Cuando solo tenía cinco años de edad, unas amigas de mi bisabuelo le pidieron permiso a mis padres para llevarnos a mi hermana de dos años y a mí a la escuela dominical.
Mis padres accedieron y durante años disfrutamos de eso. Aprendimos desde muy pequeñas sobre lo bueno y lo malo, sobre el temor a Dios, y a estudiar la Biblia.
Se podría esperar que al entrar a la adolescencia empezara una etapa de rebeldía, pero no fue hasta cuando estaba saliendo de la adolescencia, a los 19 años, que comencé a cuestionar si realmente creía en un Dios que menospreciaba a la mujer.
Ahora, por qué llegué a pensar esto?
Lo peor es que fue por un artículo que leí en un blog que decía que Dios era machista, y analizaron ciertas partes de la biblia bajo ese enfoque y yo, simplemente olvidé todas las veces que había leído esas mismas partes de la biblia.
Durante años pensé esto y me aparté, cayendo incluso en una relación verdaderamente machista, una relación que duró casi seis años.
Recuerdo que tres meses antes de que terminara la relación, yo caí en cuenta de la amargura que sentía y recordé tantas veces que me dijeron que solo Dios podía llenar el vacío que hay en nosotros y ese día le dije a mi mamá: "mami, recuerdas que te han estado invitando a la iglesia? Vamos a esa iglesia
Y allí fuimos, por primera vez en una iglesia diferente en casi 20 años, y aunque los siguientes tres meses fueron duros, me iba sintiendo fortalecida y pude tener el valor de no volver cuando esa persona me lo pidió.
Allí coincidí con alguien que tenía casi dos años conociendo pero que solo habíamos cruzado saludos, hoy es el papá de mi hija.
Recuerdo que unos días después de haber terminado la relación, estaba allí orando, y vino a mi mente la imagen de alguien agarrándome la mano y orando conmigo, no pude ver su cara pero sí la ropa y el color de piel.
Un año después, pasó lo que vino a mi mente y aunque durante dos años mi fe que estuvo bastante arraigada, volvió a desfallecer.
Al salir embarazada, mi pareja y yo teníamos muchos planes pero de repente, perdimos mucho dinero en inversiones, yo me desesperé y me estresé mucho, comencé a pensar que Dios me había abandonado.
Mi estrés y mi ansiedad llegó a tales niveles que el último día de mi embarazo terminé con hipertensión.
Durante la cesárea de emergencia no paré de orar, sentía mucho miedo de perder a mi hija o de que ella me perdiera a mí.
Y aunque todo salió bien, volvía a sentirme tan vacía y abandonada.
Durante los primeros meses de postparto seguí teniendo episodios frecuentes de ansiedad, ya a mi pareja se le habían abierto las puertas, ya estaba resurgiendo económicamente, pero yo estaba tan sumida en mi tristeza y ansiedad que no podía ver la oportunidad que ya teníamos de formar nuestro hogar juntos.
Tuve que tocar fondo para regresar a Dios, para clamarle y volver a tener fe.
Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Han pasado casi seis meses de ese momento, y hoy veo todo lo que dejé pasar.
Hoy sé que lo que viene será mejor y lo que pasó, era necesario para mí crecimiento espiritual.
Puede ser que nadie pueda asegurar que existe Dios, un ser superior o como le quieran llamar, pero podemos asegurar que cuando hay fe en nosotros, todo se hace posible.
Cuando nuestro espíritu está fuerte, podemos ver la vida de otra manera. Incluso podemos ver a colores y no solo en blanco y negro.
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