La historia continua

in #fukuyama6 years ago

La obra de Francis Fukuyama es amplia y dilatada en el tiempo, arrojando, sin embargo, un balance muy dispar de entre donde destacan dos: La gran ruptura y Trust. No incluyo, pese a su gran interés, el artículo el "El fin de la historia" que iba a granjearle fama mundial. En él, el entonces analista de asuntos soviéticos, preconizo en términos hegelianos como la derrota del comunismo abría un tiempo nuevo donde el liberalismo democrático (que como la mayoría de politólogos definió de forma imprecisa) no tendría alternativa viable. Se trata de un texto tan citado como mal interpretado, del que Fukuyama le hubiera sacado más partido de haberse apoyado en el debate del cálculo económico iniciado por Mises, pero si que tuvo el don del tiempo: su publicación en el verano de 1989, prácticamente coincidió con el cese de las injerencias de Moscú en el bloque del Este, y pocos meses antes del derrumbe del régimen soviético.

La habilidad de saber dar con teorías que dan respuesta a las inquietudes del momento, aunque sea a cosa de una gran imprecisión y de forma incompleta, es una habilidad que Fukuyama mantiene intacta. En su último libro Identidad, el politólogo estadounidense se propone explicar el desasosiego global que ha causado la elección de Trump o al Brexit, pero también el auge del nacional-populismo, la ira del movimiento MeToo o Black Lives Matter; todo con una única piedra de toque: el thymós, una figura del pensamiento clásico citada en La República de Platón (algo que no suele ser prometedor) que quiere recoge la necesidad humana del reconocimiento de los demás. Algo que explicó de forma más sofisticada y solvente la ilustración escocesa del XVIII (Smith y Hume a la cabeza), pero sigamos. Cuando se percibe que este reconocimiento no es el adecuado, surgen conflictos. Con este elemento, trufado de elementos del psicoanálisis, Fukuyama se enmienda así mismo, o al menos en parte.

Lo cierto, es que la proposición de Fukuyama resulta manifiestamente insuficiente para explicar el amplio objeto de análisis que plantea. Como la mayoría de pensadores políticos, Fukuyama es usuario del instrumental hegeliano-marxista, donde la sociedad no es una suma de individuos sino una serie de grupos, la mayoría de veces enfrentados, que responden a leyes materiales inmutables y donde la economía, básicamente, se observa como un juego de suma cero.

Esta visión del mundo queda latente desde el punto de partida que no es otro que el vincular la desigualdad económica con el populismo, siguiendo las tesis del "elefante" de Branko Milanovic. Según este celebrado estudio, la globalización no ha sido beneficiosa para todos, o al menos no en la misma proporción. O eso nos decían los datos donde los beneficiados son los pobres y clases medias de países emergentes y los súper ricos, pero no las clases medias de los países desarrollados.

Sin embargo, si uno analiza los datos y excluye de la muestra las antiguas repúblicas soviéticas (el periodo de análisis coincide justo con el colapso de la URSS, 1988–2008) y Japón, en crisis desde 1989, el resultado es que todos los cohortes de renta han subido, y además lo han hecho en un porcentaje más o menos igual: el elefante se aplana hasta el punto de ser una línea recta ("Examing an elephant", A Corlett, Resolution Foundation, sept. 2016).

Lo contrario es verdad. La libertad de comercio genera riqueza para la economía y si esta se genera en un entorno verdaderamente de mercado, esta se reparte de manera justa. Lo cierto es que los orígenes de la desigualdad que podemos considerar injusta no están en la globalización o en una presión fiscal insuficiente, sino en la represión monetaria, que imposibilita el ahorro y debilita los salarios reales, o la falta de reformas tras la crisis que han condenado a una parte muy importante de la población al paro y situaciones precarias. La clave además, como señalaba Nassim Taleb hace poco, es que este análisis de la desigualdad incorpore el binomio riesgo/incertidumbre y se analicen los datos de forma dinámica ("Inequality and Skin in the Game", N. Taleb, Medium, 27/12/2016).

El resultado, es que gran parte de los datos que sirven para dibujar el diagnóstico de partida (como el mencionado tema de la desigualdad) y que trata de explicar en el libro son incorrectos o incompletos, lo que limita lógicamente la eficacia del texto y deja al lector una gran sensación de frustración.

Con todo, la gran limitación del ensayo radica en la sobre simplificación en la mayoría de temas y el intento del autor por explicar con el mismo teorema fenómenos totalmente distintos. En el mar de fondo del libro falla el método. De forma velada o inconsciente, las cuestiones políticas y sociales se abordan utilizando colectivos uniformes entre sí, heterogéneos con otros grupos, así como una muy limitada concepción de la naturaleza de la condición humana.
Por ejemplo, el autor crítica la visión miope del homo economicus, dominante en la economía neoclásica en las últimas década, para luego incorporar su thymós –en sus dos variantes: isotimina, reconocimiento como igual; o megalotimia, reconocimiento como superior– siguiendo las mismas formas; es decir de forma agregada, ignorando como los economistas que crítica el carácter singular, único, creativo e impredecible de la acción humana. Puede que el concepto thymós pueda ser útil en ciertos casos para explicar algunas situaciones, pero no siempre tendrá el mismo carácter explicativo (quizás ni sea relevante), dependiendo del problema aislado que queramos analizar.

Indentidad esboza algunas pinceladas sobre los problemas modernos pero no acaba nunca de dibujar una imagen completa ni clara de ellos. El autor da algunos elementos que pueden explicar los problemas de convivencia como la distinción entre el yo interno y el yo externo, una dicotomía que entra en conflicto cuando el yo interno se quiere imponer sobre el yo social. El autor lanza críticas a la izquierda por su giro desde las políticas sociales ha las políticas de identidad. El filósofo Javier Gomá planteó en su día el problema en términos más claros y sencillos al subrayar que el reto del hombre contemporáneo tras tres siglos de expansión de la libertad, de la igualdad democrática según la terminología de Tocqueville, como somos capaces de ser libres juntos.

Sería injusto no destacar algunos momentos de lucidez como la argumentación en base a La teoría de los sentimientos morales de Smith de que la "renta básica" no es la solución a los problemas de falta de trabajo debido a la automatización (sic), las certeras críticas al multiculturalismo (nada que ver con una sociedad abierta), y primer paso hacia las nocivas políticas de identidad como ha explicado el nada sospechoso Mark Lilla, o cómo la corrección política es una seria amenaza incluso para el avance de la ciencia. Fukuyama establece con el tema del reconocimiento una dialéctica, al estilo marxista de choque de clases, de manera que las ganancias de uno, son las perdidas de otro (igual que sucede con el tema de la desigualdad). Un juego emocional de suma cero, tan irreal como poco efectivo a la hora de entender los amenazas que ensombrecen cada vez más el normal funcionamiento del orden social liberal.

El enfoque alternativo al análisis de la acción humana, basado en la doble revolución marginalista y subjetivista que arranca en Viena con el pensamiento de Carl Menger, gran bastión contra el historicismo alemán (origen intelectual de todos los males políticos del siglo XX), sigue válido pero igual poco "sexy" al cuestionar, a fin de cuentas, la capacidad del científico social de entender realmente los fenómenos que pretende explicar, y sigue ocupando, por desgracia, un lugar muy marginal entre sociólogos y politólogos modernos. Hoy todos somos marxistas.

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