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La oferta del vagabundo
Bajo el manto de una noche serena, dos figuras se encontraron por casualidad en el parque; estaban iluminadas tenuemente por la luz de un farol. Mientras la luna llena observaba desde lo alto, y su resplandor plateado dibujaba largas y oscilantes sombras en el suelo. Los árboles se inclinaban agresivamente, azotando el pasto por el ritmo de una extraña ventisca en pleno verano. Y el silencio solamente era roto por el susurro de las ramas y el murmullo lejano de la ciudad.
En aquel paraje tranquilo, los dos se miraron con una mezcla de curiosidad y timidez, buscando el valor para romper el hielo y entablar conversación.
— Llevo un par de años en la calle, —expresa un hombre mayor.
— ¿Usted solo? —respondió el joven.
— Sí.
— Mi abuelo siempre dijo que por las noches las calles están atestadas de monstruos, ¿te has cruzado con alguno?
— Es inevitable no hacerlo, además no solo luchas con ellos, también lo haces con la soledad, el hambre y la oscuridad. Supongo que ya no estoy en el menú.
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El vagabundo miró al chico con ojos cansados y comprensivos. Su pelo enmarañado y su barba desaliñada no ocultaban la amabilidad que aún brillaba en sus ojos. Entonces le preguntó:
— Dime, pequeño, ¿qué te trae por acá a estas horas?
El muchacho, de unos 16 años, se sintió seguro y se sentó a su lado en el banco del parque. Su ropa estaba sucia; no obstante, se veía entera; había una expresión de determinación en sus ojos que causaba curiosidad.
— Me llamo Saúl. Me escapé de casa hace unos días porque ya no soportaba los gritos y las palizas. Pero ahora no sé si hice lo correcto.
El hombre asintió lentamente, recordando su propio pasado lleno de decisiones difíciles y caminos oscuros.
— A veces, escapar parece la única opción, Saúl. Yo también tuve que huir de cosas que me atormentaban. ¿Pero sabes qué? No importa lo lejos que huyas, siempre encuentran la forma de alcanzarte.
Saúl lo miró, buscando otra respuesta en el rostro del anciano.
— ¿Qué hago entonces? No quiero seguir huyendo, deseo encontrar la forma de enfrentar a mi padrastro, defender a mi madre. El problema es que soy cobarde y débil.
El vagabundo suspiró, sintiendo el peso de las palabras del muchacho.
— Es una pregunta difícil, Saúl. Todos llevamos cicatrices, algunas visibles y otras ocultas en lo más profundo de nuestro ser. Sin embargo, está bien querer ser fuertes.
Saúl bajó la mirada, recordando los momentos de sobresalto y tristeza que había vivido en su casa.
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— A veces siento que nunca podré cambiar nada. Es como si estuviera atrapado en un ciclo sin fin.
Entonces el hombre puso una mano reconfortante en el hombro del chico y le dijo:
— La vida de algunos humanos puede ser una pesada carga, pero también pueden enseñar lecciones importantes. Mira mis manos, están llenas de cicatrices y heridas. Cada una tiene una historia, un error, una lucha. Pero también son testimonio de mi resistencia.
Saúl levantó la cabeza y contempló las manos del vagabundo, fijándose en las cicatrices y los callos. No obstante, se observaba una marca más desconcertante en el pecho. Cuando quiso preguntarle, el viejo se abrigó.
— ¿Cómo haces para seguir adelante, hombre?
El vagabundo sonrió tristemente.
— Quizá encuentro razones pequeñas para seguir. A veces es una sonrisa amable de desconocidos nocturnos. Y hoy, Saúl, tú eres mi razón; ayudarte me da un propósito.
El muchacho sintió un nudo en la garganta, conmovido por las palabras del anciano.
— Gracias. Nunca pensé que alguien como tú pudiera entenderme tan bien.
El vagabundo le dio una palmada en el hombro y suspiró mirando al cielo.
— Recuerda, Saúl, siempre hay esperanza, incluso en los lugares más oscuros. Y lo creas o no, habrá alguien dispuesto a ofrecerte una solución; puede ser, por ejemplo, cualquier ser inesperado con el que te cruzas en una noche tan serena como esta. — Entiendo. Viejo, ¿te encuentras bien? El anciano se inclinó hacia el adolescente, y sus ojos rojos brillaban con una intensidad sobrenatural. "La elección es tuya", susurró, extendiendo una mano pálida y fría. "La inmortalidad te espera". "Un poder inimaginable, una vida eterna". Saúl, observaba cómo el rostro envejecido y enigmático del anciano se rejuvenecía. Sintió una mezcla de temor y curiosidad, pero algo en su interior le decía que debía aceptar. Y con un temblor en la voz, respondió: "Sí, quiero ser más fuerte". El anciano sonrió y su risa reveló colmillos afilados. "Entonces, ha llegado el momento". Y en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se abalanzó sobre el chico, penetrando los colmillos en el cuello del adolescente. Y Saúl sintió un frío glacial que invadía todo su cuerpo, mientras su vida comenzaba a desvanecerse. Segundo después, la oscuridad se hizo presente envolviéndolo completamente y, en el último momento antes de perder la conciencia, escuchó la voz del anciano en su mente: "Bienvenido a la eternidad, a mi familia. Ahora eres uno de nosotros." El parque quedó en silencio, y bajo la luz de la luna, dos figuras se desvanecieron en la noche, dejando una sensación de misterio y terror en el aire.
— Estoy excelente, mi pequeño amigo, y podrías sentirte igual.
— ¿Cómo podría?
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