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Cuando lleguemos a comprender que nuestras vidas son el resultado de la energía vital que nos rodea, esa fuerza invisible que se siente al tocar la piel de otro ser, comenzaremos a apreciar la profundidad de nuestra existencia.
Esta energía se manifiesta en las sensaciones de frío y calor, y se puede observar en fenómenos cotidianos. Por ejemplo, al interactuar con un artefacto eléctrico que genera campos similares a la electricidad, podemos sentir un rubor en la palma de nuestras manos.
Este rubor es una señal de que hay una energía fluyendo a través de ese objeto. Muchas veces, sentimos esa misma carga eléctrica en nuestros cabellos o al golpearnos accidentalmente con objetos, como cuando pasamos un peine por nuestro cabello y escuchamos el sonido de la corriente al deslizarlo.
Todos somos campos de energía, y la vida misma es una prueba de ello. Mientras estamos vivos, nuestro cuerpo está en constante funcionamiento, pero al morir, parecemos inanimados porque el campo de energía vital ha abandonado nuestro organismo.
En relación con la vida, las enfermedades pueden debilitarnos y hacernos sentir carentes de energía. Buscamos en los alimentos, en la actividad física y en la medicina esa fuente que nos permita recargar nuestro organismo con salud vital.
Sin embargo, también existen factores externos que nos debilitan, como el maltrato, el olvido, la soledad, las injusticias y el sufrimiento. Todo esto se traduce en el mal que más se teme en las grandes ciudades: el estrés, el cansancio y las responsabilidades abrumadoras.
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Aunque todo esto proviene de nuestro interior, la salud energética no se puede comprar ni adquirir de manera compulsiva. Es algo que fluctúa según nuestras necesidades primarias, como ocurre con cualquier ser vivo.
A medida que avanzamos, podemos caer en excesos o en la falta de uso de ese potencial innato que reside en nuestro ser. En este punto, surge una pregunta crucial: ¿qué relación tiene la energía con el imperativo del yo?
La respuesta es que tiene una conexión profunda. El "yo" a menudo nos impide comprender la existencia del ser, creando una barrera que nos aleja de la autenticidad de nuestra vida. Nos creemos inmortales, los mejores, los que todo lo saben y disfrutan, pero también el "yo" puede manifestarse de manera destructiva, alimentando pensamientos como "yo no puedo", "yo sufro" o "yo soy el peor".
Mientras tanto, la energía es la que realmente predomina en nuestra existencia, aunque a menudo no la aceptamos ni la comprendemos. Todo lo que nos rodea está compuesto de energías, que pueden ser negativas, transformadoras o sucesorias.
Este concepto es vasto y podría describirse durante toda nuestra vida. Debemos aprender a aceptar al prójimo como a nosotros mismos, un principio que se refleja en el mandamiento religioso de "amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Este respeto fundamental implica reconocer que otros seres tienen el mismo derecho a existir que nosotros, y lamentablemente, el "yo" nos impide aceptar lo más simple y básico de la existencia: el respeto por el lugar donde estamos, donde hemos venido a cumplir un ciclo de entendimiento y no de tribulaciones.
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Estamos aquí para pulir la piedra fundamental de nuestra existencia, para convertirnos en la base de una generación libre de odios y maldad. Es esencial comprender qué significa vivir y qué implica la muerte, sin que esta última nos cause terror.
La muerte es un paso inevitable en el ciclo de la existencia, y ninguna persona estará exenta de ello. Las religiones del mundo promueven la purificación del alma, enfatizando la importancia de cultivar nuestras almas a través de nuestros comportamientos y pensamientos.
Estas creencias establecen castigos para quienes desobedecen a sus dioses y promueven leyes que buscan mantener un orden en la imagen que proyectamos ante lo divino y el mundo.
Sin embargo, esta búsqueda de orden puede llevar a la confusión, ya que la humanidad se encuentra atrapada en dogmas y fanatismos. A menudo, el dedo acusador está listo para señalar al impío, despreciándolo y excluyéndolo de su comunidad.
El imperativo del "yo" se manifiesta en la necesidad de marcar diferencias, basándose en la desobediencia a reglas impuestas por hombres y mujeres iluminados del pasado. El odio surge de la incapacidad de aceptar que somos campos energéticos que intentan brillar, dependiendo de nuestras necesidades personales de existencia.
Para lograr sociedades unificadas y justas, debemos vibrar en una misma sintonía. Es fundamental permitir que cada persona sea lo que desea ser y mirar hacia nuestro interior, ya que este es el fundamento para lograr cambios significativos.
Solo así podremos prevalecer hasta que esa luz bendita que ilumina nuestros ojos se apague definitivamente. En última instancia, la comprensión de nuestra energía vital y la aceptación de nuestra interconexión con los demás son pasos esenciales hacia una vida más plena y auténtica.
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When we come to understand that our lives are the result of the vital energy that surrounds us, that invisible force that we feel when we touch the skin of another being, we will begin to appreciate the depth of our existence.
This energy manifests itself in sensations of heat and cold, and can be observed in everyday phenomena. For example, when interacting with an electrical device that generates fields similar to electricity, we may feel a blush in the palm of our hands.
This flushing is a signal that there is an energy flowing through that object. Many times, we feel that same electrical charge in our hair or when we accidentally bump into objects, such as when we run a comb through our hair and hear the sound of the current as it slides through our hair.
We are all energy fields, and life itself is proof of this. While we are alive, our body is constantly functioning, but when we die, we seem inanimate because the vital energy field has left our organism.
In relation to life, diseases can weaken us and make us feel devoid of energy. We look to food, physical activity and medicine for that source that allows us to recharge our body with vital health.
However, there are also external factors that weaken us, such as mistreatment, neglect, loneliness, injustice and suffering. All this translates into the evil that is most feared in big cities: stress, fatigue and overwhelming responsibilities.
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Although all this comes from within us, energetic health cannot be bought or acquired compulsively. It is something that fluctuates according to our primary needs, as with any living being.
As we move forward, we can fall into excesses or lack of use of that innate potential that resides within our being. At this point, a crucial question arises: what relationship does energy have with the imperative of the self?
The answer is that it has a deep connection. The “I” often prevents us from understanding the existence of the self, creating a barrier that keeps us from the authenticity of our life. We think we are immortal, the best, the all-knowing and all-enjoying, but the “I” can also manifest in destructive ways, feeding thoughts like “I can't,” “I suffer,” or “I am the worst.”
Meanwhile, energy is what really dominates our existence, although we often do not accept or understand it. Everything around us is composed of energies, which can be negative, transformative or successive.
This concept is vast and could be described throughout our lives. We must learn to accept our neighbor as ourselves, a principle that is reflected in the religious commandment to “love thy neighbor as thyself”.
This fundamental respect implies recognizing that other beings have the same right to exist as we do, and unfortunately, the “I” prevents us from accepting the simplest and most basic of existence: respect for the place where we are, where we have come to fulfill a cycle of understanding and not tribulations.
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We are here to polish the cornerstone of our existence, to become the foundation of a generation free of hatred and evil. It is essential to understand what it means to live and what death entails, without being terrified of death.
Death is an inevitable step in the cycle of existence, and no person will be exempt from it. World religions promote the purification of the soul, emphasizing the importance of cultivating our souls through our behaviors and thoughts.
These beliefs establish punishments for those who disobey their gods and promote laws that seek to maintain order in the image we project before the divine and the world.
However, this search for order can lead to confusion, as humanity finds itself trapped in dogmas and fanaticisms. Often, the accusing finger is ready to point at the ungodly, despising them and excluding them from their community.
The “I” imperative manifests itself in the need to make a difference, based on disobedience to rules imposed by enlightened men and women of the past. Hatred arises from the inability to accept that we are energy fields trying to shine, depending on our personal needs for existence.
To achieve unified and just societies, we must vibrate in the same tuning. It is essential to allow each person to be what he or she wishes to be and to look within, as this is the foundation for significant change.
Only in this way will we be able to prevail until that blessed light that illuminates our eyes goes out for good. Ultimately, understanding our life energy and accepting our interconnectedness with others are essential steps towards a fuller and more authentic life.