Dulce aventura / Sweet adventure

El cuerpo se estiró con la fuerza de un resorte, impulsado por un antojo de dulce que resonaba en lo más profundo del ser. La decisión, antes una danza de vacilaciones y anhelos, se resolvió en un sí.

Tomó su monopatín, su viejo compañero de aventuras, y descendió las escaleras con la cautela de un equilibrista. El metal crujía suavemente bajo sus dedos. Cada paso era una lucha entre su voluntad y el peso del fiel amigo, cuyo tamaño parecía burlarse de la estrechez de los escalones. A cada peldaño vencido, el corazón le latía con fuerza, no solo por el esfuerzo.
Rodó emocionado por la ciudad. El viento en su rostro, el frío en sus brazos, la luz a sus espaldas. Giró a la derecha saludando a sus amadas esquinas, en el cruce del semáforo se detuvo a contemplar los vehículos que iban y venían.
Al llegar a la puerta de la tienda, una arruga apareció en su frente, un mapa de risas y preocupaciones que la vida le había regalado. Sus manos temblaron levemente al abrir la puerta, un eco de trabajos y caricias entregadas.

Sonrió al ver la variedad de dulces, un abanico de sabores que había probado y que aún lo esperaban. Los dulces en formación militar se alinearon esperando ser elegidos. La variedad de colores se refleja en las pupilas, con la emoción de un niño, buscó su favorito. Aquel dulce que en su infancia lo llenó en muchas ocasiones de alegría y satisfacción. Lo tomó en sus manos y lo llevó a su boca, saboreando cada bocado como si fuera el último tesoro de un pirata.

Al salir de la tienda, el sol brillaba con intensidad impactando sus blancos cabellos. Empujó su andadera, sintiendo la libertad de moverse sin restricciones, como si los años no hubieran pasado factura.

Con cada impulso, se sentía más vivo, más él. La sonrisa en su rostro reflejaba la felicidad de haber cumplido su deseo, de haber disfrutado de un momento dulce en medio del torbellino de la vida. Aunque sus manos arrugadas y sus pasos lentos le recordaron que su salud estaba en apuros.

Sweet adventure

The body stretched with the force of a spring, driven by a sweet craving that resonated deep within. The decision, once a dance of hesitation and longing, resolved into a yes.

He picked up his skateboard, his old adventure companion, and descended the stairs with the caution of a tightrope walker. The metal creaked softly under his fingers. Each step was a struggle between his will and the weight of his faithful friend, whose size seemed to mock the narrowness of the steps. With each defeated step, his heart pounded, not only because of the effort.
He rolled excitedly through the city. The wind in his face, the cold in his arms, the light at his back. He turned right waving at his beloved corners, at the traffic light intersection he stopped to contemplate the vehicles coming and going.

As he reached the door of the store, a wrinkle appeared on his forehead, a map of laughter and worries that life had gifted him. Her hands trembled slightly as she opened the door, an echo of labors and caresses delivered.

He smiled at the array of sweets, an array of flavors he had tasted and still awaited him. The sweets in military formation lined up waiting to be chosen. The variety of colors reflected in the pupils, with the excitement of a child, he looked for his favorite. That candy that in his childhood filled him on many occasions with joy and satisfaction. He took it in his hands and brought it to his mouth, savoring each bite as if it were the last treasure of a pirate.

As he left the tent, the sun shone brightly hitting his white hair. He pushed his walker, feeling the freedom to move without restraint, as if the years had not taken their toll.

With each push, he felt more alive, more himself. The smile on his face reflected the happiness of having fulfilled his wish, of having enjoyed a sweet moment in the midst of the whirlwind of life. Though his wrinkled hands and slow steps reminded him that his health was in trouble.

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