There was a time, at the beginning of the 20th century, when Spain attended, more indifferent than impotent and with unprecedented passivity, the indiscriminate looting of numerous elements, of a historical-artistic heritage that, in addition to being irreplaceable, represented, in essence, the soul of the country: its impressive cultural heritage. A time, in which the great North American magnates, such as Rockefeller or Randolph Hearst, competed among themselves for the acquisition of artistic pieces from old Europe, stripping it of its best artistic milestones and not so much as admirers of beauty, but because of an unheard of and absurd desire for possession, which, in most cases, ended up gathering dust and oblivion in dark warehouses. There were other cases, it is true, in which the certain ones that evaded themselves, taking advantage of feigned Hispanic interests and, above all, of their own ignorance, found a place in recognized museums, where today they constitute key pieces of their impressive collections.
Fortunately, and although not without difficulties in surviving that period of ignorance and greed, there were places that, for whatever reasons, including miracles, survived, with some decency and today, as well as being the heart and soul of those beautiful Towns that were formed around it in medieval times are a fascinating attraction, attracting the attention of scholars and tourists of a thousand and one nationalities -like the creative tales with which Scheherazade entertained the Machiavellian sultan of the Thousand and One Nights- and also entire families, who, regardless of the direction of their religious beliefs or their degree of artistic refinement, come to visit them, in an act that, although playful, nonetheless removes indifference towards cultural heritage and casts a light of hope, above all, when they do it with their children, minors, giving an opportunity for fate -capricious sometimes, but cunning almost always- to move some spring in the sensibility of those little hearts and form, in the future, adults with a restorative, artistic personality and above all, enamored defenders of their millennial Cultural heritage.
Hubo un tiempo, a principios del pasado siglo XX, en el que España asistió, más indiferente que impotente y con una pasividad inaudita, al expolio indiscriminado de numerosos elementos, de un patrimonio, histórico-artístico, que, además de ser insustituible, representaba, en esencia, el alma del país: su impresionante herencia cultural. Un tiempo, en el que los grandes magnates norteamericanos, como Rockefeller o Randolph Hearst, competían entre ellos por la adquisición de piezas artísticas de la vieja Europa, despojándola de sus mejores hitos artísticos y no tanto como admiradores de la belleza, como por un inaudito y absurdo afán de posesión, que, en la mayoría de los casos, terminaba acumulando polvo y olvido en oscuros almacenes. Hubo otros casos, es cierto, en que las piezas que se escamoteaban, aprovechándose de fingidos intereses hispanistas y sobre todo, de la ignorancia propia, encontraron acomodo en museos reconocidos, donde hoy constituyen piezas clave de sus impresionantes colecciones.
Por fortuna y aunque no sin dificultades para sobrevivir a ese periodo de ignorancia y codicia, hubo lugares que, por los motivos que fueran, incluidos los milagros, sobrevivieron, con cierta decencia y hoy, además de ser el corazón y el alma de esos hermosos pueblos que se formaron en época medieval a su alrededor, son toda una fascinante atracción, que recaban la atención de estudiosos y turistas de mil y una nacionalidades -como los creativos cuentos con los que Scherezade entretenía al maquiavélico sultán de las Mil y una noches- y también a familias enteras, que, sin importar la dirección de sus creencias religiosas o su grado de refinamiento artístico, acuden a visitarlos, en un acto, que, aunque lúdico, aleja, no obstante, la indiferencia hacia el patrimonio cultural y arroja una luz de esperanza, sobre todo, cuando lo hacen con sus hijos, menores de edad, dando una oportunidad a que el destino -caprichoso algunas veces, pero astuto casi siempre- mueva algún resorte en la sensibilidad de esos pequeños corazones y forme, en el futuro, adultos con personalidad restauradora, artística y sobre todo, enamorados defensores de su milenaria herencia Cultural.
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