De mis múltiples intentos por pasarlo —3 veces. Uno en la consola de un amigo y dos veces en mi PC porque perdí mi primera partida mientras estaba atascado en Anor Londo—, me quedó la importante lección de que Dark Souls realmente no es para nadie. Es tu compromiso lo que acabará haciéndote merecedor de completarlo.
La primera vez no estaba en condiciones para pasarlo de forma óptima. La segunda, tenía bien entendidas las mecánicas y estaba habituado a que el juego me trolleara. Pero la tercera, esta partida, fue relativamente fácil. Memoricé cómo enfrentar cada reto que acababa de completar y después de pasar el mismo punto en Anor Londo, entendía mejor mis limitaciones y estaba tan aclimatado que tomé decisiones para facilitarme el camino. Casi ninguna parte me causó estrés después de ese punto.
La forma en la que derroté a Gwyn en ese tercer intento, tan fácil como luce, fue porque los primeros dos me enseñaron exactamente lo que debía evitar y lo que debía aprovechar. No soy el mismo jugador que fui hace 8 años en esa Xbox 360 prestada, y definitivamente no soy el mismo que era al empezar hace un par de meses.
Por eso es tanto masoquismo. Amamos que nos haga sufrir, porque así se valora más cuando tenemos victorias.