It is not difficult for the traveller to experience a sudden feeling of uneasiness when, immersed in adventure, he crosses the Castilian plains, so endless, so desolate and at the same time, paradoxically, so rich in metaphorical oases, that, when he finds on his way one of those curious and forgotten heritage elements, which, in many cases, resemble a lighthouse in the distance and observes that the actions of men are infinitely more pernicious than the arthritis of time, he feels that the memory of History is being deprived of chapters that should be recorded in its golden pages.
One such place, affected by solitude, by time and by the hand of modern builders, who, certainly, lost the north of sacred geometry and inflicted a painful wound, turning it into a kind of modern Frankenstein, is located, however, in an essential part of Segovia land, which, at one time, housed, among the endless shoots of poppies in spring, one of the largest and most important cemeteries in all of Spain.
Romanesque church in essence and currently converted into a temporary hermitage, which was the guardian of that eternal rest for centuries and which, during the course of that universal catastrophe that was the Second World War, attracted not only the attention of the ‘witches’ explorers of Hitler’s Ahnenerbe, but also, in view of the importance of the discoveries brought to light, the presence of Heinrich Himmler himself and which today, hardly anyone remembers and there are certainly few who stop by to contemplate it and meditate on that land full of history and dreams: Castiltierra.
No es difícil que el viajero experimente una repentina sensación de desasosiego, cuando, inmerso en la aventura, atraviesa unas parameras castellanas, tan infinitas, tan desoladas y a la vez, paradójicamente, tan ricas en metafóricos oasis, que, cuando se encuentra en su camino uno de esos curiosos y olvidados elementos patrimoniales, que, no en pocos casos, semejan un faro en la distancia y observa que las acciones de los hombres son infinitamente más perniciosas que las artrosis del tiempo, sienta que se le está privando a la memoria de la Historia, de capítulos que deberían de estar consignados en sus doradas páginas.
Uno de tales lugares, afectado por la soledad, por el tiempo y por la mano de unos alarifes modernos, que, ciertamente, perdieron el norte de la geometría sacra y le infligieron una dolorosa herida, convirtiéndolo en una especie de Frankenstein moderno, se encuentra, sin embargo, en una parte esencial de tierra segoviana, que, en su momento, albergó, entre los interminables brotes de amapolas en primavera, uno de los cementerios más grandes y relevantes de toda España.
Iglesia románica en esencia y en la actualidad, convertida en circunstancial ermita, que fue custodia de ese reposo eterno durante siglos y que, durante el transcurso de esa catástrofe universal, que fue la Segunda Guerra Mundial, atrajo, no sólo la atención de ‘los brujos’ exploradores de la Ahnenerbe hitleriana, sino también, en vista de la importancia de los descubrimientos sacados a la luz, la presencia del mismo Heinrich Himmler y que hoy, apenas nadie recuerda y son pocos, ciertamente, los que se pasan a contemplarla y meditar sobre ese suelo repleto de historia y ensoñación: Castiltierra.
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