(Imagen diseñada en Canva)
Queridos Hivers, les comparto la reflexión que me inspira rememorar uno de los momentos más difíciles de mi vida. Son precisamente estos momentos los que nos llevan a trascender en lo más profundo de nuestra condición humana.
Hacía un par de años que me habían diagnosticado una patología ginecológica benigna, y el tratamiento contemplado por su evolución a futuro era una cirugía. Sin embargo, esto no alteraba mi vida en lo absoluto. Podía llevar una vida completamente normal, sin dejar de hacer mis frecuentes controles médicos.
Inesperadamente, aquella mañana del 15 de agosto la situación se salió de control ... Una hemorragia inició su curso, con tal agresividad que me provocó un shock hipovolémico, y por poco, la muerte. En tres días mis niveles de hemoglobina descendieron de 13 grms a solo 3 grms.
De inmediato, inicia la aventura de tratar de obtener atención médica en los centros de salud públicos de Caracas - Venezuela. El centro asistencial más cercano a mi domicilio es un hospital materno infantil. Allí ingresé inconsciente, y nunca permitieron el acceso a mi familia, ni les solicitaron información. Cuando desperté, el médico me preguntó si me había practicado un aborto, y a pesar de mi negativa recibí mucho maltrato y discriminación. Después de un suero y unas ampollas para detener el sangrado me enviaron a casa, sin prescripción ni informe médico. Otros centros de salud estaban colapsados de pacientes, por lo que mi madre y mi mejor amiga, ambas enfermeras, me llevaron a casa, tratando de aplicar su experiencia a la difícil situación.
La noche fue terrible. Mi tensión arterial y saturación de oxígeno anunciaban la muerte. Así que mi familia decide resolver como lo hacemos la mayoría de los venezolanos: pedir ayuda a los amigos, que buscarán entre sus amigos a otros amigos. Gracias a ellos, pude ingresar a un centro asistencial, donde tuve el privilegio de ser asignada a la CAMA 9 del servicio de Medicina Interna. Para entonces, mi condición era crítica, y se asomaba la posibilidad de que tuviera que ir a terapia intensiva.
La condición del hospital, igual que otros, también era crítica. No solo faltaban la mayoría de los insumos materiales, sino también los profesionales responsables de salvar vidas. Escaso personal médico y de enfermería, que se redoblaba para tratar de atender varios servicios de hospitalización.
Esa noche crítica nos anunciaron que no había disponible médico de guardia. Si mi condición empeoraba (ya era casi fatal), estábamos "en manos de Dios".
Tuve mucho miedo, y también toda mi familia. Parecía que no superaríamos esa noche fatal.
Me aferré a mi Dios, Jehová, como mujer espiritual que soy. Mi familia hizo lo mismo.
Esa noche, mi hermana y mi amiga Johanna (enfermera), quedaron a mi cuidado. Por su parte, mi familia oraba, con sudor y lágrimas. Es una noche que nunca olvidaremos, pues a todos nos tocó luchar desde la posición que ocupamos en esta historia.
Mi hermana y mi amiga decidieron no sentarse pasivamente a contemplar mi deslizar hacia la muerte. Johanna se documentó respecto a la situación, llamó a sus contactos del área de enfermería, y decidió asumir el caso médico. Mediante nuestros amigos obtuvo los fármacos e insumos necesarios, y aplicó el protocolo farmacológico. Con gran valentía, mi hermana le colaboraba en este trabajo que para ella es totalmente desconocido.
De momentos, el marcador de mis signos vitales las desalentaba. Perdían las fuerzas al sentirse vencidas. Recuerdo que en algunos momentos retornaba mi conciencia, y entendía que estaba muriendo. Mi sangrado era realmente aterrador. Me dolía muchísimo la cabeza, el pecho al respirar, y en mis oídos sonaba muy fuerte mi taquicardia.
En ese instante, deseaba la ignorancia. Con mis años en la industria farmacéutica y la visita médica llegué a entender mucho sobre patologías, por lo que comprendía perfectamente la fatalidad de mi condición.
Oraba...oraba con las pocas fuerzas que me quedaban. Le pedía a mi Dios una oportunidad. Pedía que no me soltara la mano. Por extraño que parezca, no pensaba en mi hija, padres, esposo, familia. Mi mente solo se aferraba con fuerza a la vida, porque la deseaba de verdad.
Mi amiga Johanna tuvo la valentía de ubicar el llamado "carro de paro respiratorio". Nunca ha hecho el procedimiento, pero estaba dispuesta si yo dejaba de respirar. Para ella y para mí hermana, fue una verdadera película de terror aquella noche. Pienso que ellas vivieron lo más terrible de la situación. Mi vida estaba en sus manos, y decidieron luchar hasta el final.
Pues, como pueden ver, nuestro Dios nos concedió la victoria, al permitirnos superar aquella noche de terror. Aunque me mantuve en condición delicada durante algunos días más, mi familia entendió que todos debían unificar esfuerzos para mí recuperación, sin dejar el proceso por completo en manos del personal de salud.
Nos volvimos proactivos y protagónicos en la sala de aquel hospital. Vigilabamos horarios, y exactitud del cumplimiento de los tratamientos médicos. Nos encontramos con varias situaciones irregulares: error en la medicación, las dosis y demás. Nos volvimos celosos en nuestros controles, y por supuesto, esto no gustó, aunque siempre fuimos colaboradores y respetuosos. Recuerdo cierta noche cuando la enfermera de guardia acudió a mi cama para colocarme un tratamiento. De inmediato, le mencioné que no tenía indicación de tratamientos a esa hora. Ella insistió, y pregunté que me colocaría. Resulta ser que era el tratamiento para la paciente de la cama 8, que se había apuntado por error en mi historia médica. Por cierto, aquel medicamento hubiera sido fatal para mí.
Diecisiete días después, volvía a casa. Fue maravilloso sentir el sol sobre mi rostro, sentarme en mis muebles, abrazar a mis seres amados, acariciar a mi perra, ducharme en mi baño. Todo parecía nuevo para mí, todo se sentía con tanta intensidad. Valoré como nunca mi relación con Dios, con mi familia y con mis amigos. Valoré las cosas grandes y las cosas sencillas de la vida. Por sobre todas las cosas, entendimos lo que realmente significa LUCHAR, LUCHAR y LUCHAR, sin darse por vencido.
Tu post me llego al corazón, pues solo los que hemos pasado por situaciones similares entendemos de este tipo de eventos, pues nos marcan la vida, es un antes y un después..., luego de este tipo de experiencias vemos la vida con otros ojos y agradecemos cada dia vivido, cada momento compartido, aprendemos a valorar las cosas sencillas. Entendemos que estamos aquí porque ese ser Supremo asi lo permitio, nuestro Señor. Me alegra que ya estes bien y con tu familia. ¡Saludos!
Muchas gracias por tu empatía, brujita! Me encantaría conocer tu historia...
¡Hola! en varios post he detallado una que otra parte de mi historia de vida, pero quizás mas adelante me enfoque en hacerlo mas detalladamente y te etiqueto. ¡Cuidate, saludos!
Muchas gracias por tu empatía, brujita! Me encantaría conocer tu historia...
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