Se cumplen hoy, 31 de octubre, diez años del fallecimiento de uno de los escritores polifacéticos venezolanos, pues fue filósofo, novelista, ensayista, columnista de periódicos, además de un sabio profesor universitario. Me refiero a Jose Manuel Briceño Guerrero. A su figura y obra dediqué un post hace unos años, que pueden visitar por este enlace. Hoy quiero recordarlo por medio de esta breve nota ensayística.
Lo leí y supe de él por primera vez cuando, siendo yo estudiante universitario (Universidad de Oriente, Núcleo de Sucre), el maestro —más que profesor— y entrañable amigo Silvio Orta me lo presentó al regalarme un ejemplar del singular librito (por pequeño, y cariñosamente lo digo) Discurso salvaje (1980), que difundía entre nosotros con el apasionado empeño que lo caracterizó.
Reconozco que fue un texto que me afectó, me descolocó, por propugnar una visión y un estilo discursivo que discurría por medio de un pensamiento paradójico (o paradojal, diría Borges). Por ejemplo, en su "Escarceo final", cierra su discurso Briceño Guerrero con estos dos párrafos:
Hay secretos que sólo pueden revelarse en la comunión integral de dos amigos durante alguna forma de embriaguez pero esa experiencia sólo deja recuerdos imprecisos. O entre dos enemigos en la lucidez del combate cuerpo a cuerpo para la muerte o el orgasmo.
Al margen de ese abismo, empero, cabe afirmar sin ambages: somos occidentales, cómo no.
Desde entonces le seguí la pista a Briceño Guerrero como autor, y parte de esa continuidad la recojo en el post mencionado arriba. A partir de algunos de sus libros dicté cursos universitarios y talleres de lectura. Recuerdo con mucho cariño uno que ofreciera en los años 90, basado en su hermoso libro Amor y terror por las palabras. Fue una experiencia gratificante, de redescubrimiento de cómo esa materia que es la palabra no conforma toda la vida, taller en el que los participantes compartieron sus secretas vivencias con el lenguaje en su ser más personal.
Uno de los recuerdos que viene siempre a mí cuando pienso en él, en su sabiduría y reciedumbre, es el de la experiencia tenida en su primera visita a la Casa Ramos Sucre (luego vendría en otra oportunidad, pasado varios años). Era yo coordinador de ese centro de actividades literarias, dirigido por el poeta Ramón Ordaz, cuando en el centenario del nacimiento del humanista y académico dominicano Pedro Henríquez Ureña (1984), invitamos al profesor Briceño Guerrero para que dictara una conferencia sobre el pensamiento americano del escritor de La utopía de América.
Fue una de las más hermosas conferencias de las que he sido testigo, con aquella poética y melancólica semblanza que nos hiciera Briceño Guerrero de la muerte de Henríquez Ureña en el tren y el paso del alción (A propósito de esta relación publiqué un post este año, que pueden ver aquí).
Al día siguiente, tal como se había anunciado, realizamos una tertulia con Briceño Guerrero en la misma casa, cuyo tema era "Literatura y espiritualidad". Por ser una conversación, no había una exposición central. Luego de la presentación del tema y del invitado, abrí el derecho de palabra. Alguien del público se atrevió a "romper el hielo" y preguntó: "Poeta (algo así), ¿qué opina de la expresión bíblica: 'En el principio era el verbo'?". Transcurrieron minutos y el invitado sólo fumaba en su pipa. En una o dos oportunidades, el asistente a la tertulia insistió en su pregunta. Luego de otro dilatado lapso, Briceño Guerrero espetó: "Nos molesta mucho el silencio". Y seguidamente, comenzó a hablar de la relación entre este, la espiritualidad y la palabra.
Es esta mi ofrenda cordial en memoria de ese gran pensador y escritor que fue José Manuel Briceño Guerrero.
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