📸 https://muryou-aigazou.com/es
Desde el corazón del bosque, en lo más profundo y silencioso, la tierra, junto a la naturaleza, parece ocultar secretos vitales. Ahí, acurrucada y visitada por insectos, hay una pequeña semilla de piel oscura y lisa. Dentro de ella brilla una chispa que llamaremos VIDA a ese destello, y como toda vida, por ahora era solo un MISTERIO. Una chispa prácticamente igual late en el pecho de un niño más allá del bosque. Otra VIDA, otro MISTERIO.
𝓛𝓪 𝓼𝓮𝓶𝓲𝓵𝓵𝓪 𝓿𝓲𝓿𝓮,
𝓭𝓮𝓷𝓽𝓻𝓸 𝓭𝓮 𝓼𝓾 𝓬𝓸𝓻𝓪𝔃𝓪,
𝓵𝓪 𝓿𝓲𝓭𝓪 𝓰𝓾𝓪𝓻𝓭𝓪.
𝓑𝓻𝓲𝓵𝓵𝓪 𝓮𝓷 𝓼𝓾 𝓲𝓷𝓽𝓮𝓻𝓲𝓸𝓻,
𝓵𝓪 𝓪𝓵𝓮𝓰𝓻í𝓪 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓬𝓸𝓶𝓲𝓮𝓷𝔃𝓸𝓼.
La tierra gruesa y oscura la envuelve como abrigo. Más allá del bosque, una madre abraza a su niño. A ambos, semilla y niño, a veces el frío les recuerda aquel vacío que sentimos cuando no sabemos quiénes somos. Un día llega el agua, no el diluvio, sino la caricia fina de la llovizna, como palabras que susurra la madre al oído del niño: Levántate, hay algo más...
𝓔𝓼𝓬𝓪𝓹𝓪 𝓭𝓮 𝓽𝓾 𝓹𝓻𝓲𝓼𝓲ó𝓷,
𝓼𝓮𝓻𝓮𝓷𝓪 𝓵𝓪 𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪,
𝓮𝓵 𝓭í𝓪 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓹𝓻𝓸𝓶𝓮𝓽𝓲𝓭𝓪
𝓹𝓻𝓲𝓶𝓪𝓿𝓮𝓻𝓪.
📸 https://muryou-aigazou.com/es
En un suspiro la semilla lanza sus manos verdes al aire. No fue fácil, las primeras veces nunca lo son. La tierra cerraba el paso y piedras pesadas erraban el camino, a veces creía que el cielo azul era solo un sueño lejano. Pero al romperse la superficie y sentir el calor casi quemante del sol, cambiaron los deseos y se renovó la esperanza. Así es la vida del pequeño: todo arde, todo asombra, los sueños llueven y las esperanzas cambian. Las primeras hojas, los primeros pasos, son temblorosos, como quien respira por primera vez. El viento entonces nos enseña a bailar.
El tallo se hizo fuerte cada año, aunque parecía que apenas avanzaba de un día para otro. La noche le trajo miedos, los ruidos del bosque, los animales que rozaban su corteza delgada. Pero las raíces, ocultas bajo la tierra, trabajaban en silencio en su futuro, eran como esos pensamientos que se guardan muy profundos en nuestra mente y nos vamos a caer.
𝓥𝓲𝓿𝓮 𝓽𝓾 𝓹𝓻𝓲𝓶𝓪𝓿𝓮𝓻𝓪,
𝓹𝓻𝓸𝓶𝓮𝓽𝓲𝓭𝓪 𝓳𝓾𝓿𝓮𝓷𝓽𝓾𝓭,
𝓮𝓵 𝓽𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸 𝓹𝓪𝓾𝓼𝓪𝓭𝓸,
𝓼𝓪𝓵𝓽𝓸 𝓬𝓸𝓷 𝓸𝓳𝓸𝓼 𝓬𝓮𝓻𝓻𝓪𝓭𝓸𝓼.
Un verano, una tormenta rompió ramas y desgarró hojas. El dolor, extremadamente fuerte, recorrió todo el cuerpo y se sintió por primera vez la mortalidad de su existencia, casi al borde de la muerte. Sin embargo, la alarma pasó a la curación y la herida se cerró, dejando una cicatriz nudosa y simple, recta, como recordatorio profundo de la fragilidad. El árbol aprendió que las roturas no son siempre el fin, que caer puede llevar a aprender. Las roturas no son ni serán el fin, sino marcas que nos recuerdan cómo sanamos.
𝓛𝓪 𝓿𝓲𝓭𝓪 𝓽𝓮 𝓱𝓪𝓬𝓮 𝓯𝓾𝓮𝓻𝓽𝓮,
𝓵𝓸𝓼 𝓰𝓸𝓵𝓹𝓮𝓼 𝓹𝓪𝓻𝓮𝓬𝓮𝓷,
𝓼𝓲𝓮𝓶𝓹𝓻𝓮 𝓬𝓸𝓷𝓿𝓮𝓻𝓽𝓲𝓽𝓮,
𝓮𝓷 𝓽𝓾 𝓿𝓮𝓻𝓼𝓲𝓸𝓷 𝓶á𝓼 𝓻𝓮𝓼𝓲𝓼𝓽𝓮𝓷𝓽𝓮.
𝓗𝓪𝓼 𝓭𝓲𝓫𝓾𝓳𝓪𝓭𝓸 𝓽𝓾 𝓬𝓪𝓶𝓲𝓷𝓸,
𝓮𝓷 𝓬𝓪𝓭𝓪 𝓵𝓾𝓰𝓪𝓻 𝓿𝓲𝓿𝓲𝓭𝓸.
𝓔𝓻𝓮𝓼 𝓽𝓾 𝓹𝓪𝓼𝓪𝓭𝓸,
𝓹𝓻𝓮𝓼𝓮𝓷𝓽𝓮 𝔂 𝓵𝓸 𝓺𝓾𝓮
𝓮𝓵 𝓯𝓾𝓽𝓾𝓻𝓸 𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪 𝓭𝓮 𝓽𝓲.
Con sus años, sus ramas extendidas se fortalecieron, convirtiéndose en hogar para los pájaros donde se construyeron nidos y donde las ardillas se protegieron de las torrenciales lluvias. Los días entonces fueron llenos de caos y ruido y música de trinar. Aprendió a vivir tanto con sus nuevos amigos que cuando llegaba la época del año donde se marchaban, solo sentía tristeza y vacío entre las hojas. Cada amigo que se iba, que dejaba su vida, era un pequeño golpe en su corazón de madera. Pero siempre llegaba un nuevo habitante trayendo historias de lugares lejanos. Así es crecer: dejar que la vida anide en nosotros, aunque a veces pinte nuestro corazón de dolores varios.
📸 https://muryou-aigazou.com/es
𝙴𝙽 𝙴𝙻 𝙵𝙸𝙽 𝙳𝙴 𝙻𝙾𝚂 𝚃𝙸𝙴𝙼𝙿𝙾𝚂 𝙽𝙾𝚂 𝙷𝙰𝙲𝙴𝙼𝙾𝚂 𝙴𝚃𝙴𝚁𝙽𝙾𝚂.
En un otoño color café, el árbol sintió que sus hojas habían dejado de ser verdes y en su lugar brillaban en tonos dorados y amarillentos. Más tarde fueron rojas y cobrizas. Una por una se desprendieron y fueron a parar al suelo. Sin embargo, nuestro árbol no sintió tristeza, sintió como un peso se desprendía de su vida y dejaba pasar la oportunidad de nuevos comienzos. Las hojas muertas se convirtieron en abono para ese suelo que una vez le dio abrigo, en alimento de lo que estaba por venir. Aprendió que envejecer no es perder, sino aceptar la transformación de la vida en algo útil para los demás, incluso si ese algo es invisible.
Entonces, miró, miró hacia el suelo por primera vez. Entre sus raíces, cientos de semillas dormían apaciblemente. Algunas eran hijas suyas, otras llegaron traídas por los animales o volando en el viento. Ya no era un árbol, era un hogar, un refugio, un padre, un protector, un mapa dibujado en su tronco. Vio cómo las nuevas semillas trataban de crecer y se llenó de orgullo.
Inevitable llegó el invierno frío y oscuro, cubriendo todo con su manto blanco. Ahora era un árbol viejo, de raíces desnudas que sobresalían de la tierra, ramas sin hojas y tronco agrietado. El frío del invierno le recordó sus días como semilla asustada, pero esta vez ya no tenía miedo. Sabía que bajo toda esa blanca nieve, en la quietud, las raíces seguían latiendo con los últimos suspiros de su vida y en algún lugar cercano, enterradas en la oscuridad, otras semillas esperaban por brotar y florecer con la vida, con el misterio que una vez se le ofreció.
📸 https://muryou-aigazou.com/es
Al concluir el invierno y derretirse la nieve, se sintió como sus fuerzas esta vez sí se iban a apagar por completo. Así que decidió caer, caer no como un derrumbe, sino como un descanso. Poco a poco su tronco se inclinó hacia el suelo. Hongos e insectos comenzaron a devorarlo, desarmarlo, convertirlo en tierra. En ese mismo instante, algo brotó cerca: un retoño verde, hijo de sus raíces, perforaba la tierra. El árbol viejo, ahora parte del suelo, sonrió sin boca. Comprendió que la muerte no es un adiós, sino un abrazo eterno que nutre la vida de otros.
Así somos,
al principio semillas ciegas que buscan luz,
luego tallos torpes que aprenden a aguantar el viento,
después árboles orgullosos que creen que serán eternos,
después caemos para abrigar el sueño de nuevos brotes.
𝓔𝓵 𝓭𝓮𝓼𝓬𝓪𝓷𝓼𝓸 𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓪𝓭𝓸
𝓵𝓵𝓮𝓰𝓸 𝓼𝓮𝓻𝓮𝓷𝓸,
𝓸𝓳𝓸𝓼 𝓬𝓮𝓻𝓻𝓪𝓭𝓸𝓼,
𝓵𝓮 𝓭𝓲𝓰𝓸 𝓪𝓭𝓲𝓸𝓼,
𝓪𝓭𝓲𝓸𝓼 𝓪 𝓶𝓲𝓼 𝓼𝓾𝓮ñ𝓸𝓼.
La vida no es una carrera hacia lo alto, sino un círculo donde cada paso, cada grieta, cada raíz rota tiene sentido. Las tormentas no llegan para derribarnos, sino para enseñarnos qué tan fuerte es nuestra savia. Las pérdidas no son huecos, sino semillas de lo que vendrá. Y aunque un día nos volvamos polvo, quedará lo importante: el calor que dimos a los nidos, la sombra que ofrecimos al cansado, las raíces que unieron su destino al nuestro.
Por eso, cuando sientas que el invierno llega para ti, mira hacia abajo.
Bajo tus pies, en la oscuridad que parece vacía, hay raíces entrelazadas, historias que no se ven, vida esperando su turno.
Nadie es solo un árbol.
Somos bosque.
Y el bosque nunca muere.