– Señor, Thomas, cómo le vengo indicando: no sabemos el origen de este virus, a lo que, además, hay que agregarle el desconocimiento de los medios que utiliza para propagarse. –
Me comentó el doctor mientras ojeaba de manera despreocupada la carpeta del historial médico de mi hija.
– ¡Pero esa no es manera de tratar a mi niña! ¡No es un animal! ¡Es un ser humano! ¡Por el amor a Dios! ¡¿Es que no escucha sus gritos?! Son indolentes ante el dolor ajeno. –
Iracundo, le propiné un puñetazo; la carpeta cayó al suelo y los lentes del doctor recibieron parte del impacto de mi puño.
– Entiendo perfectamente su molestia, caballero. –
Agregó mientras se reponía de la conmoción; se inclinó para tomar la carpeta, al levantarse observó los lentes rotos y con gesto reprobatorio y una mueca que disfrazaba muy bien su enojo, tiro sus lentes en el contenedor de basura que estaba situado a unos cuantos pasos.
– Señor, Thomas –
Me miró fijamente, sus ojos desvelaban una frialdad sinigual y su semblante tosco me daba señales para creer que lo que me diría no calmaría mi colera.
– Pido mantenga la calma. Sé que es algo difícil de pedir dada la situación, y más, al tratarse de su hija, pero comprenda: tanto para nosotros como para usted, estamos indefensos ante este nuevo escenario; algo único y totalmente desconocido está ocurriéndole a su hija y por el bien de todos los habitantes que llevamos cuatros años viviendo aquí, en marte, estamos obligados a saber con exactitud lo referente a este nuevo enemigo. Vamos, venga conmigo -
Me señaló con el brazo y a palma abierta el pasillo principal del hospital.
– Doctor Richard, –
Interrumpió uno de los vigilantes.
– Con su autorización sacaremos a este sujeto del lugar. –
Se habían acercado en vista de lo ocurrido hace unos momentos.
Llevaban armas largas de alto poder destructivo capaces de desintegrarme en cuestiones de segundos.
– Descuida, Antonio, el señor Thomas es un buen amigo mío, fui yo quien se propasó con él, no hace falta sacar a nadie. Gracias por estar al pendiente de mi integridad. Luis y tú pueden, aclarado el percance, volver a sus puestos. –
El doctor los tomó de los hombros y los acompaño unos cuantos pasos en dirección a la entrada principal.
– Bueno… continuemos –
Recalcó.
– Acompáñeme por este pasillo… ¿Señor, Thomas?… ¿se encuentra usted bien?
Algo andaba mal, algo andaba realmente mal. De repente la vista comenzó a fallarme: todo a mi alrededor se estaba oscureciendo y la voz del doctor apenas era algo imperceptible; ecos que se escuchaban a la lejanía de forma distorsionada. Intenté mantenerme en pie, pero todo acto fue inútil; mi cuerpo no respondía a mi voluntad. Me abalancé sobre el doctor y segundos después, me desvanecí.
Por cortos periodos volvía en mí mismo. La vista, algo borrosa me deslumbraba las lámparas del techo que se deslizaban velozmente por encima de mí. En cierta ocasión, en unos de estos lapsos de vida pude escuchar aquel peculiar chirrido de notas de lo que parecía ser la alarma de emergencia.
– ¡Papá! necesito que despiertes. –
Escuché de manera tenue una voz familiar.
– ¿Cherry? ¡¿Cherry eres tú?! –
Agitado me levanté sobresaltado en lo que al parecer era una camilla.
La luz incandescente cegaba mis ojos, me dolían al intentar abrirlos.
– ¿Cherry, amor, estás aquí? –
Nadie respondía a mis palabras.
Me senté al borde de la camilla hasta que mis ojos fuesen acostumbrándose a la luz. Sentía ese malestar en mis parpados; la sensación de tener arena en ellos, el dolor era bastante irritante.
Poco a poco fue esclareciendo todo a mi alrededor, a medida que esto ocurría el corazón se me aceleraba con mayor fuerza. Aquel extraño lugar estaba llenó de sangre, miembros descuartizados como brazos, la mitad de un cráneo, y algunos dedos se podía apreciar con exactitud pegados de paredes, techo y piso.
Me levanté de la camilla horrorizado, mantuve la calma y justo en ese momento me percaté de que debajo de la piel de mis brazos algo, con forma de pequeño bulto se movía. Exhorto y asustado de aquello di un paso atrás, mi fémur chocó con el borde de la cama. Inmediatamente después recordé que a pesar de lo que estaba viendo y viviendo debía de buscar a mi hija Cherry.
Salí corriendo por el lugar gritando a todo pulmón y hasta donde las fuerzas me permitían.
– ¡Cherryyyyyyyy! Vamos mi niña, háblame. ¡Cherryyyyyyyyyyyyy! ¡¿Dónde estás, amor?! –
Solo el despiadado silencio hacía eco de mis gritos.
A medida que iba recorriendo las instalaciones del hospital, me llegaban pensamientos catastróficos de lo que pudo haber ocurrido. El lugar estaba totalmente abandonado, había sangre derramada por doquier, papeles y algunos cuerpos mutilados se apreciaban.
Algo aterrador había sucedido. Mil preguntas colmaban mis pensamientos, pero mi principal objetivo era encontrar a mi hija en medio de ese pandemonio.
Me percaté que había llegado al sitio donde todo empezó para mí, las imágenes de aquel recuerdo surcaron mi mente. Me detuve justo donde me desvanecí, miré hacia adelante con dirección a la puerta principal del hospital, vislumbre una silueta, era la silueta de lo que parecía ser una niña.
– ¡Cherry! –
Grité. Salí disparado hacia el umbral, al cruzarlo pude darme cuenta que estaba delante de un total apocalipsis.
– ¡Oh por Dios! –
Mis fuerzas, mis esperanzas y mi fe estaban destruidas al igual que el desalado paisaje que se mostraba ante mí.
Fin.
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