El Corán establece normas jurídicas y político-sociales que abarcan todos los aspectos de la vida individual y colectiva y reflejan más que las estrictamente religiosas las costumbres preislámicas.
El homicidio y las lesiones físicas se castigan con la venganza; para el bandidaje, el hurto y el adulterio, el uso del vino, y cualquier otra bebida embriagadora, hay establecidas penas que oscilan la muerte a la imputación de una mano, los azotes y otros castigos menores. Las normas sobre las familias que en la sociedad islámicas no tienen papel fundamental son menos numerosas y precisas que las referentes al matrimonio; este se considera un contrato disoluble que no excluye, por parte del varón, la legitimidad de la poligamia, de todos modos, las esposas legitimas no pueden ser más de cuatro ni la licitud del concubinato.
La mujer aunque formalmente respetada, está considerada una criatura inferior al varón, por lo que su capacidad jurídica es limitada. Por consiguiente el varón tiene el derecho y el deber de tutelarla. La poligamia tiene que considerarse también según este punto de vista, además del que alude a la ambición de una descendencia numerosa, preferiblemente masculina. En efecto, el nacimiento de un varón se celebra con alegres ritos; solo al niño se le reserva el privilegio de educación religiosa y profesional. A pesar de su misoginia, el Corán condeno la antigua costumbre de sepultar vivas a las recién nacidas no querida, aunque no se sustrajo a la mujer de una tediosa clausura domestica ni la de absoluta ignorancia. Con la familia islámica, lo mismo con la preislámica, viven algunos esclavos, la ley los admite, pero favorece y aconseja en varias formas su liberación. El correlato ´político y social del monoteísmo es la comunidad unitaria umma; por consiguiente, es necesario combatir el particularismo tribal, ante todo el del pueblo árabe y a continuación el de los musulmanes de todos los países conquistados.
El proceso de formación de la comunidad universal, extendiéndose luego hasta llegar a una comunidad universal iniciado y orientado por Mahoma, se desarrolló con una gran rapidez en el transcurso de un siglo, el dominio de los árabes se extendió sin solución de continuidad desde el atlántico a Pakistán y a las fronteras de china, conservando una huella nacional, que solo más tarde fue atenuándose y modificándose también en el campo religioso bajo la influencia de los diferentes pueblos sometidos. La unificación comunitaria se basó en la fe en las prescripciones legales codificadas en el Corán y en la lengua litúrgica el árabe. El marco institucional de los primeros tiempos se mantuvo, pues relativamente uniforme en sus estructuras y en su espíritu, incluso cuando desde arabia se extendió a escala mundial. El mundo islámico que cuenta con casi quinientos millones de fieles se conserva hoy menos lejanos de su origen árabe que el cristiano respecto al judío. La ordenación política de la comunidad delineada por el profeta fue progresivamente completada por sus sucesores, los califas khalifa, vicario, sucesor del envidiado allah. Paso de las primitivas estructuras patriarcales bajo los cuatro primeros kalifa electivos, residentes en medina (632-661) a unas formaciones estatales más complejas adecuadas para gobernar un imperio de dimensiones mundiales, bajo los califas hereditarios de la dinastía de los omeyas, residentes en damasco (661-750), y luego de los abasidas, residentes en Bagdad (750-1258).
La preponderancia del elemento árabe en la comunidad se conservó hasta el final de su expansión, alcanzada hacia mediados del siglo XIII. Luego se fue atenuando gradualmente, por la continua introducción en la clase dirigente de elementos extranjeros islamizados (mawali). Sobre todo persas, sirios, turcos, árabes, y españoles. Un fenómeno analógico se registra en la historia de todos los imperios que abarcan sus límites pueblos de culturas diferentes y evolucionadas.
La comunidad islámica ha sido considerada correctamente una teocracia laica (ya que no existe sacerdocio) e igualitaria (pues todos los creyentes son iguales ante la ley). El sumo poder corresponde a allah, que ha delegado en el profeta mediante un pacto, recogido en el Corán, haciendo de los árabes su pueblo elegido. A la muerte del profeta, la delegación paso a sus sucesores, los califas. El califa une en su persona un poder religioso y el político, entre los que no existe una delimitación precisa. Es comandante y príncipe de los creyentes ( amir almuminin)dirige la oración (man) manveces, de hecho, soberano. Con el tiempo, los califas traspasaron a otros el ejercicio de sus poderes, ya que en su origen habían sido inalienables: la dirección de la oración fue confiada a los imanes, la administración de justicia a los cadíes el mando de los ejércitos a los amir (amires).
Para los diversos de la administración se construyeron además unas oficinas o ministerios especiales (diwan), la cancillería, el tesoro los correos, las informaciones y otros. Gozaban de una gran autoridad el recaudador de impuestos (amil) y el muthasib, el que ordena el bien y prohíbe el mal, personaje que reunía las atribuciones de operaciones mercantiles, actividades esenciales en la sociedad musulmana. Mahoma había nacido en una ciudad de mercaderes, el mismo había ejercido el comercio y no había renegado nunca de su ocupación; antes bien en el Corán aparecen reflejados algunos aspectos de la actividad mercantil.
La islámica establecía una neta distinción entre los musulmanes y no musulmanes (infieles). Estos eran tolerados, que quedaban en un estado de inferioridad, consistente sobre todo en un trato fiscal más gravoso , así como los musulmanes solo estaban sometidos al pago de la limosna legal. Que insidia sobre los terrenos o bien sobre los bienes o muebles. Los infieles pagaban además de aquella, que para ellos naturalmente, no tenía carácter religioso, un impuesto personal que en proporción resultaba más o menos para los menos dotados. Que en ello provoco en los países conquistados numerosas conversiones al islámico (especialmente en el agro). Pero también de revueltas y fugas de campesinos a las ciudades donde era más fácil eludir la tasación. Las condiciones de vida erran más dignas para las llamadas agentes del libro, es decir aquellos cuya fe religiosa se basaba en un texto revelado: la biblia de los judíos y de los cristianos o el Avesta de los zoroástricos .
La igualdad jurídica-y religiosa no impidió la constitución de clases sociales profundamente diferenciadas en materias de prestigio y de recursos económicos. En la vida económica social y por consiguiente en la cultura del mundo islámico, las ciudades ocuparon preminente respeto al agro.
Bibliografía:
EL NACIONAL “Historia Universal” Editorial Planeta DeAgostini S.A., 2001, España
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