Llegar a Caracas como parte de la Misión Médica Cubana en este gran pais fue como aterrizar en un planeta desconocido, aún cuando el idioma era familiar. El ritmo frenético de la ciudad, tan diferente al de mi Habana, me dejó un poco abrumado al principio. Necesitaba un respiro, un escape a la vorágine urbana. Y entonces, escuché hablar del Ávila.
El Ávila. Ese coloso verde que se erguía imponente sobre la ciudad, prometiendo paz y tranquilidad. Me habían contado leyendas, historias sobre sus picos, sus senderos, su mística. Mis amigos venezolanos me habían pintado un cuadro de un lugar mágico, un refugio en medio del caos. Y decidí ir a comprobarlo por mí mismo. La siguiente foto la tomé de google para que vean de lo que les hablo.
Mi primera impresión fue la magnitud. Desde la base, el Ávila se imponía, una masa verde inmensa que parecía abrazar a Caracas. Subir en el teleférico, para mi una de las maravillas de la ingenieria, fue una experiencia totalmente nueva y que con gusto repetiría mil veces esa subida de alrededor de 20 minutos. Curiosamente, hay que montarse en movimiento, tremenda experiencia para mis compañeras ya con poco más de edad.
La vista de la ciudad extendiéndose a mis pies, es algo que jamás olvidaré. El aire se volvía más fresco, más limpio, con cada metro que ascendíamos.
Luego vimos el sendero. La tierra húmeda bajo mis pies, el canto de pájaros desconocidos, el olor a tierra mojada y vegetación. Era una sinfonía para mis sentidos. Un mundo totalmente diferente al asfalto y el cemento que había dejado atrás. Algunos de mis compañeros dicen que en la montaña hay tigres, osos y otros animales que no son nada comunes para nosotros, que los senderistas los han visto.
Hablé con excursionistas, venezolanos en su mayoría, que me contaron historias sobre el Ávila, leyendas locales, anécdotas personales. Compartimos sonrisas, chistes, anecdotas de ambos paises y una arepa que me ofrecieron con una generosidad que solo he encontrado en esta tierra. Descubrí que la gente, en cualquier parte del mundo, es lo más interesante que se puede encontrar. No le tomé fotos porque para ellos es un poco de mala educación.
En la cima del pico emerge el Hotel Humboldt un ícono de la arquitectura venezolana, según cuentan se construyo en solo 199 días. Se quería unir la capital con el Estado La Guaira al otro lado de la montaña a travez del teleférico.
Al regresar Caracas se veía diferente, más serena, más acogedora. Llevaba conmigo la frescura del aire de montaña, el aroma de la tierra, el eco de las aves, y la calidez de la gente que conocí. El Ávila, ese gigante verde, se había convertido en un recuerdo inolvidable de mi viaje a Venezuela, espero acumular muchos más, un recuerdo que atesoraré por siempre, un pequeño tesoro de mi aventura en este país hermano. Y espero, con ansias, seguir explorando sus senderos. Si desean que siga contando mis experiencias en visitas a distintos lugares de Venezuela como colaborador de la Misión Médica Cubana en Venezuela me lo dejan saber.
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