En el camino de regreso a casa, hablábamos de cuánto nos divertimos viendo esto o aquello. Mientras nosotros habíamos estado en la feria divirtiéndonos, comiendo e incluso participando en concursos donde uno lanzaba unos dardos a un blanco, o trataba de encestar una pelota que giraba en todas direcciones por los regalos que podía uno ganar, Julia siempre salía sin nada, con las manos vacías pero con historias como “parece que me voy a casar a los treinta años”, “voy a tener cuatro hijos”, “voy a ser viuda a los cuarenta, pero mi esposo me va dejar una suma cuantiosa de herencia”, “voy a morir joven”, “cuando tenga 22 voy a sufrir una enfermedad de la que podré morir, pero si logro salvarme, entonces voy a ser millonaria y veré a mi familia crecer y veré nietos y bisnietos.” Nosotros todos nos reíamos de sus ocurrencias y nos burlábamos de ella. Pero ella estaba tan convencida de lo que decía, y lo afirmaba con tal seguridad que muchas veces nos hizo sentir seguros de que eso iba a pasar con ella.
Fuimos creciendo, y nos fuimos olvidando de esas cosas. Al hacernos más adultos, muchos salimos del pueblo a estudiar en otras ciudades. En épocas de navidad y año nuevo, nos reencontrábamos en nuestro pueblo natal y conversábamos de cómo nos había ido en ese año. Julia siempre me tuvo una gran confianza y me contaba cosas muy personales y muchas veces me pedía consejo sobre diversos asuntos. Entre las intereses de ella, estaba el esoterismo. Siempre me contaba de personas que tuvieron experiencias espirituales de diversa índole y cómo esas experiencias habían afectado de una u otra manera la vida de ellas. Yo no la criticaba por eso. Sin embargo, los demás miembros de nuestro grupo continuamente opinaban que estaba un poco loca y hasta se lo decían en su cara y hacían mofa de ella. Ella continuaba leyendo artículos esotéricos, comprando piedras de diversos colores para canalizar energías, rituales para atraer la prosperidad y otras cosas acerca las cuales no soy muy versado.
Cuando Julia se fue a la capital a estudiar enfermería en la universidad, no teniendo familiares allí, tuvo que irse a vivir en una residencia. Ella estudiaba en la mañana y luego en la tarde daba clases a niños y con lo que ganaba se ayudaba para sus gastos y el pago de la residencia, ya que el dinero que le enviaban sus padres era insuficiente para cubrir todos los gastos. En la noche, ella estudiaba y realizaba los trabajos que le asignaban en la facultad.
La dueña de la casa donde ella vivía, Doña Celia, leía las cartas del tarot y tenía una clientela bastante numerosa. Las personas que acudían por consejo a través de la lectura del tarot eran personas de negocios, millonarios algunos, médicos, abogados, jueces y militares de rango alto y sus esposas.
Esto que me contó Julia fue sorprendente para mí, pues siempre había pensado que quienes recurrían a la ayuda de adivinos eran personas más bien con poca instrucción, pobres y supersticiosas. Entre quienes acudían asiduamente a la consulta del tarot, un poco más de la mitad eran mujeres, el resto hombres. La dueña de la casa era exitosa en lo suyo, había que pedir citas porque su agenda siempre estaba apretada y Doña Celia ganaba mucho dinero con este oficio.
Mi prima Julia se hizo muy amiga de esta señora. Su interés en esto se manifestó desde la niñez. Interesada como estuvo perennemente en ese tipo de cosas, un día le hizo saber a Doña Celia que ella quería aprender a leer el tarot. La mujer le contestó “si tienes interés, yo te puedo enseñar” Inmediatamente le dio un libro para que lo leyera. En dicho libro explicaban los significados de todas las cartas y lo básico de las lecturas. También le dijo “tienes que comprarte tus propias cartas”.
Julia emocionada, salió inmediatamente a comprar sus cartas de Tarot. Cuando le informó a Doña Celia que había comprado sus cartas, la señora le pidió que viniese como a las diez de la noche al cuarto de las consultas para conversar, allí le preguntó la edad, la fecha de nacimiento y algunas cosas de índole personal, luego la llevó a la terraza y le dijo que dejara el mazo de cartas extendido sobre la mesa que estaba allí, pusieron un vaso de agua con sal al lado, hicieron ciertas invocaciones y dejaron las cartas extendidas a la luz de la luna toda aquella noche. Al día siguiente, la mujer le dijo a Julia que recogiera sus cartas y comenzara a sacar una carta diaria en la mañana para saber cómo le iría en el día. Julia lo hacía así diariamente y Doña Celia la orientaba acerca del significado, qué podría ocurrir y sobre qué cosas tendría Julia que estar precavida, qué lugares o personas evitar y otros consejos. Julia leía el libro del tarot y su lectura y práctica la hacían acostarse muchas veces a la una de la madrugada.
Doña Celia, la dueña de la casa y maestra de Julia, estaba muy satisfecha, contenta y asombrada por el interés y devoción que manifestaba su pupila. Un día le dijo a Julia que la acompañara en las consultas que ella le hacía a la gente para que aprendiera con la práctica. Mientras estaba en la consulta, le presentaba a Julia a sus clientes y les explicaba que ella era una aprendiz. Cuando tiraba las cartas, ella le pedía a Julia que diera la interpretación y luego ella corregía si había algo que corregir. Sin embargo, Julia avanzaba muy rápido y su progreso era admirable.
Después de algunos meses de entrenamiento, Julia comenzó a tener algunos clientes. Primero llegaron las compañeras de la universidad, luego algunas profesoras, luego las amistades de ellas. Pronto su nombre comenzó a ser conocido entre los aficionados del tarot. Julia dejó de dar clases y dedicaba las tardes, hasta entrada la noche, a leer las cartas. Ella estaba emocionada y feliz, y lo mejor, estaba ganando suficiente dinero. La dueña de la casa también estaba contenta. Casi siempre invitaba a Julia a presenciar sus consultas y tenía la interpretación de ella en estima. Parecía que Julia había encontrado su lugar en el mundo y su misión en la vida.
Un día la dueña de la casa tuvo que salir a otra ciudad y ausentarse un par de días. Era sábado en la mañana y Julia limpiaba la sala de la casa y el cuarto donde hacían las consultas. Como a las once de la mañana, una de las clientes de Doña Celia llegó, entre iracunda y angustiada, solicitándola para una consulta urgente, estaba metida en un gran aprieto personal. Quería hablar con ella de inmediato. Necesitaba con urgencia saber lo que las cartas del tarot podían aconsejarle en ese momento de desesperación. Julia le informó que la Doña había salido de la ciudad y que regresaría en dos días. La cliente le dijo “entonces hazme tú la consulta, tú has estado presente cuando la Doña me consulta y yo he visto que sabes bastante, y hasta la Doña me ha dicho que no había conocido a alguien con más potencial que tú.” Julia le respondió “Sí, pero usted es cliente de la Doña, sería una falta de respeto de mi parte atender a sus clientes sin su permiso.” La mujer entonces le preguntó a Julia si podía conseguirle el número de teléfono del lugar donde estaba Doña Celia para comunicarse con ella. Julia buscó una agenda, consiguió el número telefónico y se lo dio a la cliente. Esta le pidió prestado el teléfono a Julia, llamó a la Dueña, inmediatamente le dijo a Julia, “ven al teléfono, quiere hablarte” Julia tomo el auricular y escuchó la voz de Doña Celia que la autorizaba a hacer la lectura.
De inmediato Julia la hizo pasar al salón y se preparó para realizar la consulta. La lectura de las cartas comenzó como habitualmente sucedía. La cliente tomó el mazo en sus manos, lo dividió en dos partes, y luego Julia lo tomó en sus manos y comenzó arrojando dos cartas a la mesa. Comenzó a decirle cuáles eran las perspectivas presentes y en qué sentido se podía presentar el porvenir, todo de manera muy general. La cliente, sin embargo, la interrumpió abruptamente y le dijo “tengo un gran problema, descubrí que mi marido tiene otra mujer, una amante con la que ha estado malgastando nuestro dinero y desfalcando nuestro negocio. Quiero ver la manera como parar esto ya, sin que yo salga perjudicada.”
Julia se dispuso a consultar las cartas sobre el asunto pero en el momento en que lanzó la primera baraja a la mesa, sintió un escalofrío que le bajó de la cabeza a los pies, su piel se erizó y su cuello se volvió rígido, sintió su lengua trabarse y también que perdía el control de sus manos. Ella se percató de que estaba lanzando las cartas a la mesa involuntariamente, una tras otra, mientras oía una voz extraña que le hablaba susurrándole al oído las palabras que tenía que decir. Cada vez que la voz resonaba en su oído, ella sentía un estremecimiento en su estómago, y su piel volvía a erizarse, las palabras le salían de su boca espontáneamente, sin que ella pudiese controlar nada. En medio de ese trance, pudo decirle a la cliente: ”La mujer con quien su esposo tiene una relación es una empleada de confianza de su negocio. Entre los dos han hecho desfalcos importantes y en estos momentos acaban de almorzar y van camino a un hotel que está ubicado en tal lugar donde van a pasar toda la tarde juntos. Esta es su oportunidad” y le relató todos los detalles de la trama como si los estuviera viendo con sus propios ojos. Apenas terminó Julia de hablar, cuando la cliente se levantó de un salto de la silla, le agradeció apresuradamente a Julia y se marchó de inmediato. Cuando Julia la despidió y cerró la puerta, entró en shock. Comenzó a llorar desaforadamente mientras el recuerdo de lo que le había pasado le provocaba nuevos escalofríos. Cada vez que recordaba la voz que le había susurrado en sus oídos todas las cosas, temblaba de miedo. Todo su cuerpo, pero en especial sus manos, estaban helados. Lloró sin poder controlarse toda la tarde.
Esa noche tomó sus cartas del tarot y las sacó del cuarto, tomó los libros de tarot que le había prestado Doña Celia y algunos que ella misma había comprado y los colocó en el estante donde estaba el resto de los libros. En ese mismo momento tomó la decisión de abandonar todo lo referente al tarot y el esoterismo.
Doña Celia regresó a casa el lunes en horas de la tarde. Su rostro tenía una expresión de gozo y de curiosidad a la vez. Felicitó a Julia por la lectura que había hecho. Ya la cliente le había detallado todos los pormenores de lo ocurrido durante la lectura del tarot y también le había informado que había tomado las acciones legales pertinentes para quitarle al marido todas las funciones de mando, las responsabilidades y poderes del negocio, y los había asegurado para ella misma asumir el control total de todas las operaciones financieras y laborales. Además, con la información obtenida pudo sorprender al marido y a su amante en el lugar donde Julia le había señalado, pudiendo llevar testigos y obtener pruebas judiciales con las que obtendría un divorcio muy ventajoso para ella. En un sobre Doña Celia le entregó una cantidad de dinero nada despreciable y le dijo “Toma, es el regalo que te mandan por tu gran ayuda, ¿cómo lo hiciste?”.
Julia entonces le contó todo muy detalladamente y le relató cómo comenzó, todo lo que sintió y el horror de haberse visto aprisionada y dominada por un poder muy superior a sus fuerzas. Seguidamente le manifestó su deseo de no tener nunca más, nada que ver con ese tipo de actividades. Doña Celia, sonriendo pero algo inquieta, le dijo “estás loca Julia, no sabes lo que dices, toda la vida he querido tener una experiencia como la tuya y no lo he conseguido, el espíritu del tarot te está hablando. ¡Considérate afortunada! Tú ya no tendrás necesidad de interpretar ni tratar de descubrir qué quieren decir las cartas, el espíritu del tarot te lo dirá todo, tú podrás ganar mucho dinero, más de lo que ganarías -después que te gradúes- en toda tu vida trabajando de enfermera. No seas tonta, llegaste muy lejos, no puedes abandonar ahora.” Pero Julia no oyó razones. Abandonó completamente todo lo que había representado para ella esa búsqueda de lo sobrenatural y trascendental.
Nunca más se acercó a una carta de tarot.