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En un día soleado, Ana se encontró con una dulce sorpresa: su madre la ha llevado de paseo y le regaló una gran paleta de colores brillantes y sabores tentadores. Sus ojos se iluminaron de alegría al sostener ese dulce tesoro en sus manos.
Con cada mordisco, Ana experimentaba una explosión de sabores que hacían bailar a su paladar. La paleta, grande y colorida, era como un arcoíris de dulzura que hacía que cada momento fuera mágico.
Mientras disfrutaba de su dulce delicia, Ana compartía sonrisas con quienes pasaban cerca. La paleta se volvió más que un simple postre; se convirtió en una fuente de alegría contagiosa.
Los colores y sabores se mezclaban, y Ana se sumergía en la felicidad de cada lamida. Aunque la paleta se reducía con cada bocado, la sonrisa de Ana se ampliaba, contagiando a todos a su alrededor.
Al final, Ana, con la paleta terminada, se relamió los labios y agradeció a su madre por regalarle ese dulce capricho. La historia de la gran paleta se convirtió en un recuerdo lleno de color y sabor que Ana guardaría con cariño.