Un camino hacia el crecimiento
Últimamente, he estado en un viaje personal que me ha enseñado mucho sobre mí misma. Si bien puedo decir que he crecido, este crecimiento ha sido más como una montaña rusa: lleno de altibajos, giros inesperados y algunas paradas bruscas. A lo largo de los años, he enfrentado luchas que a veces parecían insuperables. Ha habido momentos en los que sentí que estaba atrapada, siendo empujada por las corrientes de la vida sin saber muy bien hacia dónde iba.
Una de las lecciones más duras pero valiosas que he aprendido es sobre el desprecio de algunas personas. Al principio, esto me afectaba profundamente. Recuerdo cómo me miraban con desdén, como si fueran jueces de un tribunal donde yo ya había sido condenada sin derecho a defensa. Sin embargo, ahora miro a esas personas y, en vez de alimentarme de rencor, siento una extraña mezcla de resignación y esperanza. Es como si me dieran un empujón hacia delante; un recordatorio de que siempre hay algo por lo que luchar, incluso si eso significa simplemente demostrarles que estaba equivocada.
A veces, caigo en la trampa del auto-sabotaje. Es irónico, ¿verdad? Yo misma me bloqueo y me siento como si estuviese en una prisión construida con mis propios miedos e inseguridades. Hay cosas de mi pasado que no me perdono, y a menudo me sorprendo deseando poder retroceder en el tiempo, cambiar decisiones y evitar esos errores que me siguen atormentando. Sí, lo sé, soy humana. Pero existe en mí una idea casi absurda de perfección que me hace sentir como si estuviese persiguiendo un espejismo. Quiero ser esa persona que nunca se equivoca, que siempre tiene las respuestas correctas, pero, al final, me doy cuenta de que eso es tan real como un unicornio en medio de la selva.
“No me perdono por lo estúpida que fui”, me repito. Pero aquí está la cuestión: ¿por qué es tan difícil perdonarme a mí misma? La vida tiene su manera de enseñarnos lecciones, y aunque a veces quisiéramos ponerle pausa, no podemos. Estoy aprendiendo que el perdón es una puerta que debo abrir no solo para los demás, sino también para mí misma. Y aquí estoy, entendiendo que para que el universo me sonría, debo dejar ir esas cargas que llevé durante demasiado tiempo.
Cada día es una nueva oportunidad, y así como el sol sale cada mañana, también espero que nuevas oportunidades se abran ante mí. Es un reto constante pensar en positivo cuando la mente tiende a querer enredarse en pensamientos negativos. Pero tengo la firme intención de calmar mi mente, de hacer espacio para la estabilidad emocional que tanto deseo. Y aunque suene extraño, he descubierto que disfrutar de las pequeñas cosas—un café caliente por la mañana, el canto de los pájaros, o la risa de un amigo—es fundamental para mantener esa buena vibra que tanto me motiva.
Uno de los refugios a los que recurro cuando necesito desconectar de mis pensamientos autocríticos es el arte. Me encanta dibujar y pintar, porque es ahí donde realmente reflejo mis sueños y mis anhelos. Al interpretar mis sueños a través del arte, encuentro una forma de liberación. Cada trazo del lápiz y cada pincelada en el lienzo se convierten en fragmentos de mí misma. Y, oh, cómo me siento orgullosa de esas versiones pintadas de mis sueños. Es un recordatorio tangible de que, aunque no sea perfecta, estoy en un proceso constante de creación.
Así que, mientras sigo recorriendo este camino hacia el crecimiento, prometo ser más amable conmigo misma. Prometo abrazar mis imperfecciones, porque son parte de lo que me hace auténtica. Cada error, cada tropiezo, cada momento de duda son lecciones que me han traído hasta aquí. Reconozco que está bien no tener todas las respuestas, y que la búsqueda de la perfección puede ser, a veces, un poco ridícula.
La vida es bastante hermosa en su caos, y estoy lista para abrazar todo lo que venga con la esperanza de que, al final, todo tendrá sentido. Porque al igual que en una obra de arte, las imperfecciones a menudo son lo que la hacen única, y eso es exactamente lo que quiero recordar mientras continúo construyendo mi camino.
English:
A path to growth
Lately, I've been on a personal journey that has taught me a lot about myself. While I can say that I have grown, this growth has been more like a roller coaster: full of ups and downs, unexpected twists and turns, and some abrupt stops. Over the years, I have faced struggles that at times seemed insurmountable. There have been times when I felt like I was trapped, being pulled by the currents of life without quite knowing where I was going.
One of the hardest but most valuable lessons I have learned is about the contempt of some people. In the beginning, this affected me deeply. I remember how they looked at me with disdain, as if they were judges in a court of law where I had already been sentenced without the right to a defense. Now, however, I look at those people and, instead of being fueled by resentment, I feel a strange mixture of resignation and hope. It's as if they give me a push forward; a reminder that there is always something to fight for, even if it means simply proving them wrong.
Sometimes, I fall into the trap of self-sabotage. Ironic, isn't it? I block myself and feel like I'm in a prison built with my own fears and insecurities. There are things from my past that I don't forgive myself for, and I often catch myself wishing I could go back in time, change decisions and avoid those mistakes that continue to haunt me. Yes, I know, I am human. But there is an almost absurd idea of perfection in me that makes me feel like I'm chasing a mirage. I want to be that person who is never wrong, who always has the right answers, but, in the end, I realize that's about as real as a unicorn in the middle of the jungle.
"I don't forgive myself for how stupid I was," I repeat to myself. But here's the thing: why is it so hard to forgive myself? Life has its way of teaching us lessons, and even though sometimes we'd like to put a pause on it, we can't. I am learning that forgiveness is a door I must open not only for others, but also for myself. And here I am, understanding that for the universe to smile on me, I must let go of those burdens I carried for too long.
Every day is a new opportunity, and just as the sun rises every morning, I look forward to new opportunities opening up before me. It is a constant challenge to think positive when the mind tends to want to get entangled in negative thoughts. But I have a firm intention to calm my mind, to make room for the emotional stability I so desire. And as strange as it sounds, I've found that enjoying the little things-a hot coffee in the morning, the birds singing, or a friend's laughter-is key to maintaining that good vibe that motivates me so much.
One of the refuges I turn to when I need to disconnect from my self-critical thoughts is art. I love to draw and paint, because that's where I really reflect my dreams and longings. By interpreting my dreams through art, I find a form of release. Each stroke of the pencil and each brushstroke on the canvas become fragments of myself. And, oh, how proud I am of those painted versions of my dreams. It is a tangible reminder that, while I may not be perfect, I am in a constant process of creation.
So, as I continue to walk this path to growth, I promise to be kinder to myself. I promise to embrace my imperfections, because they are part of what makes me authentic. Every mistake, every stumble, every moment of doubt are lessons that have brought me this far. I recognize that it's okay not to have all the answers, and that the pursuit of perfection can sometimes be a little ridiculous.
Life is quite beautiful in its chaos, and I'm ready to embrace whatever comes with the hope that, in the end, it will all make sense. Because just like in a work of art, the imperfections are often what make it unique, and that's exactly what I want to remember as I continue to build my path.
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