Michel Foucault hace un análisis profundo del verdadero significado político, social, religioso, económico y moral de los grandes internados creados en París y otros lugares de Europa a mediados del siglo XVII, en su libro “Historia de la locura en la época clásica”.
Él demuestra a través de diversas fuentes históricas cómo el modificar el antiguo significado de la locura y convertir el mismo en sinónimo de la pobreza, de la incapacidad de trabajar y por lo tanto del “desorden” (justificación utilizada para la exclusión severa de una parte de la población del resto de la sociedad) fue una idea de orden monárquica y burguesa, concerniente a estructuras sociales del mundo clásico en conjunto, donde la miseria no tenía cabida.
El miserable era un efecto del desorden y por lo tanto, un obstáculo del orden. La miseria no debía aliviarse sino, suprimirse. Agregada a la pobreza como tal, la caridad era también un desorden. Pero, si la iniciativa privada, a través de la caridad, ayudaba a reprimir la miseria, entonces se inscribiría en el orden, y la obra tendría un sentido. Una fecha puede servir de guía: 1656, año en el que se decretó la fundación en París del “Hopital Général”. Todos los ciudadanos de París debían estar al servicio de los pobres “de todos los sexos, lugares y edades, de cualquier calidad y nacimiento, y en cualquier estado en que se encuentren, válidos o inválidos, enfermos o convalecientes, curables o incurables.” A primera vista, se trataba solamente de una reforma, o apenas de una reorganización administrativa, sin embargo, nunca se precisó claramente cuál era su estatuto, ni qué sentido tenía esta vecindad, que parecía asignar una misma patria a los pobres, a los desocupados, a los mozos de correccional y a los insensatos, por lo que los miserables, casi que de un día para otro, fueron excluidos de la sociedad con mayor severidad que los mismos leprosos.
En estos lugares, los pobres vivían en pésimas condiciones: desnudos o en el mejor de los casos cubiertos de harapos, mal alimentados, privados del aire para respirar y del agua para calmar su sed. Se encontraban en recintos estrechos, sucios, infectos y sin luz.
Desde luego, un hecho está claro: el Hópital Général no era un establecimiento médico. Era más bien una estructura semijurídica, una especie de entidad administrativa, que al lado de los poderes de antemano constituidos y fuera de los tribunales, decidía, juzgaba y ejecutaba. Era un extraño poder que el rey estableció entre la policía y la justicia, en los límites de la ley: era el tercer orden de la represión.
Esta estructura, propia del orden monárquico y burgués, contemporánea del absolutismo, extendió pronto su red sobre toda Francia. Un edicto del rey, del 16 de junio de 1676, prescribe el establecimiento de un Hopital Général en cada una de las ciudades del reino. Además, no sólo en Francia existían estos centros, también estaban en otros países como Irlanda, Alemania e Inglaterra.
La iglesia no fue ajena a este movimiento. Reformó sus instituciones hospitalarias y redistribuyó los bienes de sus fundaciones; incluso creó congregaciones que se proponían fines análogos a los del Hópital Général. Aprobó el gran encierro prescrito por Luis XIV, separando al mundo cristiano de la pobreza y contribuyendo así a esta tarea titánica. Según palabras del arzobispo de Tours, los miserables no eran más que “la hez de la República, no tanto por sus miserias corporales, que deben inspirar compasión, sino por las espirituales, que causan horror”.
Habían dos grandes sectores entre estos hombres de escasos recursos: los de la región del bien, que eran los de la pobreza sumisa y conforme con el orden que se les proponía; del otro lado estaban, los de la región del mal, o sea los del grupo de la pobreza no sometida, que intentaba escapar de este orden. La primera aceptaba el internamiento y encontraba en él su reposo; la segunda lo rechazaba, y en consecuencia lo merecía.
El trasfondo de la creación de estas instituciones, venía mezclado por los antiguos privilegios de la Iglesia en la asistencia a los pobres y en los ritos de la hospitalidad, y el afán burgués de poner orden en el mundo de la miseria: el deseo de ayudar y la necesidad de reprimir; el deber de caridad y el deseo de castigar. Las grandes casas de internamiento se encontraban al término de esta evolución: laicización de la caridad, sin duda; pero, oscuramente, también castigo moral de la miseria. Toda una práctica equívoca cuyo sentido estaba simbolizado por esos leprosarios, vacíos desde el Renacimiento. El clasicismo inventó el internamiento casi como la Edad Media inventó la segregación de los leprosos.
Michel Foucault proporciona un amplio recorrido histórico-social de los sucesos acaecidos a causa de este gran encierro, fundamentando su tesis con diversos documentos de la época y haciendo uso de un lenguaje formal. Sustenta su escrito con diversas lecturas y menciona acontecimientos históricos sustentados por el estudio, la investigación y la reflexión inteligente. Adicional a esto, cita distintas escritos como el Discours Touching Provision for the Poor, (que define bastante bien el significado de la miseria) y nombra sucesos que tienen una relación importante con el tema de estudio, como los motines de París, Lyon y Rúan.
Este es un breve resumen de un libro que sin duda alguna, todo amante de la historia debe leer.