El perro comenzó a salivar y dejó de correr sobre el asfalto caliente para dirigirse a la casa. Desde lejos podía oler su puntual plato de comida. Entró por el pasillo y jadeante llegó a la puerta del cuarto. Con sus patas delanteras raspó la puerta y la abrió . Comió todo lo que había en el plato, bebió un poco de agua y volvió a salir a corretear detrás de las bicicletas y a ladrarle a los transeúntes .
Candita se levantó temprano, tenía que lavar una ropita del día anterior, no le gustaba usarla dos días seguidos, pero se había ido la luz y el agua no le alcanzó para lavar su único blumer, así que se acostó solo con la bata, y ese día, cuando entró el primer hilito de agua lo lavó, lo exprimió bien y lo puso detrás del refrigerador para secarlo rápido. No tenía café para desayunar pero tenía azúcar, hizo un poco de almíbar, y tibia la consumió, usándola para humedecer el pan del dia anterior. A media mañana preparó un caldo con huesos de pollo y un arroz viejo y duro de tres días, para dar de comer a su perro.
Al mediodía, se puso el blumer y se sentó en la salida del pasillo a ver pasar las personas y regañar a "Loco" cuando le caía atrás a motos y bicicletas. Así transcurrían sus días después de su jubilación y la muerte de su esposo. En la tarde, sobre las cuatro, entraba a preparar la comida y a bañarse, lavaba su blumer y lo ponía a secar detrás del refrigerador. Mientras esperaba, ponia el noticiero pero se dormía a la mitad, de todas formas, le ponía el volumen bien bajito para no oír tantas mentiras, solo veía las imágenes y admiraba la elegancia de los locutores. Cuando ya estaba seco el blumer, se lo ponía y se acostaba hasta el otro día. Esa era su rutina. Luego, el perro entraba para acostarse a su lado hasta el amanecer y salir a la calle antes de que Candita se despertara.
Los vecinos de Candita no la llamaban para ofrecerle nada, siempre se negó a recibir regalos. Cuando querian ayudarla, quitaban el gancho de la puerta de su cuarto y le dejaban las cosas encima de la mesa o dentro del refrigerador, así ella nunca sabía quién le daba la comida, ni preguntaba, aunque siempre mantenía una eterna actitud de agradecimiento hacia todos sus vecinos del pasillo. Entre ellos había una especie de pacto secreto para no dejarla morir de hambre.
La vida de Candita no siempre fue tan triste, había sido una joven hermosa y amable. El rasgo que más se destacaba era su dulce voz y su pausada y afable manera de hablar. A la persona que Candita le hablara, quedaba seducida con tanta ternura.
Había sido maestra, una peculiar maestra de primaria que usaba su encanto e influencia sobre los niños para que le dieran parte de sus meriendas. Así los niños de su clase le echaban un poquito de refresco en un jarrito que ponía sobre su mesa y al lado un recipiente con tapa. Ella salía del aula para darle a los niños privacidad, cuando entraba, abria el recipiente y comia un pedazo de pastel de masarreal o de pan con pasta. Candita siempre sabia quien había puesto algo en el pote y quien no, y luego, en la primera oportunidad los requería; y entre los insultos era seguro el de tacaño, egoísta que no era capaz de compartir ni su merienda.
"Loco" era un perro que había escapado de sus dueños anteriores, en su otra vida se llamaba "Lobo". Vivió con una familia de dos muchachos que cuidaban a su madre. Los dos jóvenes habían sido criados solos por su mamá, quien había sido abandonada por el padre de los niños cuando tenía ocho meses de embarazo, y el hijo mayor tenía dos años. En esa casa nadie razonaba, solo se imponían unos a otros a base de gritos y amenazas pero los ladridos de Lobo les molestaban.
- ¡Lobo, cállate!
Era la orden que recibia una y otra vez. Si se acercaba algún extraño a la casa, Lobo ladraba, si cruzaba un ratón por el patio hacia las jaulas de los pollos, Lobo ladraba. Si tenía hambre o sed lobo ladraba. Ladraba por todo, como hacen todos los perros.
-¡Cállate!
Era la orden que siempre recibía, Amén de las golpizas para hacerle entender, que en esa casa se requería su total obediencia sónica. Un día en que la familia se estaba mudando, Lobo saltó del camión y corrió hasta desaparecer.
En la ciudad se unió a la banda de perros callejeros y alli Candita lo encontró, tan flaco y enfermo que no podía correr, pero ladraba, ladraba a todos los que le pasaban por el lado, aunque sus ladridos eran tan lastimosos que Candita lo recogió, lo curó y lo adoptó . Desde entonces Loco, que fue su nuevo nombre, sabía que tenía segura, siempre a la misma hora una comida diaria. Después salia a correr y a ladrar a su antojo.
Los vecinos del pasillo y de toda la cuadra sentían una dolorosa simpatía por Candita y por el perro. Ella había perdido toda la belleza de su juventud, pero era una viejita cariñosa, nunca se le vio discutir en una cola ni levantar la voz en una discusión. Trataba a todos con serenidad y su palabra preferida, ante cada situación siempre era, gracias, aunque a veces no viniera al caso, ella siempre agradecia.
-Es tan gentil- decían todos y aquellos agradecimientos fuera de lugar, lo atribuían a la vejez y a la costumbre.
Para ella, ser mimada y atendida no era nada novedoso, siempre había sido así, cuando era joven y sus hijos pequeños, siempre valoró su dulzura como la suprema virtud, por eso, el día que su hija le gritó fue un día muy triste.
Su matrimonio naufragaba, su esposo le había pedido el divorcio, pero convivían pues la casa era copropiedad, pero ella quería irse a vivir con su nuevo marido. Todas las noches esperaba que el padre de la niña se durmiera para irse a acostar con su hija so pretexto de darle cariño, despertaba a la niña y la convidaba a irse con ella, a iniciar una nueva vida al lado de un hombre muy bueno, próspero y cariñoso. Así, noche tras noche, la hija se dormía llorando en silencio, sobre todo porque ya le había manifestado a su madre que prefería quedarse a vivir con su papá, pero Candita no concebía la vida sin su hija y la bajeaba noche tras noche hasta el día que la niña en un arranque de furia, le gritó.
-Ya, no vengas más a hablarme mal de mi papá.
Nunca perdonó aquel escándalo. Aunque hubiera querido también gritar, no lo hizo. Se levantó, fue a su cama y no volvió a considerar a aquella niña como hija suya.
Candita obtuvo muchos éxitos profesionales, mucho reconocimiento público, pero aquel grito la marcó para siempre. Por eso, cada noche, cuando Loco se acurrucaba bajo su cobija le decía con su tono de voz mas dulce: - Mañana ladra, no dejes de ladrar, ladrale a todos, tú lo haces por mi.
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