Amor imposible / Impossible love

Nicacio era un hombre de gustos excéntricos. Coleccionaba sellos de países extintos, hablaba con su tortuga sobre la teoría de cuerdas y, últimamente, había desarrollado una obsesión por las plantas carnívoras. Entre todas ellas, se había encariñado especialmente con Venus, una dionaea muscipula de un verde intenso y una belleza que, según él, rivalizaba con cualquier supermodelo.

“La piel perfecta no tiene premios de victorias ganadas”, solía decir Nicacio, acariciando las hojas de Venus. Y es que, a pesar de su apetito voraz por los insectos, Venus poseía una suavidad y una elegancia que cautivaban al hombre. Nicacio la veía como una obra de arte, una criatura perfecta, y se enamoró perdidamente de ella.

Cada día, Nicacio le llevaba a Venus los insectos más jugosos, los más brillantes. La observaba con ternura mientras sus hojas se cerraban sobre sus víctimas, atrapándolas en un baile mortal. Y cada vez, Nicacio se preguntaba si Venus sería capaz de sentir algo por él.

“Quizás, bajo esa piel tan perfecta, late un corazón que me corresponde”, pensaba. Nicacio soñaba con un futuro junto a Venus, donde él la cuidaría y ella lo amaría.

Una noche, mientras Nicacio dormía plácidamente junto a Venus, algo extraño ocurrió. La planta comenzó a emitir un suave resplandor, como si un fuego interior se encendiera lentamente. Sus hojas, que antes eran estáticas, se agitaron con una inquietud casi animal. Nicacio despertó sobresaltado y se encontró con una Venus más grande y más hermosa que nunca. Sus ojos, dos pequeñas gotas de rocío, brillaban con una intensidad que heló su sangre. Parecían dos luceros oscuros que reflejaban una antigua sabiduría y una sed insaciable.

“La piel perfecta no tiene premios de victorias ganadas”, susurró Venus, su voz una melodía mortal que resonó en la habitación como un canto de sirena. Y antes de que Nicacio pudiera reaccionar, las hojas de la planta se cerraron sobre él con una fuerza sorprendente, como fauces hambrientas que se cerraban sobre su presa.

A la mañana siguiente, Venus lucía más radiante que nunca. Su piel, perfecta y tersa, no mostraba ninguna señal de la lucha que había tenido lugar durante la noche. Más bien, parecía exhalar una sensación de satisfacción, como si hubiera alcanzado un clímax después de una larga espera. Y en el centro de sus hojas, donde antes había estado Nicacio, solo quedaba un pequeño hueso.




Impossible love

Nicacio was a man of eccentric tastes. He collected stamps from extinct countries, talked to his tortoise about string theory and, lately, had developed an obsession with carnivorous plants. Among them all, he had grown especially fond of Venus, a dionaea muscipula with a deep green color and a beauty that he said rivaled any supermodel.

“Perfect skin has no prizes for victories won,” Nicacio used to say, stroking the leaves of Venus. For, despite her voracious appetite for insects, Venus possessed a softness and elegance that captivated the man. Nicatius saw her as a work of art, a perfect creature, and fell madly in love with her.

Every day, Nicacio brought Venus the juiciest, the brightest insects. He would watch her tenderly as her leaves closed over her victims, trapping them in a deadly dance. And each time, Nicacio wondered if Venus would be able to feel anything for him.

“Perhaps, under that perfect skin, there beats a heart that corresponds to me,” he thought. Nicatius dreamed of a future together with Venus, where he would care for her and she would love him.

One night, while Nicacio was sleeping peacefully next to Venus, something strange happened. The plant began to emit a soft glow, as if an inner fire was slowly kindling. Its leaves, previously static, stirred with an almost animalistic restlessness. Nicacio awoke startled to find Venus larger and more beautiful than ever. Her eyes, two little dewdrops, shone with an intensity that froze his blood. They looked like two dark stars reflecting an ancient wisdom and an unquenchable thirst.

“Perfect skin has no prizes of victories won,” Venus whispered, her voice a deadly melody that echoed through the room like a siren's song. And before Nicacio could react, the plant's leaves closed over him with surprising force, like hungry maw closing over its prey.

The next morning, Venus looked more radiant than ever. Her skin, flawless and smooth, showed no sign of the struggle that had taken place during the night. Rather, she seemed to exhale a sense of satisfaction, as if she had reached a climax after a long wait. And in the center of its leaves, where Nicacio had once been, only a small bone remained,

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CRÉDITOS
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Traductor Deepl

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Excelente aporte hermano del siempre aclamado #teampelona

Gracias papá... sabes que eso me caracteriza ja, ja ja ja

 5 days ago (edited) 

Un curioso caso de flor carnívora. No casualmente se llama Venus. Buen relato entre lo fantástico y lo erótico. Saludos, @franvenezuela.

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