Voy camino a la casa y el sonido del viejo taladro me avisa que estoy cerca, su zumbido mecánico resonando en el aire es como las campanas de una catedral.
A cada paso, su cuerpo de metal, marcado por las cicatrices de innumerables proyectos, va orientándome y me dice que mi viejo, aun a su edad, está trabajando.
Cruzo el portón y al llegar al corredor de la casa, están sumergidos cuál pieza única, mi viejo y su taladro en su labor. Juntos, a la disposición del tiempo, que no se detiene, no retrocede, solo avanza, implacable, están transformando llaves, candados y cerraduras en obras de arte. Ya sea reparando lo que está roto o construyendo lo nuevo.
El taladro es una extensión de mi padre, un hombre ingenioso y trabajador que siempre trabaja duro y con perseverancia. Para él cada proyecto es una oportunidad para servir, para crecer, para dejar una huella en el mundo.
Hoy lo entiendo, en mi juventud, no. Creía que el trabajo era una carga, una obligación, algo que se interponía en mi diversión.
Ahora, mirando el viejo taladro, me doy cuenta de que mi padre tiene razón. El trabajo no es una carga, sino una oportunidad. Es la forma en que damos forma al mundo a nuestro alrededor, en que dejamos nuestro legado. La imagen trabajadora de mi padre es la del hombre que aprovecha cada momento, cada instante, para trabajar con pasión y dedicación.
El taladro es hoy, no solo es una herramienta, también es un símbolo de la fuerza y la determinación. Es un recordatorio de que podemos lograr cualquier cosa que nos propongamos si nos esforzamos lo suficiente. Debo enfrentar cada desafío con valentía y perseverancia, sin rendirme nunca ante los obstáculos.
El zumbido del taladro al apagarse me recuerda que la vida es un viaje lleno de oportunidades. Debo abrazar cada reto, cada experiencia, y aprender de cada error. No debo dejar que el tiempo se escape entre mis dedos como arena fina, sino aprovecharlo al máximo para construir una vida llena de significado y satisfacción.
Es el taladro de mi padre, una oración de agradecimiento por el trabajo diario.
My dad's drill
I am on my way home and the sound of the old drill warns me that I am near, its mechanical whirring resonating in the air like the bells of a cathedral.
With each step, its metal body, marked by the scars of countless projects, orients me and tells me that my old man, even at his age, is working.
I cross the gate and when I reach the corridor of the house, my old man and his drill are immersed in their work, like a single piece. Together, at the disposal of time, which does not stop, does not go backwards, it only moves forward, relentless, they are transforming keys, padlocks and locks into works of art. Either repairing what is broken or building what is new.
The drill is an extension of my father, a resourceful and hardworking man who always works hard and with perseverance. For him every project is an opportunity to serve, to grow, to leave a mark on the world.
Today I understand that; in my youth, I did not. I thought work was a burden, an obligation, something that got in the way of my fun.
Now, looking at the old drill, I realize that my father is right. Work is not a burden, but an opportunity. It is how we shape the world around us, how we leave our legacy. My father's hardworking image is that of a man who seizes every moment, every instant, to work with passion and dedication.
The drill today is not only a tool, it is also a symbol of strength and determination. It is a reminder that we can achieve anything we set our minds to if we try hard enough. I must face every challenge with courage and perseverance, never giving up in the face of obstacles.
The hum of the drill going off reminds me that life is a journey full of opportunities. I must embrace every challenge, every experience, and learn from every mistake. I must not let time slip through my fingers like fine sand, but make the most of it to build a life full of meaning and fulfillment.
This is my father's drill, a prayer of thanks for the daily grind.
CRÉDITOS
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