Nota de la autora: Este relato forma parte del universo de Una terrícola en Titán, cuyos próximos capítulos pronto estarán disponibles por aquí. Los hechos descritos en este relato transcurren durante los eventos del capítulo 18.
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Una bofetada resonó en el comedor de la residencia Borg una mañana. La tensión en el ambiente era densa, como si un huracán estuviera a punto de pasar.
Acariciando su rostro herido, Ralna Borg, hija menor de una de las familias más influyentes del imperio saturnino, miró a su madre, Ennio, con incredulidad. Niloctetes, su padre, bebía tranquilamente una copa de vino, mientras que su hermano, el general Adelbarae Borg, tenía la mirada fija en el pasillo por donde salió su esposa Güzelay.
"Madre..."
"Te ordené que no tocaras el tema, muchacha idiota", le cortó Ennio con desdén. "¿Y qué decidiste hacer? Ignorar mi orden y abrir la boca como si fuera la cosa más natural del mundo, sabiendo que podrías traer discordia a mi mesa y arruinar todo intento de sonsacar información vital a esa terrícola".
Ralna intentó defenderse, pero Ennio la hizo callar y le advirtió: "Esta es la última vez que desafías mi orden, Ralna. Una más y cumpliré mi amenaza de anular tu compromiso con Zorg; y tú sabes cuál es la condición inmediata a esa anulación".
La joven Borg palideció. Antes de comprometerse con Zorg, Ralna tenía un pretendiente, el marqués de M, un hombre que le duplicaba la edad. El noble era conocido por su lujuria insaciable y por expedir un olor particularmente desagradable. Ralna encontraba a aquél personaje muy repulsivo, y la sola idea de verse casada con él le producía arcadas.
"Lo lamento, madre... No sabía lo que decía", musitó con un atisbo de temor en su mirada.
Niloctetes, por su parte, asentó su copa de vino y se levantó. "Fue un almuerzo agradable mientras duró", comentó mientras se levantaba.
Pasando junto a Ennio, se volvió hacia ella y le dijo: "Creo que sería mejor que Ralna se disculpe con Güzelay, querida. ¿Qué te parece?"
Mirando a su marido de hito en hito, Ennio replicó: "Las disculpas se dan en el acto, Niloctetes. No. Prefiero hablar con ella personalmente; si enviamos a Ralna, el problema solo se va a agrandar".
"¿No confías en nuestra hija? Tiene 20 años; creo que puede disculparse con ella".
"Confío en Ralna para algunas cosas, mas no para asuntos de los cuales no siente ella ni el menor remordimiento".
Dicho eso, Ennio se retiró del comedor, dejando tras de sí un silencio incómodo entre su marido y sus hijos. Por su parte, Ralna se volvió hacia su padre y su hermano, evidentemente dolida ante las palabras de su madre y buscando palabras de consuelo por parte de ambos parientes.
Borg no dijo nada. Se limitó a desviar la mirada, como si reflexionara con detenimiento sobre la situación reinante. Niloctetes, por su parte, suspiró y le dijo: "Tu madre tiene razón. Eres joven, pero aún no has madurado lo suficiente para saber manejar una situación delicada".
"¿Y tú crees que Güzelay sí?", respondió Ralna con amargura.
"No fue ella quien empezó a comentar sobre su amiga".
"Pero sí criticó a la duquesa; la llamó cobarde".
"Lo mismo dijo esta mañana la hermana de la duquesa, justo en sus meras narices, y no recibió respuesta. Tú provocaste toda esta discusión, esos insultos a la Alta Concubina, Ralna; no culpes a la gente por reaccionar a la forma en que abordas las cosas", replicó Borg mientras se levantaba, listo para marcharse.
Ralna se mordió la lengua al comprender que ni su padre ni su hermano estaban ahí para disculpar lo que ella consideraba un desliz natural.