de la mano como lo hizo toda la vida, y yo me sentía feliz; le había salvado la vida al primer amor de mi vida.
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Feliz noche, fue un error involuntario haber publicado en la página de Talent Club. He tratado de editar y el sistema no me lo ha permitido. El texto es de mi autoría y lo escribí para el concurso organizado por @fuerza-hispana. Mil disculpas.
Happy evening, it was an unintentional mistake to have posted on the Talent Club page. I have tried to edit and the system has not allowed me. The text is my own and I wrote it for the contest organized by @ Fuerza-Hispana. Apologies.
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Que belleza de relato, @solperez.
Tanto tiempo sin leerte, que alegría volver a disfrutar de tus relatos.
Convertiste el hospital del terror en el hospital del amor.
Excelente manera de mantener los dos hilos narrativos casi en simultáneo.
Por un momento pense que la pequeña narradora era un fantasma.
Gracias por tu lectura y comentario, amigo. Estoy haciendo presencia en la red de manera intermitente. Pero este concurso me atrajo y decidí crear esta historia, en la cual hay algunas referencias de vida. Un abrazo.
Guao que hermoso y conmovedor relato @solperez. Una niña muy valiente y decidida. Qué gran placer ha sido leerte. Abrazos!
Gracias por tu lectura y comentario, querida mía. Estoy tratando de activarme como es debido, pero aún no lo logro. Saludos
Amiga. Sé que has estado alejada pero debes borrar los post que están por duplicado. Sencillamente, editada la publicación que tú creas que está demás. Borra todo. Deja escrito solamente "Error al publicar". Porque por allí vi que tienes una notificación para enviarte a la lista negra y tú no te lo mereces. Fue un error involuntario!
Un abrazo