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Con la llegada de las fiestas, siempre hay un vacío palpable en nuestras mesas, un lugar que recuerda a aquellos que ya no están con nosotros. El recuerdo de sus risas y anécdotas ronda nuestras mentes, llenándonos de una profunda nostalgia.
En esos momentos, cerramos los ojos, intentando contener las lágrimas que amenazan con brotar, y nos damos cuenta de cuánto amamos y extrañamos a quienes han partido y no volverán físicamente.
También hay quienes, en un susurro silencioso, pronuncian un "te amo", como si la brisa se llevara esas palabras hasta los oídos de aquellos que están lejos, creando un vínculo invisible entre el presente y el pasado.
El destino nos enfrenta a este sentimiento de añoranza a diario, pero es en las festividades cuando se intensifica. La cruda realidad es que las fiestas solían ser momentos de alegría pura, antes de que la tristeza de extrañar a un ser querido se interpusiera en nuestra felicidad.
Cada celebración se siente más aguda, recordándonos que la vida sigue, pero que hay quienes ya no pueden compartir estos momentos con nosotros. La ausencia se convierte en un eco que resuena en cada brindis y en cada risa compartida.
A medida que se acercan las festividades, la presión por ser feliz se hace evidente. Las fiestas son la excusa perfecta para reunirnos de diversas maneras: ya sea en compañía de familiares y amigos, disfrutando de risas y anécdotas, o en soledad, abrazando los recuerdos y momentos bellos que hemos vivido.
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También hay quienes encuentran consuelo en la compañía de una mascota, que fielmente nos acompaña y nos brinda amor incondicional. Las festividades son inclusivas, tanto para quienes tienen fe como para los agnósticos, ya que cada uno busca celebrar la Navidad o el Año Nuevo a su manera.
Aunque a veces parece que el interés por las festividades se desvanece con el paso de los años, siempre hay una chispa de esperanza que resplandece. Un "feliz Navidad" o un "próspero Año Nuevo" se convierten en faros de luz, y ese "te amo" dirigido al cielo se transforma en un acto de amor que trasciende la distancia y el tiempo.
La esperanza se manifiesta en cada abrazo, en cada sonrisa y en cada momento compartido, recordándonos que, a pesar de las ausencias, el amor perdura.
Las fiestas son un tiempo propicio para reflexionar sobre lo que hemos perdido y lo que aún tenemos. En cada celebración, se podrían contar innumerables historias reales que todo poeta o escritor guarda en su memoria.
La existencia humana, con sus aciertos y contradicciones, ha forjado momentos que nos embriagan de emociones y sentimientos profundos. Aun cuando hay quienes sienten el bullicio y la algarabía del mundo celebrando a su alrededor, hay otros que se encuentran en soledad, saboreando la distancia y la nostalgia.
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En este contexto, las festividades se convierten en un espacio donde la memoria y el amor se entrelazan, donde el pasado y el presente coexisten en una danza de emociones. En cada rincón de nuestras casas, en cada mesa decorada, hay un recordatorio de que la vida es un ciclo de encuentros y despedidas.
Las risas compartidas pueden estar acompañadas de un susurro de añoranza, y cada brindis puede evocar un recuerdo que nos haga sonreír y llorar al mismo tiempo.
Así, mientras celebramos, también honramos a aquellos que han dejado una huella en nuestras vidas. Las fiestas se convierten en un homenaje a la vida, a la esperanza y a la conexión que compartimos, sin importar la distancia.
En este sentido, cada "feliz Navidad" y cada "próspero Año Nuevo" se convierten en un acto de resistencia ante la tristeza, un recordatorio de que, aunque algunos estén ausentes, su amor sigue vivo en nuestros corazones.
Las fiestas son un momento de reflexión y celebración, un tiempo para valorar cada momento y cada relación. Que cada celebración sea un homenaje a la vida, a la esperanza y a la conexión que compartimos, sin importar la distancia.
Así, con un corazón lleno de amor y gratitud, deseamos a todos una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo, recordando que, aunque algunos estén ausentes, su legado perdura en nuestras memorias y en nuestro amor.
Feliz Navidad a todos los que me leen
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With the arrival of the holidays, there is always a palpable emptiness at our tables, a place that reminds us of those who are no longer with us. The memory of their laughter and anecdotes haunts our minds, filling us with a deep nostalgia.
In those moments, we close our eyes, trying to hold back the tears that threaten to well up, and realize how much we love and miss those who have departed and will not physically return.
There are also those who, in a hushed whisper, utter an “I love you,” as if the breeze carries those words to the ears of those who are far away, creating an invisible link between the present and the past.
Fate confronts us with this feeling of longing on a daily basis, but it is during the holidays that it intensifies. The harsh reality is that the holidays used to be moments of pure joy, before the sadness of missing a loved one got in the way of our happiness.
Each celebration feels more acute, reminding us that life goes on, but there are those who can no longer share these moments with us. Absence becomes an echo that resonates in every toast and every shared laugh.
As the holidays approach, the pressure to be happy becomes evident. The holidays are the perfect excuse to get together in a variety of ways: either in the company of family and friends, enjoying laughter and anecdotes, or in solitude, embracing the memories and beautiful moments we have experienced.
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There are also those who find comfort in the company of a pet, who faithfully accompanies us and gives us unconditional love. The holidays are inclusive, both for those of faith and for agnostics, as everyone seeks to celebrate Christmas or New Year in their own way.
Although it sometimes seems that interest in the holidays fades as the years go by, there is always a spark of hope that shines through. A “Merry Christmas” or a “Happy New Year” become beacons of light, and that “I love you” addressed to heaven becomes an act of love that transcends distance and time.
Hope manifests itself in every embrace, in every smile and in every moment shared, reminding us that, despite absences, love endures.
The holidays are a propitious time to reflect on what we have lost and what we still have. In every celebration, countless true stories could be told that every poet or writer keeps in his or her memory.
Human existence, with its successes and contradictions, has forged moments that intoxicate us with emotions and deep feelings. While there are those who feel the hustle and bustle of the world celebrating around them, there are others who find themselves in solitude, savoring the distance and nostalgia.
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In this context, the holidays become a space where memory and love intertwine, where past and present coexist in a dance of emotions. In every corner of our homes, on every decorated table, there is a reminder that life is a cycle of encounters and farewells.
Shared laughter may be accompanied by a whisper of longing, and each toast may evoke a memory that makes us smile and cry at the same time.
So, as we celebrate, we also honor those who have left a mark on our lives. The holidays become a tribute to the life, hope and connection we share, no matter the distance.
In this sense, every “Merry Christmas” and every “Happy New Year” become an act of resilience in the face of sadness, a reminder that even though some are absent, their love lives on in our hearts.
The holidays are a time for reflection and celebration, a time to cherish every moment and every relationship. Let each celebration be a tribute to the life, hope and connection we share, no matter the distance.
So, with a heart full of love and gratitude, we wish everyone a Merry Christmas and a Happy New Year, remembering that, though some may be absent, their legacy lives on in our memories and in our love.
Merry Christmas to all who read me
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