Mi a abuelo, Agustín Guerrero, era un Canario que se enamoró de una cubana criolla allá por las montañas de la Sierra Maestra. Junto con el amor de su guajira, se le metieron en el pecho otras pasiones. Ahorró dinero, compró un pedazo de monte y allá, en el corazón de la Sierra, le creció un cafetal y una familia numerosa. Dicen mis tíos que en medio de sus plantaciones, se le escuchaba cantar coplas, punto cubano o corridos mexicanos. Al parecer, aquel migrante canario, era feliz en lo intrincado del monte cubano.
Aún lo recuerdo, a pesar de que hace mucho que se fue a la otra vida, lo recuerdo enorme y bondadoso. Apasionado por la música, las cosechas, las mujeres; pero su gran pasión siempre fueron sus gallos de pelea. A esos les dedicaba las primeras horas de cada día. Ese era el momento de alimentarlos, acariciarlos, entrenarlos para la pelea.
Los tenía de varias razas: pintos, cornis, giros, indios, malayos, etc.
Para él, el gallo de pelea era un símbolo de gallardía masculina. Una imagen del hombre que no le teme a nada y vive para el honor y los amores.
Uno de aquellos domingos de guateque, donde las peleas de gallos eran el centro de atención de los guajiros, mi abuelo se presentó con su mejor gallo; un gallo giro, fuerte y hermoso, que prometía ser un ganador.
Y no defraudó, aquel animal peleaba como gladiador, esquivaba los golpes de su adversario, con destreza y asestaba espuelazos contra su oponente con tanto acierto que provocaba las exclamaciones de entusiasmo entre los fanáticos.
Ese cuadro se repitió durante meses: guateques, peleas, victorias, hasta que un domingo oscuro de noviembre, el gallo giro cayó herido. Mi abuelo sintió que la espuela del otro, también entró en su pecho. Cuando el giro cayó, también cayó mi abuelo.
No les cuento esta historia con tristeza, sino con nostalgia porque cada vez que encuentro un gallo de pelea, recuerdo la gallardía de aquel guajiro canario, cada vez que veo a uno de esos gallos cantar, pienso en mi abuelo y lo recuerdo feliz entre sus cafetales, cantando coplas, punto cubano o corridos mexicanos y sé que él fue un hombre feliz, un hombre, un gallo de verdad.
las fotos utilizadas son de mi propiedad y una descargada de Pixabay.
Mi grandfather, Agustín Guerrero, was a canary who fell in love with a Cuban Creole back in the mountains of the Sierra Maestra. Besides with the love of his Guajira, other passions were put in his chest.He saved money, bought a piece of land up on the mountain and there, in the heart of those hills, a coffee plantation and a large family grew up under his wings. My uncles say that in the midst of his plantations, he was heard singing couplets, punto cubano or corridos mexicanos. Apparently, that Canarian migrant was happy in the intricate of the Cuban mountain.
I still remember him, despite the fact that he passed to the other life, I remember him huge and kind.Passionate about music, crops, women; But his great passion was always his fighting roosters.To those birds, he dedicated the first hours of each day.That was the time to feed them, caress them, train them for the fight.
He had grew several breeds: pintos, cornis, giros, Indians, Malays, etc.
For him, the fighting rooster was a symbol of male gallantry.An image of man who fears anything and lives for honor and love.
One of those Sundays from Guateque, (a cuban traditional party) where the fighting fights were the center of attention of the Guajiros, my grandfather appeared with his best rooster; A Giro, strong and beautiful rooster, who promised to be a winner.And it did not disappoint him, that animal fought as a gladiator, dodged the blows of his adversary, with skill and spurious spuries against his opponent with so much success that caused exclamations of enthusiasm among fans.
That painting was repeated for months: Guateques, fights, victories, until a dark Sunday of November, the Giro rooster fell injured. My grandfather felt that the spur of the other fighter also entered his chest.When the giro fell, my grandfather also fell as well.
I do not tell you this story with sadness, but with nostalgia because every time I find a fighting rooster,
I remember the gallantry of that Canarian guajiro, every time I see one of those roosters singing, I think of my grandfather and I remember him happy among his coffee trees plantations, singing couplets, puntos cubanos or coridos mexicanos and I know that he was a happy man, a man, a real rooster up on the cuban hills.
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The images are mine.
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Historias como estas merecen estar escritas. Merecen novelas, libros de poemas.
Qué tierno escrito, Osmel.
Un abrazote inmenso.
Gracias hermano. Me alientan tus comentarios.