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CASTELLANO
Como todos los días, me encontraba muy temprano por la mañana esperando en el andén el próximo tren con destino al lugar que la mayoría de las personas le guarda sentimientos variados y distintos, en muchas intensidades, porque constituye un alto porcentaje de su vida y es innegable que nos sintamos influenciados emocionalmente cuando pasamos tantos momentos que nos marcan la existencia, el trabajo. Iba pensando sobre el capitulo en el que había culminado mi última lectura de un libro que por excelencia forma parte de las historias que más me han agradado por su parecido con la realidad en la que estamos viviendo actualmente en el mundo; cuando de repente sentí en mi hombro izquierdo un golpe que interrumpió el flujo continúo de ideas e incertidumbres que lloviznaban en mi mente.
– ¿Qué pasó? —escuché en tono desafiante sin voltear la mirada—.
Al principio pensé que posiblemente era alguien conocido que me estaba haciendo algún tipo de broma, con la que estamos acostumbrados en mi ciudad a saludarnos por tratarse de una urbe un tanto violenta que tiene a sus habitantes inmersos en un constante trauma emocional que es drenado por este tipo de juegos en forma de comedia quizás para liberar estrés o también por el hecho de que estamos culturalmente influenciados por una mala costumbre de ver todo positivamente sin importar los problemas que afectan nuestra sociedad. En efecto se trataba de una broma.
Un compañero de trabajo al que yo mentalmente llamo Euclides, es de esas personas a las que enjuiciamos internamente y le colocamos un nombre a su personalidad y aspecto físico, por lo general les llamamos de esa forma porque es el nombre al cual más se nos asemeja. Yo le veía cara de Euclides y así le voy a llamar en esta breve historia. Le saludé con una sonrisa disimulada para no darle a entender erróneamente que me molestaba en algo el gesto cómico que tuvo conmigo, pero si para disimular la molestia que me causa ser interrumpido cuando me encuentro inmerso en un diálogo interno y así no causar una impresión negativa en las demás personas que quizás no entenderían esto.
– Te mandé lo de la rifa que estoy haciendo al teléfono —dijo Euclides con una sonrisa disimulada en su faz perturbada— cuando tengas tiempo la revisas.
– Si, yo la ví —respondí ocultando mi sonrisa— pero descargo el video cuando llegue al trabajo y puesa conectarme a internet.
Euclides estaba realizando una rifa de un televisor para recaudar fondos económicos con los cuales pudiese optar a comprar el domicilio en el que se encuentra alquilado junto con su hijo y su esposa, pues le habían notificado hace un tiempo que de no poder adquirir el inmueble sería desalojado para proceder a su venta. Era una situación que no escapa de la realidad de muchas personas en la ciudad, que se hizo común hace algunos años motivado al constante flujo de migración al exterior del país, pues la economía azotaba vorazmente y quienes tenían algo buscaban de venderlo para poder rehacer sus vidas en otro espacio donde aspirarían el progreso.
Esta fue la razón que invadió mi juicio para tomar una acción tan frívola para desalojar a una familia de un hogar, y que a mi parecer no tenían ningún motivo evidente para ser desalojados porque el compromiso y la dedicación de Euclides en el trabajo hablaban muy bien por sí solas de su valor humano, pero más allá de ahí no conocía otro motivo que fuera un imperativo causante de tal desgracia. Mientras Euclides seguía dándome los detalles de la lotería realizada, podía notar su preocupación evocada desde su mirada inquieta que revoloteaba de un lado para otro así como los pensamientos que cruzaban en mi imaginación entorno a su problema.
En ese momento llegó el tren con prisa, lo abordamos y seguimos la conversación entre el tumulto de personas que iban hacia el mismo destino que nosotros, con una mirada llena de pesar porque ya era costumbre viajar por el subterráneo con una atmísfera sofocante generada por la mala ventilación del sistema ferroviario y el clima de esta época del año donde llevábamos ya unas cuántas decenas de días sin conocer nuevamente el frescor que deja la lluvia en el ambiente. Había un malestar general provocado por el transporte público desde hace ya mucho tiempo, lo que generó muchos tropezones al momento de entrar buscando el mejor sitio para continuar la tertulia cotidiana de la que muchas personas hablan a diario.
– Espero que el Metro por lo menos vaya rápido —dijo Euclides mientras yo aprobaba su comentario con un ademán de concertación— porque últimamente ha estado lento el servicio.
– No lo digas muy duro —respondí inturrempiendo— mira que puede que además del calor también tenga retraso.
– Coño, si —dijo él mientras hizo una pausa como si algo le hubiese atravesado la memoria en ese instante, y comentó— sabes que le escribí una carta a Mazzarello para ver si recibía una ayuda de él.
Yo no mencioné ninguna palabra, no porque no tuviera nada que decir, sino más bien por el hecho de que he aprendido a lo largo de mi existencia a quedarme callado y no expresar mis pensamientos para ecitar la mayor cantidad de problemas posibles, claro, siempre y cuando no se esté cometiendo una injusticia o se esté vulnerando la libertad de una persona; porque he conocido tanta gente a la que no le gusta escuchar la realidad en la que son percibidos que sólo les agrada la mentira o el silencio, y eso los hace felices. Euclides se estaba refiriendo al presiente de la empresa donde trabajamos, quien es un sujeto que por redes sociales se percibe como alguien excéntrico que también ha declarado en numerosos programas de televisión ser alguien atípico y diferente del resto de las personas, generando en la opinión pública una imagen de carisma y personalidad auténticos que lo resaltan entre las diversas caras que conocemos según su fama; o al menos eso es lo que he escuchado de Mazzarello porque yo no lo conocía antes de comenzar a trabajar allí, sino cuando mi mamá se enteró que yo trabajaría en esa empresa y me mencionó por primera vez su apellido.
Yo no soy una persona que está muy enterada de las personas que manejan las instituciones y empresas del país, porque no estoy inmerso dentro de sistema comunicacional tanto en las redes sociales como en los medios convencionales como la radio o la televisión; no me llama la atención tanto conocer la vida de otra persona antes de conocer la propia, y menos la vida de alguien con poder y dinero. Entre conversaciones aleatorias que surgieron luego de aquel silencio significativo, sin haber hablado más de aquel tema desgraciado, llegamos a nuestro destino; nos apresuramos a bajar porque justamente ese día el destino quería que llegásemos temprano a laborar y el conductor del tren que nos transportaba parecía que no tenía mucho tiempo para jugar con el de los demás, y por eso no tardaba entre estación y estación.
A partir de este momento no conversamos más hasta que llegamos a la empresa y cada quien tomó su camino rumbo a su posición de trabajo como máquinas automatizadas que una vez pisado el frío mármol de la entrada y aspirado el denso aire del ambiente, nuestras miradas se perdieron entre los largos pasillos que no se nos ocurrió despedirnos con la certeza de que nos encontraríamos nuevamente en las faenas de nuestras obligaciones. Sus pasos iban pesados, lo noté al verlo caminar delnte de mi y no porque se escuchara el tronar del caucho de sus suelas, sino porque parecía que le causaba un esfuerzo enorme levantar un pie después del otro luego que los colocara en el suelo; era como si con cada paso que daba alguien le añadía cien gramos de arena a sus medias y le colocaba un kilo de culpa al tronar de su espalda. En ese instante imaginé lo que pasaba por su mente: ¿Qué estaría pensando en ese momento? ¿En si lograría vender todos los números de la rifa para el tiempo que le dieron para desalojar a su familia? ¿En si las personas con fama, poder y dinero tendrían el tiempo y el interés de ayudarle con su problema? ¿En cuál sería el devenir de su familia al momento de no poder completar el dinero?.
No me preocupaba tanto la forma en que pudiese resolver su situación, sino de dónde sacaría las fuerzas para poder cumplir con sus obligaciones dentro de la empresa con tal problema circulando en sus pensamientos, sin embargo siguió caminando hacia el inevitable destino al que su vida está condenada por los momentos. No me conmovió su situación, no soy de esos que se conmueven con desgracias, sino la forma en que a pesar de esto una persona puede seguir viviendo su vida como si nada estuviera pasando y responder a los saludos concurrentes ¿Cómo estás? con la misma respuesta vacía y lejana de siempre: Bien.
ENGLISH
Like every day, I was very early in the morning waiting on the platform for the next train bound for the place that most people keep varied and different feelings, in many intensities, because it constitutes a high percentage of their lives and it is undeniable that we feel emotionally influenced when we spend so many moments that mark our existence, work. I was thinking about the chapter in which I had finished my last reading of a book that par excellence is part of the stories that have pleased me most for its resemblance to the reality in which we are currently living in the world, when suddenly I felt in my left shoulder a blow that interrupted the continuous flow of ideas and uncertainties that drizzled in my mind.
- What happened? -I heard in a defiant tone without turning my eyes.
At first I thought it was possibly someone I knew who was playing some kind of joke on me, which we are used to greeting each other with in my city because it is a somewhat violent city that has its inhabitants immersed in a constant emotional trauma that is drained by this kind of games in the form of comedy perhaps to release stress or also by the fact that we are culturally influenced by a bad habit of seeing everything positively regardless of the problems that affect our society. It was indeed a joke.
A co-worker that I mentally call Euclides, is one of those people that we internally judge and give a name to their personality and physical appearance, usually we call them that way because it is the name that most resembles us. I saw his face as Euclid and that's what I'm going to call him in this brief story. I greeted him with a disguised smile so as not to give him the wrong impression that the comical gesture he made to me bothered me at all, but to hide the discomfort that it causes me to be interrupted when I am immersed in an internal dialogue and thus not to cause a negative impression on other people who might not understand this.
I sent you the raffle I'm doing on the phone," said Euclides with a smile disguised on his troubled face, "when you have time you can check it out.
Yes, I saw it -I answered hiding my smile- but I'll download the video when I get to work and connect to the internet.
Euclides was holding a raffle for a television set to raise funds to buy the house where he is renting with his son and wife, as he had been notified some time ago that if he could not buy the property he would be evicted to proceed with its sale. It was a situation that does not escape the reality of many people in the city, which became common some years ago due to the constant flow of migration to the exterior of the country, because the economy was ravaging and those who had something were looking to sell it in order to rebuild their lives in another space where they would aspire to progress.
This was the reason that invaded my judgment to take such a frivolous action to evict a family from a home, and that in my opinion they had no evident reason to be evicted because Euclides' commitment and dedication to work spoke very well by itself of his human value, but beyond that I knew of no other reason that was an imperative to cause such a misfortune. As Euclid continued to give me the details of the lottery conducted, I could notice his concern evoked from his restless gaze that flitted back and forth as well as the thoughts that crossed my imagination surrounding his problem.
At that moment the train arrived in a hurry, we boarded it and continued the conversation among the crowd of people who were going to the same destination as us, with a look full of regret because it was already customary to travel on the subway with a suffocating atmosphere generated by the poor ventilation of the railway system and the weather of this time of the year where we had already been a few dozen days without knowing again the freshness that the rain leaves in the atmosphere. There was a general discomfort caused by public transportation for a long time now, which generated many stumbles at the time of entering looking for the best place to continue the daily chatter that many people talk about every day.
I hope the Metro at least goes fast - said Euclides while I approved his comment with a nod of agreement - because lately the service has been slow.
Don't say it too hard," I replied inturrurring, "maybe it's not only the heat but also the delay.
Hell, yes," he said as he paused as if something had pierced his memory at that moment, and commented, "you know I wrote a letter to Mazzarello to see if I could get some help from him.
I did not mention any words, not because I had nothing to say, but rather because I have learned throughout my existence to keep quiet and not express my thoughts in order to cause as many problems as possible, of course, as long as an injustice is not being committed or a person's freedom is being violated; because I have met so many people who do not like to hear the reality in which they are perceived that they only like lies or silence, and that makes them happy. Euclides was referring to the president of the company where we work, who is a guy who is perceived through social networks as someone eccentric who has also declared in numerous television programs to be someone atypical and different from the rest of the people, generating in the public opinion an image of authentic charisma and personality that highlights him among the different faces we know according to his fame; or at least that is what I have heard about Mazzarello because I did not know him before I started working there, but when my mom found out that I would be working in that company and mentioned his last name for the first time.
I am not a person who is very aware of the people who manage the institutions and companies of the country, because I am not immersed in the communication system both in social networks and in conventional media such as radio or television; I am not so interested in knowing the life of another person before knowing my own, let alone the life of someone with power and money. Between random conversations that arose after that significant silence, without having spoken more about that unfortunate topic, we arrived at our destination; we hurried to get off because that day destiny wanted us to arrive early to work and the driver of the train that transported us seemed not to have much time to play with other people's lives, and that is why he did not take long between stations.
From that moment on we did not talk any more until we arrived at the company and each one of us went on our way to our work position like automated machines that once we stepped on the cold marble of the entrance and inhaled the dense air of the environment, our glances were lost among the long corridors that did not occur to us to say goodbye with the certainty that we would meet again in the tasks of our duties. His steps were heavy, I noticed it when I saw him walking in front of me and not because I could hear the rubber of his soles thundering, but because it seemed that it caused him an enormous effort to lift one foot after the other after he placed them on the floor; it was as if with each step he took someone added a hundred grams of sand to his socks and placed a kilo of guilt to the thunder of his back. In that instant I imagined what was going through his mind: What would he be thinking at that moment? Would he be able to sell all the raffle numbers for the time he was given to evict his family? Would people with fame, power and money have the time and interest to help him with his problem? What would be the fate of his family when he was unable to make up the money?
I was not so much concerned about how he could solve his situation, but where would he get the strength to be able to fulfill his obligations within the company with such a problem circulating in his thoughts, however he continued walking towards the inevitable destiny to which his life is condemned for the moment. I was not moved by his situation, I am not one of those people who are moved by misfortunes, but by the way in which in spite of this a person can continue to live his life as if nothing was happening and respond to the concurrent greetings How are you? with the same empty and distant answer as always: Fine.
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