Para empezar: soy cristiana a secas. No evangélica, ni católica,ni protestante.
Para continuar: No soy religiosa, soy espiritual. Y de un tramo a otro hay una distancia abismal.
Para desarrollar: el 2 de octubre de 2024 el mundo amaneció estremecido con la noticia de que Irán había respondido con misiles balísticos hipersónicos a Israel. La respuesta se caracterizó por su precisión y velocidad. Ese día aún era presentadora de un programa de televisión y pregunté a un amigo iraní si el nombre de la operación “Promesa verdadera”, tenía consonancia con alguna parte del Corán.
En medio de su parco español y su mucho interés por conectar conmigo como una ciudadana occidental, me dijo que sí, que debía tener presente que en el libro se hablaba de Ismael y cómo cumplió la promesa siendo Mensajero de Dios. Lo anoté y dejé ese dato en reserva como había dejado la masa para hacer arepas.
Minutos más tarde me fui al Corán. Específicamente a la sura que me indicó, la número 19 intitulada “Maryam”.
Una sura dedicada a la Virgen María, la madre de Jesús de Nazaret, muy respetada y querida en la comunidad cristiana católica en Venezuela y entre quienes profesan el Islam, con la diferenciación de que en el Corán, María parió a Jesús sola en una palmera y no en un pesebre silencioso, y la agudeza de los dolores le llevaron a exclamar:
“¡Ojalá hubiese muerto antes de pasar por esto y hubiese sido totalmente olvidada!”.
María pagaba el precio de ser recordada pero en simultáneo saboreaba las mieles de ser amada al recibir desde su interior la voz de su hijo, quien desde el vientre ya hablaba en parábolas y le dijo:
“No estés triste por mi”
Y le sugirió que disfrutara de los dátiles jugosos y maduros que le ofrecía la palmera seca en la que se recostaba.
El 20 de enero de 2025, María, una secretaria que en nada se beneficiaba de ayudarme, hacía de puente entre mis papeles, lo que requería un trámite consular y mi ignorancia, y me aconsejó:
"A ver. Oración por delante y ya sabes, al pedir sé amable, muy cordial. No des nada por sentado”.
Hice caso.
El 18 de febrero de 2025 me preparaba para abordar el avión con destino a Irán. Antes de perder comunicación me despidieron dos Marías con el corazón sobrecogido de felicidad, mis dos madres que ya no me podrían cuidar, y escribí agradeciéndole a quienes hasta ese momento me habían ayudado. Entre ellos, María, esa elegante y modesta secretaria, me sentenció:
“Ningún hijo o hija de Dios está desamparado. Mantente humilde, digna y agradecida y cuando sientas que ya no puedes más, recuerda que tienes un propósito”.
El 22 de febrero formalizaba mi inscripción en una universidad para extranjeros localizada al sur de Teherán. Las profesoras del departamento me sonreían y disfrutaban de mi acento español, aunque no entendían nada.
Terminan el trámite y nos despedimos. Antes de irme, una de ellas, la más joven y risueña, callada hasta ese momento, resulta ser la única que habla español en la universidad. Se me acerca y me susurra con tierna complicidad:
“Toma, escríbeme para cualquier cosa que puedas necesitar”.
Tomo el papel, salgo de la oficina y al abrirlo veo escrito un número telefónico y debajo el nombre “Maryam”.