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Acabo de publicar algo que escribí hace por lo menos un par de años, pero que no lograba que me gustara hasta hace poco. Se trata de un poema corto que sentía tenía un final muy débil, y no fue hasta hace unos días, después de intentarlo decenas de veces, que le encontré un final que me pareció correcto.
Así como este texto, tengo muchos esperando finalmente florecer después de tanto regarlos, esperando salir a escena después de estar tras bambalinas mucho tiempo. Y no puedo evitar tener sentimientos encontrados al respecto. Por una parte me da gusto haberlo terminado y publicado, pero por el otro siento como que le he traicionado o me he traicionado al hacerlo.
Después de tanto tiempo guardado en un archivo de texto, lo siento más mío que del mundo, y siento que publicarlo, dejarlo ir, es casi como abandonarlo. Tengo varios textos que como este, que logré terminar después de mucho tiempo, y no los publico por lo mismo. Es como si hubiera pasado su tiempo, como si se hubieran vuelto parte de mí y no puedo dejarlos ir.
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De tanto leerlos, de tanto trabajar en ellos uno se encariña, e incluso pierde la objetividad. Algunos de ellos me gustan mucho, y cuando los escribí me parecieron muy buenos, pero para ser honesto, hoy ya no sé si en verdad lo son, o es que yo los veo con ojos de amor, casi con los ojos que un padre mira a sus hijos.
No sé si a otros creadores les suceda igual. Supongo que sí. Ya me imagino lo que debe ser para un pintor o escultor dejar ir algo en lo que vertió su alma. No debe ser sencillo. Y más difícil debe ser además cobrar por ello, ha de ser casi como si vendieras a tus hijos. Tal vez exagero, pero creo que es posible que algunos artistas se sientan así.
Lo que nos lleva al tema de la pertenencia de las obras. Recuerdo que el único poema que publiqué alguna vez en una publicación literaria, de esas que puedes comprar en los kioscos de revistas, fue modificado por el editor de la misma, cambiándole unas palabras, y cuando vi la revista, y ya casi en la caja para pagarla y tenerla de recuerdo, me di cuenta, y ya no la compré.
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El poema tenía mi nombre, pero ya no era mío, alguien lo había mutilado sin mi consentimiento, y literalmente lo desconocí, casi se podría decir que lo desheredé. Esas pocas palabras lo volvían algo distinto a lo que escribí, era un poema mío apócrifo. Su cuerpo era aún reconocible, pero su esencia, su alma, había cambiado. Ya no era mío, ya no era parte de mí.
Estos casos son raros en muchas expresiones artísticas. Nadie compra una pintura y luego la retoca porque no le gusta algo de ella, por dar un ejemplo. Pero en otras disciplinas esto si puede y suele pasar. En la arquitectura, que es mi profesión, es pan de todos los días. Tu entregas un proyecto a un cliente, y luego cuando lo ves terminado te das cuenta de que lo modificaron, que no se construyó como lo diseñaste.
En la literatura esto puede pasar en las traducciones. Un mal traductor puede masacrar una obra de inmenso valor si no hace bien su trabajo, uno que no siempre es fácil, también hay que reconocer. Dejar ir un texto que ha pasado mucho tiempo con nosotros no siempre es sencillo, pero es algo necesario. Es como aceptar que los hijos crecen y tiene que hacer su vida sin nosotros o a pesar de nosotros.
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Con la gente sucede igual. Uno se encariña con quienes tiene cerca, y a veces no son la mejor compañía, pero su sola presencia puede generar en nosotros apego. Dejar ir algo, un texto o una persona, implica un esfuerzo y cierta resignación, y creo que eso tiene su valor, uno difícil de precisar pero que se intuye, se siente.
Se dice que los poemas nunca se acaban. Que uno puede pulirlos y pulirlos casi hasta el infinito. Pero eso no es viable, así que uno tiene que decidir cuando abandonarlos, cuando dejarlos ir. Con las personas pasa igual. Uno invierte tiempo en ellas, pero igual a veces llega el día en que te das cuenta que esa relación no da para más, y tienes que dejarla ir.
Decir adiós no siempre sencillo, ni siquiera cuando uno se da cuenta de que es tiempo de hacerlo. Y ya sean textos, pinturas, esculturas, proyectos de arquitectura, o personas, hacerlo es perder un poco en el proceso, pero ganar un poco también. Dejamos ir una parte nuestra, que a su vez nos deja un espacio nuevo que ganamos para llenar con nuevos crecimientos, con nuevos aprendizajes.
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Los adioses deberían ser tan naturales como los holas, así como la muerte es tan parte de la vida como los nacimientos, pero las despedidas tienen algo particular que nos marca de una manera única y particular, ¿no creen? Bueno, por lo pronto es hora de decir adiós a esta divagación sin aparente sentido, y a ustedes. Muchas gracias por leerme, y hasta la próxima.
©bonzopoe, 2025.
Si llegaste hasta acá muchas gracias por leer este publicación y dedicarme un momento de tu tiempo. Hasta la próxima y recuerda que se vale dejar comentarios.
Ha llegado el tiempo de ver las distancias como las vemos con la tecnología, y los adioses no serán lo mismo...
Un abrazo grande, @bonzopoe
Interesante reflexión, me has dado que pensar. Saludos y un fuerte abrazo.
Me gustó mucho tu reflexión a partir de la consideración de lo que escribimos y su modificación en el tiempo y en el gusto. También pasa con las personas, como lo indicas. A mí las despedidas y las pérdidas siempre me marcan, sean parciales o definitivas, como las muertes. Creo que, sin dejarse atrapar por ellas, es necesario vivirlas. Saludos, @bonzopoe.
Saludos amigo, y muchas gracias por comentar. Saludos!
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