Las personas que gastan todo lo que ganan están siempre al borde de la indigencia. Deben ser necesariamente débiles e impotentes, esclavos del tiempo y las circunstancias. Se mantienen pobres. Pierden el respeto por sí mismos y el respeto de los demás. Es imposible que puedan ser libres e independientes. Ser un despilfarrador es suficiente para privarse a uno mismo de todo espíritu y virtud varonil. Pero un hombre con algo ahorrado, por poco que sea, está en una posición diferente. El poco capital que ha acumulado es siempre una fuente de poder. Ya no es esclavo del tiempo y el destino. Puede mirar audazmente al mundo a la cara. Es, en cierto modo, su propio amo. Puede dictar sus propios términos. Él no puede ser comprado ni vendido. Puede esperar con alegría una vejez de comodidad y felicidad.