Desde que tengo memoria, mi madre me inculcó una enseñanza que ha marcado mi manera de relacionarme: «Dime con quién andas y te diré quién eres». Estas palabras, aparentemente simples, se convirtieron en un faro que guía mi criterio para elegir a quienes permito entrar en mi vida. No se trata de un acto de exclusividad superficial, sino de una búsqueda consciente de personas cuyos valores, pasiones y perspectivas enriquezcan mi existencia a largo plazo. Esta selectividad, lejos de ser un capricho, es un reflejo de mi deseo de rodearme de almas que, con sus singularidades —incluso aquellas ligadas a trastornos o experiencias únicas—, contribuyan a mi crecimiento como ser humano y profesional.
Al llegar a la universidad, entendí que ese espacio no solo era para formarme académicamente, sino también para tejer relaciones significativas. Desde entonces, he sido meticuloso al elegir a mis amigos, priorizando a quienes percibo como aliados en mi travesía vital. Aunque son pocos, cada uno ha dejado una huella imborrable. Algunos me han abierto las puertas a conocimientos técnicos que hoy son pilares de mi carrera; otros me han brindado herramientas emocionales para navegar momentos de incertidumbre. Lo fascinante es que, más allá de lo que recibo, existe una reciprocidad genuina: yo también aporto a sus vidas ideas, apoyo y esa complicidad que solo surge cuando hay respeto mutuo. Son, en esencia, hermanos elegidos, un refugio inquebrantable ante las tormentas internas o exteriores
Sin embargo, mi corazón no olvida a aquellos amigos de la infancia, esos compañeros de juegos y travesuras en el barrio que moldearon mis primeros años. Aunque nuestras rutas se separaron, llevo sus risas, consejos y lecciones grabados en un rincón especial de mi ser. Uno de ellos, por ejemplo, despertó en mí la pasión por el baile durante la adolescencia. Años después, cuando el estrés académico amenazaba con apagar mi creatividad, otro amigo de aquella época me recordó la magia de moverme al ritmo de la música. Retomar el baile no solo ha revitalizado mi cuerpo, sino también mi espíritu. Es como reencontrarse con una parte olvidada de uno mismo: la libertad del movimiento, la conexión con el presente, la alegría que brota sin explicación. Agradezco infinitamente que, incluso a distancia, estos amigos sigan siendo faros que iluminan mi camino.
Mi personalidad curiosa y reflexiva encuentra su máxima expresión en las largas conversaciones que sostengo con mis amigos más cercanos. Disfruto profundizar en temas existenciales, intercambiar ideas sobre filosofía, ciencia o arte, y descubrir perspectivas que desafían mi mirada del mundo. Muchos de ellos son personas cultas, ávidas de aprender y enseñar, lo cual convierte cada encuentro en un taller de crecimiento mutuo. Recuerdo noches enteras debatiendo sobre ética, sosteniendo teorías sobre el universo o compartiendo libros que nos transformaron. Estos diálogos no solo expanden mi intelecto, sino que fortalecen nuestro vínculo, pues en ellos hay cabida para la vulnerabilidad, las dudas y los sueños más audaces.
Al mirar atrás, reconozco que sin estas personas no sería quien soy hoy. Un amigo me enseñó a dominar técnicas de estudio que potenciaron mi rendimiento académico; otro me sostuvo emocionalmente durante una ruptura amorosa; varios me inspiraron a explorar disciplinas artísticas que hoy definen mi identidad. Cada uno, a su manera, aportó un ladrillo a la construcción de mi presente. Pero más allá de los favores concretos, valoro la constancia, la lealtad y la capacidad de celebrar tanto los triunfos como las derrotas.
Mi vida es, en gran medida, un collage de las enseñanzas, risas y apoyos que estos amigos me han regalado. Los del barrio me recuerdan de dónde vengo; los de la universidad, hacia dónde voy. Unos me conectan con la nostalgia; otros, con la ambición. Pero todos comparten un espacio sagrado en mi corazón. Entiendo ahora que la selectividad no es frialdad, sino sabiduría: al elegir conscientemente, he logrado crear una red de afectos auténticos, donde cada relación es un espejo que refleja lo mejor de mí y, a la vez, un desafío para seguir evolucionando. Por eso, hoy alzo la voz para decirles: gracias por ser mi hogar portátil, mi familia elegida, mi razón para creer en la belleza de las conexiones humanas.
Y tus amistades que sigifican para ti y que han aportado en tu vida ?
Eng
Since I can remember, my mother instilled in me a teaching that has shaped how I relate to others: “Tell me who you walk with, and I’ll tell you who you are.” These seemingly simple words became a guiding light for my criteria in choosing whom I allow into my life. It is not an act of superficial exclusivity, but a conscious search for people whose values, passions, and perspectives enrich my existence in the long term. This selectivity, far from being a whim, reflects my desire to surround myself with souls whose uniqueness—even those tied to disorders or unique experiences—contributes to my growth as a human being and a professional.
When I arrived at university, I understood that this space was not only for academic growth but also for weaving meaningful relationships. Since then, I have been meticulous in choosing my friends, prioritizing those I perceive as allies in my life’s journey. Though few, each has left an indelible mark. Some have opened doors to technical knowledge that now forms the foundation of my career; others have provided emotional tools to navigate moments of uncertainty. What fascinates me is that, beyond what I receive, there is genuine reciprocity: I also contribute ideas, support, and a camaraderie to their lives that only arises from mutual respect. They are, in essence, chosen siblings—an unshakable refuge amid internal or external storms.
Yet my heart has not forgotten my childhood friends, those companions of games and mischief in the neighborhood who shaped my early years. Though our paths diverged, I carry their laughter, advice, and lessons etched into a special corner of my being. One of them, for instance, ignited my passion for dance during adolescence. Years later, when academic stress threatened to stifle my creativity, another friend from that time reminded me of the magic of moving to music’s rhythm. Returning to dance has not only revitalized my body but also my spirit. It feels like rediscovering a forgotten part of myself: the freedom of movement, the connection to the present, the joy that blooms without explanation. I am endlessly grateful that, even from afar, these friends remain beacons lighting my path.
My curious and reflective personality finds its fullest expression in the deep conversations I share with my closest friends. I relish diving into existential topics, exchanging ideas about philosophy, science, or art, and discovering perspectives that challenge my worldview. Many of them are cultured individuals, eager to learn and teach, turning every encounter into a workshop of mutual growth. I recall entire nights debating ethics, theorizing about the universe, or sharing books that transformed us. These dialogues not only expand my intellect but also strengthen our bond, as they leave room for vulnerability, doubts, and the boldest of dreams.
Looking back, I recognize that without these people, I would not be who I am today. One friend taught me study techniques that boosted my academic performance; another emotionally supported me through a heartbreak; several inspired me to explore artistic disciplines that now define my identity. Each, in their own way, added a brick to the construction of my present. Yet beyond concrete favors, I cherish the consistency, loyalty, and ability to celebrate both triumphs and defeats.
My life is, in many ways, a collage of the lessons, laughter, and support these friends have gifted me. Those from the neighborhood remind me of where I come from; those from university, of where I’m headed. Some connect me to nostalgia; others, to ambition. But all share a sacred space in my heart. I now understand that selectivity is not coldness but wisdom: by choosing consciously, I’ve built a network of authentic bonds, where each relationship mirrors the best of me while challenging me to keep evolving. That is why I raise my voice today to tell them: Thank you for being my portable home, my chosen family, my reason to believe in the beauty of human connections.
And what do friendships mean to YOU, and how have they contributed to your life?
Todas las fotos son de mi propiedad
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I have had to use the translator Deepl to be able to translate my original content in Spanish into English.
He tenido que utilizar el traductor Deepl para poder traducir mi contenido original en español al inglés.
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Comparto tu modo de percibir las amistades, aunque debo confesar que en un comienzo no hice un sabio uso de ellas sino hasta mucho después en mi vida.
A mí, me enseñaron que las amistades eran un medio para un fin. Un trampolín mental, emocional o económico para tener una mejor vida. Sin embargo, esto reforzó más bien la idea de que mis amigos debían de tener algún uso y que por lo tanto debía soportar lo que eran o no, para conservar ese valor. Creo que siempre ha sido mi problema entender las cosas literalmente, porque ignoraba que podía lastimarte gravemente, así como a los demás, aceptar a una persona solo por los que podía ofrecerte ya que eso te vuelve inútil perceptivamente para las cosas que no.
Ignorar lo malo de alguien y nisiquiera intentar ayudarle porque sean cosas que te disgustan, no es una amistad sino más un negocio, ¿no? Después de todo, uno soporta de los clientes ciertas sandeces y les sonreimos porque cuando se vayan y nos paguen, no será nuestro problema. Inconscientemente tratamos de vendernos también como el mejor producto amistoso para que nos quieran. Como podrás imaginar, no me fue muy bien.
Eso hasta que alguien que me importaba me dijo que le hacía bien emocionalmente. Eso marcó un antes y después en mi vida. No por haber hecho algo. Sino por "ser" algo. Así como la presencia de un gran árbol nos hace sentir cobijados en sus altas ramas. Entras en contacto la idea de que eres una buena persona para alguien.
Ser un buen amigo, una buena pareja, buen padre... son habilidades que subestimamos, hasta que nos toca. Me sorprende que haya pasado tanto tiempo y no se enseñe algo tan esencial en los colegios, ¿no te parece?
En fin, disculpa el pergamino. Me gusta enormemente perderme en mis ríos laberínticos.
Un saludo.
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Los amigos son parte de nuestra vida. A ellos los escogemos y no son perfectos, nadie asegura que no tendremos dificultades, pero si sabemos apreciarlos y cuidarlos estarán para siempre ahí. En el invernadero de las amistades
Valorar la amistad, esos seres que llegan a nuestra vida y se vuelven familia. Hermoso post para reconocer eso.
Interesante análisis que muestra madurez.
¡Te felicito!
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