Writing Club Contest: Erotica || Reflejos - Reflexes

in Writing Club3 years ago (edited)

Español


Los espejos me aterran; son mi perdición. Intento no verlos demasiado, de lo contrario, las voces vuelven. Marcus es el único que me entiende, quizás porque con él puedo sentir plenamente el vigor de mi cuerpo: sus manos me hacen sentir seguro, su aliento es la vida que necesitan mis labios. Él y solo él… mientras ignoro que es mi terapeuta y mi cintura está entre sus brazos. Mientras mis dedos palpan su amplio pecho entre brincos y sollozos. Mientras ignoramos nuestras diferencias de edades y la ética que amenaza nuestros encuentros.

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Él tiene 40, yo solo 16.

Mi cuerpo es un pequeño palillo entre sus formidables músculos. Tal vez por eso me gusta tanto: su masculinidad brilla como sus ojos de ámbar, además tiene barba, una barba marrón, y huele a duraznos. Es una bestia, una bestia de imponentes manos: dedos largos, dedos suaves, dedos que dejan marcas rojas en mi cuerpo de leche. Soy de Marcus, y él lo sabe porque cada vez que me tira contra su escritorio y alza mis piernas esboza una sonrisa y dice, en un susurro:

“Eres mío, pequeño.”

Luego apaga las luces de su consultorio y acaricia mi abdomen liviano. La madera del escritorio se desgarra entre mis uñas, y solo siento un ligero impulso entre mis costillas. Las vibraciones se expanden, alborotando los estímulos hasta en mis orejas. Es un dolor dulce; un dolor que me estremece desde adentro. En esos momentos mis ojos solo tienen cabida para Marcus, para esas gotitas que humedecen cada centímetro de su tez color caramelo. Me gusta sentir sus abrazos húmedos, y su barba entre mi clavícula, y su masculinidad llenando mi cuerpo; ese cuerpo que el resto del mundo aborrece, ese cuerpo que yo aborrezco ¡Y que los espejos me obligan a aborrecer!

Quisiera que Marcos se quedara conmigo para siempre, incluso se lo he pedido tras nuestros furtivos encuentros. Él me responde con promesas que no va a cumplir, desde luego, por la culpa de sus hijos, y de su esposa, y de la propia ingenuidad de mi corazón. Pero no puedo dejar de amarlo, ni de recordar cada caricia que me llevo tras las consultas que mi madre paga para demostrarle al mundo, y a ella misma, que mis antiguos intentos de suicidio tenían cura. Y la tuvieron. De alguna forma le agradezco su desafinada preocupación: solo así pude conocer al amor de mi vida.

La primera vez que mi madre me dijo sobre las terapias me negué rotundamente. Me encerré en mi habitación y no abrí la puerta a pesar de las patadas con las que ella intentó violar las barreras de la cerradura. Me desnudé frente al espejo, y entre sollozos rasguñé mis pronunciadas costillas. Maldije al cristal, pero maldije más el reflejo que en él se proyectaba: en él había un chico que se golpeaba contra las baldosas una y otra vez, una y otra vez, hasta que la fuerza de su madre logró superar la puerta para abrazar a su hijo. Estaba lleno de mi propia sangre, tanto que no distinguía entre mis lágrimas.

El espejo me saludó cuando mi mamá me cargó entre sus brazos, y por primera vez entendí la fragilidad de mis emociones. ¿Quién era? ¿Por qué no lograba amarme? ¿Por qué debía ser tan débil? Dos días después, frente a consultorio de Marcus, mi madre me habló como si estuviera en mi propio funeral, tal vez escarbando en el error que ella había cometido para concebir a un hijo desquiciado y además, antisocial.

“Marcus es el mejor terapeuta de la ciudad” comenzó a decir mi madre, y luego prosiguió con un: “Pero depende de ti, hijo. Solo depende de ti.”

Ella no quiso acompañarme a la consulta, dizque para no intervenir en la relación confidencial entre un paciente y su terapeuta. Ante su ausencia tuve que entrar al consultorio con las manos en mi bolsillo, mirando el suelo, deseando que las dos horas de terapia pasaran en solo dos segundos. Mis nervios me hicieron tropezar con una silla y no tardé en gritar una inmensa maldición. Esa fue la primera impresión que Marcus se llevó de mí: un chico maleducado.

“Si golpeas la silla, obtendrás una venganza. Normalmente golpeamos lo que nos lastima.” Con esas palabras me recibió Marcus por primera vez, sentado al otro lado de su escritorio lleno de trofeos de fútbol. Nunca descubrí si eran de él o de su hijo, quizás porque yo solo tuve ojos para sus músculos descomunales.

Él se levantó a ayudarme, quizás alertado por mi exagerado dolor en el tobillo; allí cometí mi primera indiscreción: miré su apretada cremallera, alentado por unos ojos curiosos y unos labios que intentaban morderse. Marcus se dio cuenta, tal vez le di una señal de confianza, porque sentí más cerca las hebras de su pantalón.

Retrocedí, obviamente, apenado por la terrible curiosidad de mis deseos. Me senté frente a él, hombros caídos, mirada al frente, intentando no mirarlo; por alguna razón el ámbar sus ojos me incomodaban. Hablamos, y sus bromas sobre la depresión causaron risas en mis paladares. Fingía escucharlo, entender sus consejos, hasta me hizo prometer que jamás volvería a intentar suicidarme…

Pero en realidad mi mente estaba en la belleza de su rostro, y en el imponente fulgor de su voz, y en el movimiento de su lengua contra sus labios, y en sus dedos largos y profundos. Nuestros ojos se encontraban a pesar de que yo desviaba los míos, y el sonreía, y yo también, y así nuestras sesiones se hicieron más personales. Mi madre apostó por mis buenos avances, y mi insistencia prolongó las terapias por dos meses más. Marcus y yo nos hicimos más cercanos, más amigos, más complacientes; simulando abrazos inocentes, él me aferraba contra su cuerpo para extender sus manos hasta mi cintura, y nos mirábamos, esta vez fijamente, hasta que retrocedíamos entre sonrisas. Yo quería, el también, pero ninguno de los dos se atrevía…

Hasta que una tarde sucedió lo que con tanto fulgor deseaba en mis silencios húmedos…

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Cuando llegué a la consulta Marcus me dijo que, como parte de sus nuevos programas de salud psicológica y mental, debía revisar mis reflejos. Traía un pequeño martillo entre sus dedos, y tras una risita pícara, me levantó como un palillo y me subió sobre su escritorio diciendo:

“Solo te daré un pequeño golpecito en la rodilla. Normalmente, debería levantarse la otra. Ahora, quítate el pantalón.”

Lo último lo pidió con tanta intensidad que por un momento mis lágrimas se asomaron. Lo obedecí, sintiendo un frío terrible en mis piernas. Entonces, mientras el martillito golpeaba mi rodilla derecha, los dedos izquierdos de Marcus se escurrían lentamente hasta mi calzoncillo. Mi otra pierna comenzó a moverse, no por los golpecitos, sino por la ligera caricia que hormigueaba hasta mi centro de gravedad. No había fricción, solo un roce dulce, espumoso, tan suave como las estrellas de mar. Tal vez Marcus se inspiró en mis gemidos, porque lo siguiente que concebí fueron sus labios gruesos y su barba rustica deslizándose por mi rostro. Ahí nuestras lenguas se enredaron como raíces penetrantes, y por primera vez nos unimos el uno al otro, y todo fue como un millar de fuegos artificiales.

Él pedía, yo accedía; me acurrucó en su pecho amplio mientras yo fruncía los dientes de placer. Mi espalda se contrajo hasta que, inundando por el agradable dolor, puse su corbata entre mis dientes para silenciar mis ruidos. Era glorioso, era único. Fue la mejor tarde de mi vida.

“Tienes buenos reflejos, pero aun debo seguir revisándolos” Dijo Marcus tras una terapia placentera y lujuriosa.

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Desde ese día cada sesión es más interesante que la otra. Me he prometido a mi mismo que Marcus, ese hombre majestuoso, estará conmigo para siempre; él es el único que no me desprecia como lo hacen los espejos. Su esposa es alérgica al maní, al menos eso decía el diagnostico que tiene Marcus en su escritorio. Tendré que comprobarlo… de alguna manera me enteraré si es cierto.

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“Siempre habías sido lo más caro a mi corazón, mi posesión y mi obsesión; por eso tuviste que morir prematuramente” Friedrich Nietzshe

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Esta es mi entrada oficial al concurso Writing Club Contest: Theme of the week "Erotica", los invito a todos a este maravilloso desafío para la creatividad y la pasión humana ;-)


English


Mirrors terrify me; it my downfall. I try not to watch them too much, otherwise the voices come back. Marcus is the only one who understands me, perhaps because with him I can fully feel the vigor of my body: his hands make me feel safe, his breath is the life my lips need. Him and only him… while I ignore that he is my therapist and my waist is in his arms. While my fingers feel the ample chest of him between jumps and sobs. While we ignore our age differences and the ethics that threaten our encounters.

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He is 40, I am only 16.

My body is a small toothpick between his formidable muscles. Maybe that's why I like him so much: his masculinity shines like his amber eyes, he also has a beard, a brown beard, and he smells like peaches. It is a beast, a beast with imposing hands: long fingers, soft fingers, fingers that leave red marks on my body of milk. I'm from Marcus, and he knows it because every time he throws me against his desk and lifts my legs he cracks a smile and says, in a whisper:

“You are mine, little one.”

Then he turns off the lights in his office and caresses my light abdomen. The wood of his desk rips under my fingernails, and I only feel a slight push between my ribs. The vibrations spread out, stirring the stimuli even in my ears. It's a sweet pain; a pain that shakes me from the inside. In those moments my eyes only have room for Marcus, for those droplets that moisten every inch of his caramel-colored complexion. I like the feel of his wet hugs, and his beard between my collarbones, and his masculinity filling my body; that body that the rest of the world hates, that body that I hate And that the mirrors force me to hate!

I would like Marcos to stay with me forever, I have even asked him after our furtive encounters. He answers me with promises that he will not keep, of course, because of his children, and his wife, and the naivety of my heart. But I can't stop loving him, or remembering every caress I get after the consultations my mother pays to prove to the world, and to herself, that my past suicide attempts had a cure. And they had it. In a way I thank him for his out of tune concern: only then could I meet the love of my life.

The first time my mother told me about the therapies, I flatly refused. I locked myself in my room and did not open the door despite the kicks with which she tried to breach the barriers of the lock. I undressed in front of the mirror, and between sobs I scratched my pronounced ribs. I cursed the glass, but I cursed more the reflection that was projected in it: in it was a boy who hit the tiles again and again, again and again, until his mother's strength managed to overcome the door to hug your son. I was full of my own blood, so much so that I couldn't distinguish between my tears.

The mirror greeted me as my mom carried me in her arms, and for the first time I understood the fragility of my emotions. Who was she? Why couldn't he love me? Why must he be so weak? Two days later, in front of Marcus's office, my mother spoke to me as if she were at my own funeral, perhaps delving into the mistake she had made to conceive a son who was deranged and also antisocial.

“Marcus is the best therapist in town,” my mother began, and then she continued with, “But it's up to you, son. He only depends on you."

She did not want to accompany me to the consultation, allegedly to avoid intervening in the confidential relationship between a patient and her therapist. In her absence I had to enter the office with my hands in my pocket, looking at the floor, wishing that the two hours of therapy would pass in just two seconds. My nerves tripped me over a chair and I was soon shouting a huge curse. That was the first impression Marcus got of me: a rude boy.

“If you hit the chair, you will get revenge. Normally we hit what hurts us.” With those words, Marcus greeted me for the first time, sitting across from him, a desk littered with football trophies. I never found out if they were his or his son's, perhaps because I only had eyes for his massive muscles.

He got up to help me, perhaps alerted by my exaggerated pain in his ankle; there I made my first indiscretion: I looked at his tight zipper, encouraged by curious eyes and lips that tried to bite. Marcus realized, maybe I gave him a sign of trust, because I felt the threads of his pants closer.

I backed away, obviously embarrassed by the terrible curiosity of my desires. I sat in front of him, shoulders slumped, looking straight ahead, trying not to look at him; for some reason the amber eyes of his made me uncomfortable. We talked, and his jokes about his depression caused laughter on my palates. He pretended to listen to him, understand his advice, even he made me promise that he would never attempt suicide again...

But really my mind was on the beauty of his face, and the commanding radiance of his voice, and the movement of his tongue against his lips, and his long, deep fingers. Our eyes met even though I averted mine, and he smiled, and so did I, and so our sessions became more personal. My mother bet on my good progress, and my insistence extended the therapies for two more months. Marcus and I became closer, more friends, more accommodating; simulating innocent hugs, he clung to me against his body to extend his hands to my waist, and we looked at each other, this time fixedly, until we backed away between smiles. I wanted to, so did he, but neither of them dared...

Until one afternoon, what I wanted with so much brilliance happened in my humid silences...

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When I got to the office, Marcus told me that as part of his new psychological and mental health programs, he was to check my reflexes. He had a small hammer between his fingers, and after a mischievous giggle, he picked me up like a stick and climbed on his desk saying:

“I'll just give you a little tap on the knee. Normally, the other should be raised. Now take off your pants.”

The last thing he asked with such intensity that for a moment my tears appeared. I obeyed him, feeling a terrible cold in my legs. Then, as the little hammer hit my right knee, Marcus's left fingers slowly slipped into my boxer shorts. My other leg began to move, not from the tapping, but from the light caress that tingled all the way to my center of gravity. There was no friction, just a sweet, foamy touch, as soft as starfish. Maybe Marcus was inspired by my moans, because the next thing I conceived of was his full lips and his rustic beard sliding down my face. There our tongues tangled like penetrating roots, and for the first time we joined each other, and everything was like a thousand fireworks.

He asked, I agreed; he snuggled me into his broad chest as I gritted my teeth in pleasure. My back contracted until, flooded with pleasant pain, I put his tie between my teeth to silence my noises. It was glorious, it was unique. It was the best afternoon of my life.

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"You have good reflexes, but I still have to check them" Marcus said after a pleasant and lustful therapy.

Since that day each session is more interesting than the other. I have promised myself that Marcus, that majestic man, will be with me forever; he's the only one who doesn't look down on me like mirrors do. His wife is allergic to peanuts, at least that's what the diagnosis Marcus has on his desk said. I'll have to check…somehow I'll find out if it's true.

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“You had always been the dearest thing to my heart, my possession and my obsession; that's why you had to die prematurely” Friedrich Nietzshe

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This is my official entry to the Writing Club Contest: Theme of the week "Erotica"
contest, I invite you all to this wonderful challenge for creativity and human passion ;-)



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Debo decir que me sorprendió bastante tu participación. Hay algo que como escritor resguardo, y es escribir mezclando la sexualidad con menores, no quiere decir que este mal, sin embargo es algo que no disfruto en lo absoluto siempre y cuando no sea tan explicito.

Con eso último me refiero a que estas cosas no escapan de la realidad, las personas ven como aberración que un menor de edad se enamore de alguien mucho mayor. La cosa es que existen leyes y un tanto de moral que nos dice que no es correcto.

Sin embargo, y más en el caso de los hombres. Hablando con propiedad, nosotros tenemos una enorme inclinación hacia las personas mayores, incluso recuerdo haberme "enamorado" de una mujer mucho mayor que yo a tan solo 6 años de edad. Claro, no pensé en nada sexual porque para ese entonces ni sabia que existia el sexo, pero hablo de esa atracción y sentimiento.

Si lo vemos en un sentido simple, podríamos decir que el chico de 16 años solo esta siendo usado por el médico, y que este médico está haciendo todo mal, porque primero, es padre de familia y lo otro es la ética.

La cosa es que esta es la parte buena de la escritura, que solo son letras, no son acciones reales, porque si lo fuesen, ese niño de cierto modo está siendo abusado y el psicólogo es un depravado. Pero de cierto modo siendo gay, y estando en la situación del chico, seguramente yo también sería protagonista de esta historia.

Me gusto mucho, a pesar de los puntos que te he hablado con anterioridad, aunque pensandolo bien en ciertos países (creo) la edad de 16 ya es mayoría, pero sin duda alguna el chico es un poco despiadado, sobre todo por ese final.

MIL GRACIAS!!!! porque en serio me gusto.

Hola @roadstories, primero que nada, Muchas gracias por el apoyo.

Verás, estaba algo preocupado por este relato, el tema de las edades siempre generan controversia jajaja🙈, pero, el amor es tan inesperado, tan difícil de procesar, tan profundo de entender...

Una obsesión, por otro lado, es más venenosa. Tanto Marcus como el protagonista representan esas huellas que vienen tras esas relaciones toxicas, quizás malinterpretadas por la odisea del corazón. Tienes razón, uno puede enamorarse a cualquier edad, pero la sexualidad es un trasfondo que se desarrolla en la adolescencia: yo mismo he presenciado ese amor, solo que, al estar éticamente "prohibido" uno se limita. 🤣

Este relato está inspirado en Lolita ¿Haz leído la novela? Una chica de 12 con un hombre de mayor edad. Quise crear una historia donde ambos personajes fueran destructivos, porque a veces, la inocencia es tan singular...

Me alegra que te haya gustado. Gracias por esta iniciativa. Me encantó el reto ❤️


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WOW! I guess Marcus is a good therapist, I mean who in the world would have resist him, his beard so nice, his lips so warm, and he make your eyes sees him all over the room, he must have been a master.

Such people are rare in the world, because they can easily take people back to life

Marcus is that wild side of a feverish masculinity. Many men have that peculiar charm.

Thank you for reading.

You are welcome

Marcus play a nice part on your story, is lips was warm, everything about him was lovely nice story

Thank you for reading :-D

increible, en lo personal disfruto mucho este tipo de historias, soy bastante fan del yaoi ademas jajajaja, lo prohibido hace que quieras mas y mas de el. me gusto la forma en que ecribiste muy bien de verdad

JAJAJA que bueno que te gustò, esto me ha animado a seguir escribiendo mas sobre este tipo de relatos. Tengo preparadas otras historias XD

Saludos.

Guys with such body structure are hard to resist.

"Thousands of fireworks" I could imagine the feeling when the soft touch made the leg move slowly without any struggles.

I appreciate your reading. I'm glad you liked this story. :-)

Debo decir que me sorprendió... Mis valores y prejuicios fueron puestos a prueba. Luego del shock de la primera lectura aprecie el ritmo de la narrativa y las formas descriptivas. Será un relato polémico, quizá... Pero debe ser apreciado en su justa valoración creativa

Para mi fue difícil crearlo por el contexto de las edades, pero al final decidì hacerlo para develar ese mensaje entre el amor y la sexualidad, la obsesión y los problemas emocionales. Gracias por leer y dejar tu honesta opinión. Me alegra que te haya gustado.

Saludos. :-D

Buena historia y el final fue muy aterrador para el analista, quien perdera su familia por liberar sus bajos instintos.