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La humanidad ha dejado un legado de escrituras que narran sus hazañas, proezas y, lamentablemente, sus episodios más oscuros, a menudo provocados por la avaricia y la insaciable necesidad de poder.
A lo largo de la historia, hemos sido testigos de guerras que han marcado nuestro pasado, que continúan en el presente y que, sin duda, seguirán en el futuro.
Estas confrontaciones surgen de la opresión, fundamentadas en la creencia en un Dios o en un Diablo, representando las dos caras de la dualidad existencial humana. Desde el interior de cada individuo, libramos batallas internas, cuestionando lo que consideramos bueno y malo.
Esta lucha se origina en una conciencia que a menudo no logra discernir entre lo correcto y lo incorrecto.
Desde el momento de la concepción, comenzamos una lucha por la existencia. Desde el instante en que el hombre eyacula, se inicia una competencia feroz por llegar al óvulo, ocupando un lugar privilegiado en el vientre materno.
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Este deseo de nacer refleja una necesidad innata de adueñarnos del espacio físico de otro ser para lograr nuestro objetivo de existir. Una vez que llegamos a este plano, nos vemos arrastrados por pasiones que nos definen y nos sitúan en la posición social e intelectual que ocupamos.
Sin embargo, a menudo nuestro conocimiento es limitado, ya que vivimos en la superficialidad que nos impone la sociedad en la que estamos inmersos.
A lo largo de la historia, este orden social ha sido responsable de atrocidades innumerables. Hoy en día, no estamos exentos de revivir esos abusos, ya que somos partícipes de ellos, ya sea apoyando desde la ignorancia o desde la superficialidad.
Los seres humanos tendemos a ser ritualistas, aceptando como verdad lo que se nos presenta, ya sea a través de antiguos textos o por la influencia del poder actual. La guerra se establece entre dos bandos: opresores y oprimidos, donde uno busca acaparar todo y el otro se rebela.
En este macabro juego, nos encontramos divididos entre quienes tienen y quienes no, entre fascistas y oprimidos, entre derechos y decretos, entre razas y religiones, entre la libertad y el respeto, y entre la codicia y el altruismo.

La vida se asemeja a una escalera infinita que el ser humano intenta escalar en su búsqueda de trascendencia. Sin embargo, esta búsqueda puede llevar a las personas a convertirse en tiranos o en seres racionales y justos.
En esta exigencia de crecimiento, nos posicionamos en diferentes lados: opresores u oprimidos, ricos o pobres, buenos o malos. Es fundamental reflexionar sobre la naturaleza de la defraudación que mencioné al inicio.
¿Somos seres defraudados o somos cómplices de ese fraude? Elegimos a nuestros gobernantes y los idealizamos, sin darnos cuenta de que son representantes de una mayoría, pero nunca de la totalidad.
Todos contribuimos con nuestros impuestos a su desempeño, lo que significa que, sean tiranos o conservadores, están ahí gracias a nuestra decisión democrática.
Las revueltas sociales son parte de un fundamento que no logra ser mayoría y que arrastra a muchos a la barbarie, independientemente de la justicia de la causa.
Cuando el ser humano alcanza objetivos de dominación, tiende a olvidar los derechos de los demás, como si su existencia dependiera de ocupar el espacio de otro. La paradoja surge cuando la defraudación que nos lleva a rebelarnos se convierte en un fraude propio, ya que nos creemos justos.
Sin embargo, dentro de un estado social, coexisten diferentes pensamientos, lo que nos muestra que el derecho no se obtiene por la fuerza, sino que es un mérito de la inteligencia y el respeto mutuo.
Totalmente de acuerdo en que el respeto mutuo ha de primar consecuentemente sobre todo.
¡Excelente!