They ran with the speed of a hare away from its burrow to mislead the predator, those surprising eighties of the last century XX, when a group of intrepid pioneers of the unusual, emulators, perhaps, to imitate the temperament that nostalgia grants to the romantics and that, from roadside inn to roadside inn, as happened to Villon, leaves bitter questions on the palate about the final destination of the snows of yesteryear.
Times in which, from route to route and from logbook to logbook, surprising visions of a buried, traditional, ancestral and practically unknown Spain began to appear, which someone, perhaps illuminated by the same Light that knocked Saul off his mount when he was on the road to Damascus, called, with the flats of the one who follows his intuition against all odds, as Magical Spain.
From that Magical Spain, little fond of doing favours to orthodoxy and very given to showing the white flag of indulgence to marginalised, but not marginal, philosophies, some interesting vestiges still survive, such as this amazing Gothic Christ that belonged to the Templars of Saint Polo and that today casts a shadow behind the altar of the Soria church of Saint John of Rabanera, whose mysterious legend, under the epigraph of ‘the Christ cellarer’, was rescued from the ostracism in which it was found by an artist of the Roads, Master, friend and invaluable companion of impossible routes, also a survivor, and fortunately, of those golden times: Rafael Alarcón Herrera.
Corrían con la celeridad de una liebre lejos de su madriguera para despistar al depredador, aquellos sorprendentes años ochenta del pasado siglo XX, cuando un grupo de intrépidos pioneros de lo insólito, émulos, quizás, de imitar el temperamento que concede la nostalgia a los románticos y que, de mesón de los caminos en mesón de los caminos, como le ocurrió a Villon, va dejando en el paladar amargas preguntas sobre el destino final de las nieves de antaño.
Tiempos en los que, de ruta en ruta y de bitácora en bitácora, fueron apareciendo sorprendentes visiones de una España soterrada, costumbrista, ancestral y prácticamente desconocida, que alguien, quizás iluminado por la misma Luz que derribó a Saulo de su montura cuando iba camino de Damasco, denominó, con los bemoles del que sigue su intuición contra viento y marea, como la España Mágica.
De aquella España Mágica, poco amiga de hacer favores a la ortodoxia y muy dada a mostrar la bandera blanca de la indulgencia a las filosofías marginadas, que no marginales, sobreviven, todavía, algunos interesantes vestigios, como este asombroso Cristo gótico que perteneció a los templarios de San Polo y que hoy proyecta sombra detrás del altar de la iglesia soriana de San Juan de Rabanera, cuya misteriosa leyenda, bajo el epígrafe de ‘el Cristo cillerero’, fue rescatado del ostracismo en el que se hallaba por un artista de los Caminos, Maestro, amigo e inestimable compañero de rutas imposibles, sobreviviente, además y por fortuna, de aquellos dorados tiempos: Rafael Alarcón Herrera.
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