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Es 18 de marzo de 2025, a las 07:56 de la mañana, me levanto y me asomo por la ventana de mi habitación en busca del amanecer y del cerro El Ávila. Ahí está, hermoso como siempre, un regalo que el Creador me ofrece cada día de mi vida.
Impactado por la belleza de mi Caracas, busco mi olla especial para calentar el agua del café. La lleno hasta el tope, enciendo la hornilla y voy por el colador de tela y la jarra destinada al colado. El colador siempre pasa la noche en el balcón, eso es una regla: nunca debe quedarse dentro del apartamento. Una vez lavado, sale de inmediato a secarse allí.
Para buscarlo, abro las puertas del balcón y me recibe un impacto visual y térmico. El Ávila se muestra de nuevo, pero esta vez la vista es más amplia y viene acompañada de una brisa fría que golpea mi cuerpo. En ese momento, siento que ya estoy despierto al 50%. Me quedo un rato contemplando, meditando, agradeciendo y sonriendo. Todo eso pasa hasta que llega la hora de volver a la cocina. Tomo el colador, lo llevo a la jarra y, al llegar, el agua ya ha hervido. Coloco las porciones habituales de café y comienzo la ceremonia del colado.
El aroma del café recién hecho me eleva al 75%. Lleno la jarra hasta arriba, lo que equivale a cuatro tazas que me acompañarán desde ese momento hasta el mediodía. Después de eso, no se toma más café.
Agarro mi taza y la llevo a mi oficina en el mismo apartamento. Enciendo el teléfono, la laptop y doy el primer sorbo. Lo primero que reviso son los correos electrónicos, luego paso por la red social X, donde encuentro las noticias que me interesan. Termino el primer café y voy por el segundo. Una vez leídos los correos y las noticias, consulto el planificador en Trello y Google Calendar para ver qué toca hacer en el día. A partir de ahí, sé cómo se desarrollará todo. Me cepillo los dientes, me lavo la cara y preparo el desayuno.
Cuando estaba casado y vivía con mis hijos, los días de trabajo eran así: levantarme temprano, hacer café y preparar arepas. Soy especialista en arepas suaves y sabrosas. Luego salíamos todos: los chicos al colegio, ella a su trabajo y yo a la oficina. Esa era la rutina diaria. Sabía a qué hora salía de casa, pero nunca a qué hora regresaría. Si ocurría un milagro, podía estar de vuelta a las seis de la tarde.
Los sábados y domingos eran fascinantes. Cada quince días, los sábados los dedicábamos a ir a la playa, ya fuera a alguna en Puerto Cabello o a las hermosas del parque nacional Morrocoy en Tucacas. Los chamos adoraban esos días y los esperaban con ansias. El viernes previo ya teníamos todo listo: la fuerza económica, el vehículo alistado y las ganas al 100%. Pasábamos todo el fin de semana en la playa. Cuando no tocaba playa, los chamos disfrutaban de un sábado mágico en la piscina con un almuerzo espectacular. Eran días divinos. Yo era feliz si mis chamos se divertían.
Los domingos eran más tranquilos. Me levantaba temprano para comprar la prensa; solía adquirir tres periódicos, cada uno cubrían los distintos gustos de los miembros de la familia. El resto del día lo pasábamos viendo películas, jugando con el PlayStation y descansando. De vez en cuando, asistíamos temprano a la iglesia católica.
Me encantan las legumbres en todas sus formas: lentejas, caraotas de todos los colores, fabes y quinchonchos, que me vuelven loco. Cuando estaba casado no las comía mucho, pero ahora, de soltero, las devoro casi a diario. En el congelador siempre tengo una porción para emergencias, a veces hasta dos. Disfruto de cocinarlas y, cuando lo hago, me gusta acompañar el momento con unos buenos tragos de agua de maíz. Es algo que he hecho desde que descubrí cuánto amo cocinar. No pueden faltar, siempre hay que tener, es religión
Como mencioné, de casado consumía pocas legumbres, pero de divorciado no las dejo pasar. ¿Por qué? Apuesto a que lo imaginan: de divorciado puedo hacer cosas que, por respeto a la pareja, no hacía cuando estaba casado. Ahora me permito soltar esos huracanados que queman los boxers y que las sábanas no resisten, todo por culpa de las legumbres. Y no me vengan con cuentos de bicarbonato, remojos de horas o días; eso conmigo no funciona. Creo que mi pasión por las legumbres es una razón importante para amar la soltería. Un hábito que tal vez deba dejar.
Lamentablemente, no soporto leer libros físicos. Ese romanticismo de tocarlos u olerlos no va conmigo, siempre ha sido así. Pero desde que los libros llegaron a internet, todo se me facilitó. Y cuando descubrí los audiolibros, fui feliz. Una o dos veces por semana disfruto de alguno. Hoy escucharé "Show Your Work!" de Austin Kleon, que me recomendó una amiga. Según ella, trata temas que me interesan.
Termino mi día laboral (si se le puede llamar así) a las seis de la tarde, aunque a veces se extiende por algún taller virtual o trabajo que requiere más tiempo. A las nueve de la noche, veo una serie o película. Soy fanático del género de acción; no puedo dormir sin mi dosis de disparos, bombas y peleas.
Se me olvidaba: tres veces por semana salgo a trotar o caminar por algún parque o por las calles de la ciudad. Es recomendación de la cardióloga. Bueno, ella dijo que todos los días, pero desde que me recetó citrato de magnesio de por vida, me cuesta levantarme antes de las siete, mi hora preferida para ejercitarme en la calle. El citrato me hace dormir profundamente y, desde que lo tomo, me despierto cerca de las ocho. Por eso, convertí el apartamento en mi pequeño gimnasio, donde hago cardio y pesas. Con las pesas debo tener cuidado porque tengo una hernia umbilical que me limita.
En resumen, esos son mis hábitos atomicos. Creo que son buenos comparados con los de hace muchos años, cuando el alcohol y el cigarrillo eran mis compañeros. El mejor de todos es disfrutar de esos amaneceres que Papá Dios me regala.
Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.
Contenido original, escrito para:
Mi buen hábito ¿Cuál es el tuyo? por @lilianajimenez.
Todas las imágenes fueron editadas usando CANVA Pro.
Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.
Caracas, 18 de marzo del 2025
English
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It’s March 18, 2025, at 07:56 in the morning. I wake up and look out the window of my room, searching for the sunrise and El Ávila hill. There it is, as beautiful as ever, a gift the Creator offers me every day of my life.
Struck by the beauty of my Caracas, I grab my special pot to heat the coffee water. I fill it to the brim, light the stove, and go for the cloth strainer and the jug meant for brewing. The strainer always spends the night on the balcony—that’s a rule: it must never stay inside the apartment. Once washed, it goes straight out there to dry.
To fetch it, I open the balcony doors, and I’m hit with a visual and thermal shock. El Ávila reveals itself again, but this time the view is wider and comes with a cool breeze that strikes my body. At that moment, I feel 50% awake. I linger for a while, contemplating, meditating, giving thanks, and smiling. All of that happens until it’s time to return to the kitchen. I grab the strainer, take it to the jug, and by the time I get there, the water has already boiled. I add the usual portions of coffee and begin the brewing ceremony.
The aroma of freshly brewed coffee lifts me to 75%. I fill the jug to the top, which equals four cups that will keep me company from that moment until noon. After that, no more coffee.
I take my mug and head to my office in the same apartment. I turn on my phone and laptop and take my first sip. The first thing I check is my emails, then I scroll through the social network X, where I find the news that interests me. I finish the first coffee and go for the second. Once I’ve read the emails and news, I check my planner on Trello and Google Calendar to see what’s on the agenda for the day. From there, I know how everything will unfold. I brush my teeth, wash my face, and prepare breakfast.
When I was married and living with my kids, workdays were like this: waking up early, making coffee, and preparing arepas. I’m a specialist in soft, tasty arepas. Then we’d all head out—my kids to school, her to work, and me to the office. That was the daily routine. I knew what time I’d leave the house, but never when I’d return. If a miracle happened, I might be back by six in the evening.
Saturdays and Sundays were fascinating. Every other Saturday, we’d dedicate the day to the beach, either in Puerto Cabello or the stunning ones at Morrocoy National Park in Tucacas. The kids loved those days and eagerly awaited them. The Friday before, everything was ready: the budget, the car prepped, and our excitement at 100%. We’d spend the whole weekend at the beach. When it wasn’t a beach weekend, the kids enjoyed a magical Saturday by the pool with a spectacular lunch. Those were divine days. I was happy as long as my kids were having fun.
Sundays were quieter. I’d wake up early to buy the newspapers; I usually got three, each catering to the different tastes of the family members. The rest of the day was spent watching movies, playing PlayStation, and resting. Occasionally, we’d attend Catholic church early in the morning.
I love legumes in all their forms: lentils, beans of every color, fabes, and quinchonchos, which drive me wild. When I was married, I didn’t eat them much, but now, as a bachelor, I devour them almost daily. I always keep a portion—or sometimes two—in the freezer for emergencies. I enjoy cooking them, and when I do, I like to pair the moment with a few good swigs of corn water. It’s something I’ve done ever since I discovered how much I love cooking. They’re a must-have, always in stock—it’s like a religion.
As I mentioned, I ate a few legumes when married, but as a divorcee, I don’t let them pass me by. Why? I bet you can guess: as a divorcee, I can do things that, out of respect for my partner, I didn’t do when married. Now I let loose those hurricane-like blasts that burn through boxers and sheets can’t withstand—all thanks to the legumes. And don’t come at me with tales of baking soda, soaking for hours or days; that doesn’t work for me. I think my passion for legumes is a big reason I love being single. A habit I might need to kick.
Sadly, I can’t stand reading physical books. That romanticism of touching or smelling them isn’t for me—it never has been. But since books hit the internet, everything got easier. And when I discovered audiobooks, I was thrilled. Once or twice a week, I enjoy one. Today, I’ll listen to Show Your Work! by Austin Kleon, recommended by a friend. She says it covers topics that interest me.
I wrap up my workday (if you can call it that) at six in the evening, though sometimes it stretches due to a virtual workshop or task that takes longer. By nine at night, I watch a series or movie. I’m a fan of action—can’t sleep without my dose of gunfire, bombs, and fights.
I almost forgot: three times a week, I go jogging or walking in a park or around the city streets. It’s my cardiologist’s recommendation. Well, she said every day, but since she prescribed lifelong magnesium citrate, I struggle to wake up before seven, my preferred time for outdoor exercise. The citrate makes me sleep deeply, and since I started taking it, I wake up around eight. So, I’ve turned my apartment into a mini gym for cardio and weights. I have to be careful with weights, though, because of an umbilical hernia that limits me.
In summary, these are my atomic habits. I think they’re good compared to years ago when alcohol and cigarettes were my companions. The best of all is enjoying those sunrises that Papa God gifts me.
All rights reserved. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.
The original content was written for:
My good habit What is your good habit? by @lilianajimenez.
All images were edited using CANVA Pro.
Caracas, March 18, 2025
It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.
Curioso, yo también disfruto de la soltería, pero sigo siendo el mismo que cuando tuve pareja, los mismos hábitos, la misma música, la misma comida. Simplemente, sigo siendo yo. Bendiciones.
He disfrutado la lectura de su post, me llama la atención que haga el café utilizando la tetera, debe ser por tradición. Son admirables sus hábitos. Bendiciones
¡Muchas gracias por tu visita, amigo mío!
Iba disfrutando la publicación, de verdad, me asomé por esa ventana y vi el Ávila en todo su esplendor. Hábito curioso el de la bolsa de café. Recordé a mi mamá y su adoración por los quinchonchos, le quedaban deliciosos con ñame, me reí de buena gana y me interesé por el audiolibro. Son hábitos sanos.
¡Agradecido por tu amable visita, bella @charjaim!
Poder disfrutar cada mañana de un delicioso café y ese hermoso pulmón del Ávila es maravilloso, si duda tus buenos hábitos te ayudan a mantener el bienestar y la tranquilidad qué no tiene precio, me gustó leerte mi querido amigo,
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Siempre es bonito 😊 verte de visita mi querida Mariela (@cautiva-30). Mi cariño eterno ❤️ para ti y bendiciones 🙏 para tu hogar.
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