Con la lectura del lobo estepario, Hesse me ha recordado la vulnerabilidad… Una vulnerabilidad que bordea los límites de la cordura. Harry Haller, el protagonista, es una estación siguiente a la esquizofrenia que diagnostica la moderna psicología. Harry Haller, se desdobla arrastrando al lector a un mundo lúgubre, sombrío; un mundo en el que se desata una lucha por el gobierno de la razón.
El lobo estepario es una oda al pesimismo, pero a la vez es una búsqueda mística en el laberinto existencial del propio Hesse, quien se alza en una poética quimera que refleja, entre otras cosas, su aversión por la guerra. Su descontento con la vida misma y sus circunstancias; su más palpable reproche ante las exterioridades de la oligarquía de sus tiempos. Como la calle que conectaba los dos mundos en El Gran Gatsby.
Para Haller, la vida es un traje que no le sienta bien, le incomoda, le sofoca. Este personaje se halla ajeno al mundo y sus banalidades. Pero esta obstinación no es un capricho. Haller espera más de la vida, asqueándose de las trivialidades busca refugio en un aislamiento que roza la misantropía. Observa su entorno pero no quiere pertenecer a este. Así se mezcla abstraído entre las gentes, entre calles y bares, absorto, disyunto, indisoluble.
Esta novela es un reflejo del alma que, tal vez, haya enfermado y renacido en Hesse; un espíritu sabio que fractura a la coraza que le ha hermetizado durante un pretérito de calamidades y sandeces de las cuales ha sido espectador discrepante; una armazón que suspende el humo de su identidad transfigurada en desidia, desconcierto y displicencia; que intenta salir como una nuez que quiebra el cascarón desde dentro.
Este sentimiento le ha engendrado un anexo a ese, su espíritu: ¡un lobo estepario! Una entidad dentro de su propio ser que lo conduce a sus más feroces instintos.
“De esta manera reconocía y afirmaba siempre con una mitad de su ser y de su actividad, lo que con la otra mitad negaba y combatía.”
Instinto y Espíritu. El lobo estepario es la respuesta de Hesse al Dualismo Cartesiano de Descartes y a las aseveraciones del Yo de Sigmund Freud. Su intención más sensata y cruda de nuestra naturaleza dual, e incluso múltiple. Su visión espiritual nos plantea al hombre y a la bestia, al Jekyll y al Hyde de Stevenson. Las polaridades del Fantasma en la Máquina de Arthur Koestler. El Adán que dejó de ser hombre y se convirtió en bestia perdiendo así el confort de su otrora Edén.
“…tendrás que complicar aun más tu complicación. En lugar de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrás que acoger a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso algún al fin, al descanso.”
De esta manera se otea el devenir de esta historia; de esta manera se avista el místico final en un no programado retorno. Ese retorno que profesa Joseph Campbell como consecuencia final de todo héroe, en su tratado: El héroe de las mil caras. Hesse recorre la vida en Haller hasta reconectarla con una multiplicidad de reinicios y resurgimientos, volviendo así a los intentos de una nueva y progresiva oportunidad.
En lo personal, esta novela ha removido un poco el tizne que pudiese estar dentro de mi hojalata, por un alma que lucha al tratar de salir de esa corrosión interna. Me recuerda el hollín en mi máquina de Koestler. Me retiene la imagen de mi propio lobo estepario en el espejo; como el aliento contra el cristal; como humo que me sigue con aroma de feroz asecho.
Armanda (quien con Haller, Maria y Pablo conforman la cuadratura que da forma a la obra) recoge a Haller en su desespero, lo yergue de su centrípeto hundimiento, y lo lleva a reencontrarse con su pretérito, su realidad y su destino. Le da forma nuevamente a su vida limando la rebarba de sus irregulares y fatales bordes. Armanda es la mano experta que le guía nuevamente a la aceptación de ciertos convencionalismos… Hesse, a través del avatar de Armanda (traducción de Hermine: femenino de Herman) intenta persuadirnos al “humorismo”, a la asimilación simple y a la adaptación. A diluirnos entre las gentes, los bailes y las copas. Haller le refuta a Armanda:
“Meditar una hora, entrar un rato dentro de sí e inquirir hasta qué punto tiene uno parte y es corresponsable del desorden y en la maldad del mundo; mira, eso no lo quiere nadie.”
Y, a su vez, Armanda le replica en posteriores páginas (como un Hesse señalándose y excusándose de sí mismo, como reflejo del auto-convencimiento):
“…Demasiado bien lo comprendo, y lo mismo tu aversión a la política, tu tristeza por la palabrería y el irresponsable hacer que hacemos de los partidos y de la prensa, tu desesperación por la guerra, por la pasada y por la venidera, por la manera cómo hoy se piensa, se lee, se construye, se hace música, se celebran fiestas, se promueve la cultura…
…Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más.”
El escenario final es un teatro mágico del cual no expondré mis ideas puesto que opto, sugerentemente, por dejarlas (las ideas) prestas al descubrimiento de quien quisiese leer esta magnífica novela. El teatro mágico de Pablo es, junto con el Tractac del lobo, lo que más me ha sacudido de esta fabulosa y apremiante lectura; en la que me he descubierto, una vez más, entre los avatares de la literatura. Ese teatro, y lo que en él experimentó Haller, evocó las ideas que resoplaron en mi mente cuando escribí el relato Los monstruos de Ekman, creado mucho antes de haber leído este libro.
¡Bravo Hesse!
he leido sidhartha antes un mes y me e gustado mucho. el lobo sera la proxima su libre que voy a leer.<3
El Lobo estepario es una obra excepcional, quizá lo mejor que ha publicado Hesse. Saludos!