Hace unos días, exactamente el 11 de octubre, entramos en el centenario de una de las más singulares escritoras venezolanas, Ida Gramcko, nacida en esa fecha en 1924, a la que muchos escritores e instituciones culturales venezolanas independientes han rendido homenaje. Fue, además de poeta, también narradora, dramaturga y ensayista, con una reconocida labor como docente en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela.
La formación de Ida Gramcko la hizo una escritora de un talante muy filosófico, tal como se expresa explícitamente en sus trabajos (como el que citaré). Su escritura tiene, a mi modo de ver, mucho de estilo barroco y metafísico (en el significado literario), alimentada de construcciones de nexos metafóricos muy libres (arbitrarios, en el buen sentido), que se conecta, quizás, con su percepción del mundo mediato e inmediato a través de su condición psíquica.
De su libro Poética, tal como lo publicara en 1983 el Congreso de la República, reproduciré a continuación unos fragmentos elegidos por mí.
Desde que hubo símbolo, hubo dualidad.
Anunciación de lo desconocido. Lo incógnito palpita sin enseñar el corazón (...) El símbolo no manifiesta; irradia.
La lengua paladea lo sin nombre, el desierto jugoso, el símbolo, la húmeda tiniebla frutal.
(...) y rosa sólo es rosa desde que el hombre dice: rosa, lenta, muy lentamente, como abriendo pétalos en los labios.
Bien puede la rosa tener opaco conocimiento en la yerba. Mas verdaderamente crece en la palabra.
El cogollo al brotar festeja alguna eternidad. Nace lo vegetal como una continencia sin futuro.
Desde que hubo símbolo, hubo dualidad.
Anunciación de lo desconocido. Lo incógnito palpita sin enseñar el corazón (...) El símbolo no manifiesta; irradia.
La lengua paladea lo sin nombre, el desierto jugoso, el símbolo, la húmeda tiniebla frutal.
(...) y rosa sólo es rosa desde que el hombre dice: rosa, lenta, muy lentamente, como abriendo pétalos en los labios.
Bien puede la rosa tener opaco conocimiento en la yerba. Mas verdaderamente crece en la palabra.
El cogollo al brotar festeja alguna eternidad. Nace lo vegetal como una continencia sin futuro.
La hondura de la construcción mental y espiritual, en su concreción en la frase de Ida Gramcko, es insoslayable. Aparte de su construcción verbal, donde los términos se independizan, casi en oposición, está el carácter genésico y eterno que le da a la palabra, en una similitud con lo vegetal. Su concepción del símbolo, tan poética, es uno de los rasgos más placenteros de leerla.
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