La mañana con el sol más melancólico o mi culpa

in #gay6 years ago

No puedo dejar de tropezarme. Quiero hacerlo. Pero no puedo. Y pongo puntos en vez de comas. Puntos porque son como tropezones, son las torpezas que soy capaz de hacer.

Quisiera explicarles un poco: tengo miedo -mucho, quizá-, y ayer fui un tonto por eso: le escribí a alguien que amo reclamándole una estupidez. Soy tonto, ahora. Soy un torpe. Tropiezo con cualquier punto que no debería utilizar en este instante en mi discurso. Entonces, le digo tal y tal cosa y me responde triste, pues no estoy viendo todo lo bueno que él hace por mí, todo el tiempo que me dedica, todo lo que trabaja, todo lo que dice sentir por mí.

¿Lo ven? Me merezco una bofetada por pensar de esa manera, por actuar de esa manera, por no estar pendiente de las cosas buenas sino de lo malo. Solo de lo malo. Y no tiene que ser así. Quiero amarlo y ya. Quiero decirle que puede confiar tantas veces en mí, como se pueda confiar en una persona. Es decir, no quiero que deje de contarme qué hace, cómo le va en su día. Creo que no quiero que deje de estar pendiente de mí, de decirme que le encanto, que le gustan mis ojos, que le gusta la manera en la que lo miro.

Soy un torpe en el amor; en vez de comas coloco puntos y genero saltos tan violentos que en cualquier instante puede confundirse con un final de párrafo, tal vez con un final de texto. Y eso es lo que no quiero. No quiero escribir ese maldito punto. Quiero que, de hecho, esta historia se siga escribiendo...