En un reino gobernado por el Rey Elio, un monarca de mirada penetrante y sonrisa enigmática, se alzaba un castillo singular. No era una fortaleza inexpugnable, ni un palacio de mármol y oro, sino una estructura de madera y cristal que se erigía en el corazón del bosque. Los lugareños lo llamaban el Castillo de los Susurros, un nombre que pronto adquiriría un significado siniestro.
Al Rey Elio le obsesionaba conocer la opinión del pueblo. Deseaba saber qué se decía de él en las tabernas, en los mercados, en los hogares. Para ello, mandó construir un laberinto de pasillos secretos y cámaras acústicas dentro del castillo. En cada rincón, membranas invisibles captaban los más mínimos sonidos. Un ejército de escribas trabajaba incansablemente transcribiendo las conversaciones, los rumores, las críticas y los elogios.
Día a día, el rey recibía volúmenes repletos de chismes y opiniones. Al principio, se deleitaba con esta inmensa cantidad de información. Le fascinaba descubrir las facetas más ocultas de su personalidad a través de los ojos de sus súbditos. Pero poco a poco, la obsesión se convirtió en una enfermedad.
Las críticas más insignificantes lo herían profundamente. Los elogios más exagerados lo llenaban de vanidad. El rey se volvió paranoico, desconfiando de todos, incluso de sus consejeros más cercanos. Se encerraba en su castillo, rodeado de los volúmenes de susurros, y pasaba horas y horas leyendo y releyendo las mismas frases.
La mente del rey comenzó a deteriorarse. Las fronteras del reino se descuidaron, la economía se estancó y el pueblo, antes próspero, comenzó a sufrir. Los nobles, viendo la locura del rey, tramaron una conspiración para destronarlo.
Una noche, mientras el rey se encontraba en su estudio, rodeado de los volúmenes de susurros, los conspiradores irrumpieron en el castillo. El rey, aterrorizado, intentó huir, pero fue capturado. Lo encerraron en una de las cámaras acústicas, donde las membranas invisibles capturaban sus gritos desesperados.
El castillo de los Susurros se convirtió en su tumba.
The Whispering Castle
In a kingdom ruled by King Elio, a monarch with a penetrating gaze and enigmatic smile, stood a singular castle. It was neither an impregnable fortress nor a palace of marble and gold, but a structure of wood and glass that stood in the heart of the forest. The locals called it the Castle of Whispers, a name that would soon take on a sinister meaning.
King Elio was obsessed with knowing the opinion of the people. He wanted to know what was said about him in the taverns, in the markets, in the homes. To this end, he had a labyrinth of secret corridors and acoustic chambers built inside the castle. In every corner, invisible membranes picked up the slightest sounds. An army of scribes worked tirelessly transcribing conversations, rumors, criticism and praise.
Day by day, the king received volumes of gossip and opinion. At first, he delighted in this immense amount of information. He was fascinated to discover the hidden facets of his personality through the eyes of his subjects. But little by little, the obsession became a disease.
The most insignificant criticisms wounded him deeply. The most exaggerated praise filled him with vanity. The king became paranoid, distrusting everyone, even his closest advisors. He would lock himself in his castle, surrounded by the volumes of whispers, and spend hours and hours reading and rereading the same phrases.
The king's mind began to deteriorate. The borders of the kingdom were neglected, the economy stagnated, and the once prosperous people began to suffer. The nobles, seeing the king's madness, hatched a conspiracy to dethrone him.
One night, while the king was in his study, surrounded by volumes of whispers, the conspirators burst into the castle. The king, terrified, tried to flee, but was captured. They locked him in one of the acoustic chambers, where invisible membranes captured his desperate screams.
The Whispering Castle became his tomb.
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