En esta oportunidad quisiera compartir mi participación en la actividad Cuentame una historia . Así mismo invitar a @nobunaga-san y a @crisch23 a participar.
This time I would like to share my participation in the [Tell me a story] activity (https://ecency.com/hive-161155/@freewritehouse/cuentame-una-historia-7-de-mayo-de-2024). I would also like to invite @nobunaga-san and @crisch23 to participate.
-Español/Spanish-
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Prisioneros del cielo
En lo profundo del cielo, en donde el sonido de las trompetas no llegan, donde las aguas dejan de ser cristalinas y las intenciones parecen estar podridas; allí donde la oscuridad está presente es donde vivo. Algunos no merecían esto, solo era la continuidad de una impureza humana que traspasaba la muerte. Estábamos condenados por las razones equivocadas y no había esperanza alguna.
3000 años antes, en el despertar de Thyrus
Las calles habían sido inundadas con luz. Los monstruos habían sido desterrados o destruidos de la tierra. Yo tan solo era un niño pequeño, pero entendía que la llegada de este Dios de la paz seria por lo que estábamos rogando de rodillas durante tantos años.
Con la insuperable reproducción de monstruos por cada humano que devoraban, la población se había reducido demasiado. Los primeros en ser la comida fueron los ancianos, demasiado lentos para moverse. El pueblo había perdido abuelos y abuelas muy queridas, pero eso nos había dado tiempo. Tiempo que se agotó demasiado rápido.
Intentaron devorar a la mayor cantidad de hombres posibles y lo lograron, quedaban tal vez uno por cada veinte mujeres. Ellas eran ignoradas porque representaban la reproducción del humano, sin ellas la fuente de alimento se acabaría. Solo un acto lleno de rencor y venganza le pondría fin a todos, tanto humanos como monstruos. Pero para algunos era impensable, aunque supieran que estaban atrapados en el comedero del depredador. El suicidio en masa de todas las mujeres que quedaban aseguraría que eventualmente los monstruos que habían llegado de debajo de la tierra morirían de hambre. Lo más importante era el acto en sí. Nos habíamos convertido en las gallinas en el gallinero, de cuyos hijos se alimentarían o incluso de ellas mismas. No había salida.
Hasta que un destello morado lo iluminó todo y con un gran estruendo del cielo bajó Thyrus, el gigante alado. Los Tormens salieron de sus nidos, con garras y fauces sangrientas dispuestos a derrotar a la amenaza, los humanos solo estorbábamos. Los gritos, la sangre y el caos, todo estaba conmocionando a todos los ya traumatizados desde que había empezado la colonización. Siete días más tarde, para cuando el último Tormens monstruoso y pestilente fue asesinado, no sabíamos qué hacer. Fue entonces que luego de un descanso, Thyrus tomó forma humana y habló como todo un rey.
— Pueblo de Thenan, yo soy Thyrus. He sido enviado como su protector a exterminar a las criaturas de la oscuridad que tanta devastación les ha traído. Este pueblo esta bendecido por los seres de la luz. En compensación por tanto sufrimiento, desde el día de hoy cada alma que muera nacida en este suelo será recibida en el cielo donde la luz jamás se apaga. Así no temerán a la oscuridad incluso después de su muerte.
La tierra había sido abonada con sangre por los asesinados, tanto humanos como monstruos. Luego de unos meses, el suelo era tan fértil que incluso los arboles crecieron más rápido. Sin nada que temer todo había vuelto a la normalidad tanto como se podía. Y una vez al año se celebraba el festival de conmemoración para recordar a los que habían perdido la vida. Era lógico que todos deberíamos estar deprimidos por lo ocurrido, pero parte de la bendición de Thyrus había sido usar su poder no solo para traer paz a la tierra, sino también a nuestros corazones. En síntesis, estábamos un poco drogados evitando que la tristeza y cualquier pensamiento negativo nos invadiera. Eso nos ayudó a sobrevivir.
Yo había crecido en medio del caos, lo había visto todo. Con ochenta años mi final debería estar cerca, pero la verdad era que la tierra había desarrollado su propio poder después de tanta sangre derramada sobre ella. No solo la cosecha era abundante y prospera, sino que también ralentizaba nuestro deterioro biológico, envejecíamos muy lento. Para cuando cumplí los trescientos años, mi momento había llegado.
Tal como lo había presenciado, la promesa de Thyrus se cumplió. Luego de mi último aliento, ascendí al cielo como un meteorito en reversa. Pero al llegar todo fue distinto. Las filas de almas encadenadas eran escoltadas amenazantemente hacia una fortaleza impenetrable. Acababa de morir y estaba sobre las nubes, cumpliendo condena. Solo intentar buscar respuestas a nuestros carceleros me hizo ganar una golpiza escupiendo sangre. ¿Pero por qué? ¿No estaba muerto? ¿Cómo podía sangrar? Con el tiempo lo entendí.
La hazaña de Thyrus, nuestro salvador no había sido una bendición. El consejo Celestial lo había encarcelado a su regreso. Los demás dioses consideraban que la humanidad ya estaba perdida y los oráculos presagiaban algo terrible. La sangre derramada en la tierra de los mismos Tormens desarrollaría un vínculo poderoso con los seres que vivieran a su alrededor. El proceso de ralentizar la vejez de los humanos estaba asociado a la infección de nuestra propia sangre. Con el tiempo nos convertiríamos en criaturas más abominables y fuertes que las que nos habían casi exterminado. Así que a ojos del consejo, Thyrus solo había hecho un mal al haber intervenido para salvarnos.
Al morir reclamaban nuestras almas al cielo para poder encerrarnos, porque esa clase de poder, aunque no supiéramos cómo manifestarlo o controlarlo, no moría solo con el cuerpo. Y si llegábamos a descender a la oscuridad, el estar rodeados de seres malignos y poderosos aceleraría el proceso de mutación, trayendo una catástrofe para el resto de la humanidad y el mismo cielo.
Tenía dos mil años encerrado junto a cientos de personas que creían que al morir podrían descansar. No dormíamos, no comíamos, no soñábamos. Éramos almas en pena pagando por errores ajenos y argumentos injustos. A veces solo recordaba mi vida en la Tierra. Aun podía recordar cuando era niño. En los días buenos lograba pagar un trozo de pastel de pollo, era el triunfo de todo un mes. Mi madre había muerto al darme a luz y mi padre había sido devorado por los monstruos. Luego de la salvación de Thyrus, ayudaba en todo cuanto se podía a cambio de comida. Con el tiempo me convertí en pastor, cuidaba de las ovejas y ellas me hacían compañía. La tranquilidad de ese campo era lo que valía la pena sentir. Pero solo eran recuerdos.
Una noche un estruendo sacudió las nubes, truenos y destellos. Me recordaba a aquella vez. Estábamos asustados. ¿Habrían resurgido los monstruos? La incertidumbre detonó nervios que ni siquiera sabíamos que podíamos tener. Después de todo solo éramos almas. Hasta que enormes pisadas se aproximaron y de un estallido la puerta de nuestra prisión se vino abajo. Thyrus el gigante alado, estaba de nuevo enfrente de mí.
— Lamento que los hayan encerrado por mi culpa, solo quería salvarlos. Salgan, son libres.
Sangraba y había perdido un brazo. Estaba lleno de hollín y su voz sonaba desconsolada. Alguien gritó en reclamo la duda que todos teníamos, una mujer joven que tal vez había fallecido al dar a luz.
— ¿Cómo podemos huir? Se supone que esta es la vida después de la muerte. ¿A dónde iríamos? Hemos muerto en la tierra, nos condenan en el cielo y en el infierno hay cosas peores.
— No. Sus cuerpos en la tierra están petrificados. Si salen de aquí volverán a ellos. El concejo no podrá tocarlos por ser seres de la tierra. No es su dominio, yo soy el único puente entre los tres mundos. Acabaré con el consejo, para que cuando ustedes vuelvan a morir y regresen, nadie los aprisione de nuevo. Pero necesito tiempo, son muy fuertes. Largo o vendrán aquí, destruirán sus almas y con ellas promulgaran la destrucción de todos los humanos. No es justo. Solo váyanse.
Estaba devastado. Con miedo, salimos uno a uno del fuerte y pronto simulamos de nuevo ser meteoritos, pero que esta vez aterrizaban en la tierra. Nuestras almas entraron a nuestros cuerpos. Era cierto, estaban petrificados y por la larga espera habíamos sido cubiertos por la maleza. Abrir los ojos se sentía pesado, moverse dolía. Pero al alzar la cabeza todos lo vimos. En el cielo las explosiones de luz y sonido eran atemorizantes. Una guerra se llevaba a cabo por nuestra culpa. Thyrus había escapado para liberarnos.
Un meteorito aún más grande aterrizó cerca de nosotros, la ola expansiva nos lanzó varios metros atrás, levantando polvo y hierba. Thyrus de tres metros de alto y un semejante de ojos verdes luchaban a muerte. Nuestro defensor escupía sangre y había perdido su espada. De espalda al suelo veía con odio a su contrincante, y aun así le suplicó.
— Darcellus, dales una oportunidad. No merecen esto. Siempre han existido las tres especies, si erradicas una, el equilibrio se perderá. Debe haber otra manera.
— Ya están condenados, el equilibrio se rompió desde que los Tormens surgieron a devorar todo a su paso. Al matarlos en suelo Thenan, los condenaste. ¡Todo esto es tú culpa! ¿Crees que matar al consejo salvará a tus preciados humanos? La mayoría ya ni siquiera son humanos.
A la distancia, vimos con horror cómo el miembro del consejo más joven, Darcellus, enterraba su lanza en el pecho de Thyrus, removiendo con cizaña la herida que borboteaba sangre azul sin detenerse. Los ojos de Thyrus se apagaban y los de su asesino brillaban con intensidad, acompañados de una mueca de desprecio.
Todo pasó muy rápido. Creí haber perdido la consciencia, pero entonces un silbido fuerte y doloroso explotó en mi cabeza. Al abrir los ojos, las personas me miraban con terror. Colgando en mi regazo tenia a Darcellus, con su sangre saliendo de su boca, sus ojos abiertos de sorpresa y mi mano sujetándolo del cuello, mientras que con la otra tenia cerca de mi boca su corazón previamente arrancado de su pecho. El sabor metálico se convirtió en dulce, semejante al almíbar. Era delicioso y me nublaba el pensamiento.
— Debimos matarlos cuando pudi…
Solté su cuello y cayó inerte en el suelo. Mi cuerpo estaba cambiado. Mi piel era de color rojo y lo que habían sido manos, ahora eran garras. Media al menos unos cinco metros, los arboles parecían pequeños. Poco a poco más humanos se transformaron en nuevos monstruos y los que no, solo podían correr. El cielo comenzó a oscurecerse haciendo eco del terrible presagio. Darcellus tenía razón, Thyrus se había sacrificado por nada y lo peor era que yo estaba hambriento. Mi boca salivaba mientras veía a los humanos correr por sus vidas. Debimos habernos quedado como prisioneros del cielo para siempre, no lo comprendía antes. Pero ya no había vuelta atrás, un instinto salvaje y maligno se apoderaba de mí con cada segundo que pasaba. Ahora yo era el monstruo.
3000 años antes, en el despertar de Thyrus
Las calles habían sido inundadas con luz. Los monstruos habían sido desterrados o destruidos de la tierra. Yo tan solo era un niño pequeño, pero entendía que la llegada de este Dios de la paz seria por lo que estábamos rogando de rodillas durante tantos años.
Con la insuperable reproducción de monstruos por cada humano que devoraban, la población se había reducido demasiado. Los primeros en ser la comida fueron los ancianos, demasiado lentos para moverse. El pueblo había perdido abuelos y abuelas muy queridas, pero eso nos había dado tiempo. Tiempo que se agotó demasiado rápido.
Intentaron devorar a la mayor cantidad de hombres posibles y lo lograron, quedaban tal vez uno por cada veinte mujeres. Ellas eran ignoradas porque representaban la reproducción del humano, sin ellas la fuente de alimento se acabaría. Solo un acto lleno de rencor y venganza le pondría fin a todos, tanto humanos como monstruos. Pero para algunos era impensable, aunque supieran que estaban atrapados en el comedero del depredador. El suicidio en masa de todas las mujeres que quedaban aseguraría que eventualmente los monstruos que habían llegado de debajo de la tierra morirían de hambre. Lo más importante era el acto en sí. Nos habíamos convertido en las gallinas en el gallinero, de cuyos hijos se alimentarían o incluso de ellas mismas. No había salida.
Hasta que un destello morado lo iluminó todo y con un gran estruendo del cielo bajó Thyrus, el gigante alado. Los Tormens salieron de sus nidos, con garras y fauces sangrientas dispuestos a derrotar a la amenaza, los humanos solo estorbábamos. Los gritos, la sangre y el caos, todo estaba conmocionando a todos los ya traumatizados desde que había empezado la colonización. Siete días más tarde, para cuando el último Tormens monstruoso y pestilente fue asesinado, no sabíamos qué hacer. Fue entonces que luego de un descanso, Thyrus tomó forma humana y habló como todo un rey.
— Pueblo de Thenan, yo soy Thyrus. He sido enviado como su protector a exterminar a las criaturas de la oscuridad que tanta devastación les ha traído. Este pueblo esta bendecido por los seres de la luz. En compensación por tanto sufrimiento, desde el día de hoy cada alma que muera nacida en este suelo será recibida en el cielo donde la luz jamás se apaga. Así no temerán a la oscuridad incluso después de su muerte.
La tierra había sido abonada con sangre por los asesinados, tanto humanos como monstruos. Luego de unos meses, el suelo era tan fértil que incluso los arboles crecieron más rápido. Sin nada que temer todo había vuelto a la normalidad tanto como se podía. Y una vez al año se celebraba el festival de conmemoración para recordar a los que habían perdido la vida. Era lógico que todos deberíamos estar deprimidos por lo ocurrido, pero parte de la bendición de Thyrus había sido usar su poder no solo para traer paz a la tierra, sino también a nuestros corazones. En síntesis, estábamos un poco drogados evitando que la tristeza y cualquier pensamiento negativo nos invadiera. Eso nos ayudó a sobrevivir.
Yo había crecido en medio del caos, lo había visto todo. Con ochenta años mi final debería estar cerca, pero la verdad era que la tierra había desarrollado su propio poder después de tanta sangre derramada sobre ella. No solo la cosecha era abundante y prospera, sino que también ralentizaba nuestro deterioro biológico, envejecíamos muy lento. Para cuando cumplí los trescientos años, mi momento había llegado.
Tal como lo había presenciado, la promesa de Thyrus se cumplió. Luego de mi último aliento, ascendí al cielo como un meteorito en reversa. Pero al llegar todo fue distinto. Las filas de almas encadenadas eran escoltadas amenazantemente hacia una fortaleza impenetrable. Acababa de morir y estaba sobre las nubes, cumpliendo condena. Solo intentar buscar respuestas a nuestros carceleros me hizo ganar una golpiza escupiendo sangre. ¿Pero por qué? ¿No estaba muerto? ¿Cómo podía sangrar? Con el tiempo lo entendí.
La hazaña de Thyrus, nuestro salvador no había sido una bendición. El consejo Celestial lo había encarcelado a su regreso. Los demás dioses consideraban que la humanidad ya estaba perdida y los oráculos presagiaban algo terrible. La sangre derramada en la tierra de los mismos Tormens desarrollaría un vínculo poderoso con los seres que vivieran a su alrededor. El proceso de ralentizar la vejez de los humanos estaba asociado a la infección de nuestra propia sangre. Con el tiempo nos convertiríamos en criaturas más abominables y fuertes que las que nos habían casi exterminado. Así que a ojos del consejo, Thyrus solo había hecho un mal al haber intervenido para salvarnos.
Al morir reclamaban nuestras almas al cielo para poder encerrarnos, porque esa clase de poder, aunque no supiéramos cómo manifestarlo o controlarlo, no moría solo con el cuerpo. Y si llegábamos a descender a la oscuridad, el estar rodeados de seres malignos y poderosos aceleraría el proceso de mutación, trayendo una catástrofe para el resto de la humanidad y el mismo cielo.
Tenía dos mil años encerrado junto a cientos de personas que creían que al morir podrían descansar. No dormíamos, no comíamos, no soñábamos. Éramos almas en pena pagando por errores ajenos y argumentos injustos. A veces solo recordaba mi vida en la Tierra. Aun podía recordar cuando era niño. En los días buenos lograba pagar un trozo de pastel de pollo, era el triunfo de todo un mes. Mi madre había muerto al darme a luz y mi padre había sido devorado por los monstruos. Luego de la salvación de Thyrus, ayudaba en todo cuanto se podía a cambio de comida. Con el tiempo me convertí en pastor, cuidaba de las ovejas y ellas me hacían compañía. La tranquilidad de ese campo era lo que valía la pena sentir. Pero solo eran recuerdos.
Una noche un estruendo sacudió las nubes, truenos y destellos. Me recordaba a aquella vez. Estábamos asustados. ¿Habrían resurgido los monstruos? La incertidumbre detonó nervios que ni siquiera sabíamos que podíamos tener. Después de todo solo éramos almas. Hasta que enormes pisadas se aproximaron y de un estallido la puerta de nuestra prisión se vino abajo. Thyrus el gigante alado, estaba de nuevo enfrente de mí.
— Lamento que los hayan encerrado por mi culpa, solo quería salvarlos. Salgan, son libres.
Sangraba y había perdido un brazo. Estaba lleno de hollín y su voz sonaba desconsolada. Alguien gritó en reclamo la duda que todos teníamos, una mujer joven que tal vez había fallecido al dar a luz.
— ¿Cómo podemos huir? Se supone que esta es la vida después de la muerte. ¿A dónde iríamos? Hemos muerto en la tierra, nos condenan en el cielo y en el infierno hay cosas peores.
— No. Sus cuerpos en la tierra están petrificados. Si salen de aquí volverán a ellos. El concejo no podrá tocarlos por ser seres de la tierra. No es su dominio, yo soy el único puente entre los tres mundos. Acabaré con el consejo, para que cuando ustedes vuelvan a morir y regresen, nadie los aprisione de nuevo. Pero necesito tiempo, son muy fuertes. Largo o vendrán aquí, destruirán sus almas y con ellas promulgaran la destrucción de todos los humanos. No es justo. Solo váyanse.
Estaba devastado. Con miedo, salimos uno a uno del fuerte y pronto simulamos de nuevo ser meteoritos, pero que esta vez aterrizaban en la tierra. Nuestras almas entraron a nuestros cuerpos. Era cierto, estaban petrificados y por la larga espera habíamos sido cubiertos por la maleza. Abrir los ojos se sentía pesado, moverse dolía. Pero al alzar la cabeza todos lo vimos. En el cielo las explosiones de luz y sonido eran atemorizantes. Una guerra se llevaba a cabo por nuestra culpa. Thyrus había escapado para liberarnos.
Un meteorito aún más grande aterrizó cerca de nosotros, la ola expansiva nos lanzó varios metros atrás, levantando polvo y hierba. Thyrus de tres metros de alto y un semejante de ojos verdes luchaban a muerte. Nuestro defensor escupía sangre y había perdido su espada. De espalda al suelo veía con odio a su contrincante, y aun así le suplicó.
— Darcellus, dales una oportunidad. No merecen esto. Siempre han existido las tres especies, si erradicas una, el equilibrio se perderá. Debe haber otra manera.
— Ya están condenados, el equilibrio se rompió desde que los Tormens surgieron a devorar todo a su paso. Al matarlos en suelo Thenan, los condenaste. ¡Todo esto es tú culpa! ¿Crees que matar al consejo salvará a tus preciados humanos? La mayoría ya ni siquiera son humanos.
A la distancia, vimos con horror cómo el miembro del consejo más joven, Darcellus, enterraba su lanza en el pecho de Thyrus, removiendo con cizaña la herida que borboteaba sangre azul sin detenerse. Los ojos de Thyrus se apagaban y los de su asesino brillaban con intensidad, acompañados de una mueca de desprecio.
Todo pasó muy rápido. Creí haber perdido la consciencia, pero entonces un silbido fuerte y doloroso explotó en mi cabeza. Al abrir los ojos, las personas me miraban con terror. Colgando en mi regazo tenia a Darcellus, con su sangre saliendo de su boca, sus ojos abiertos de sorpresa y mi mano sujetándolo del cuello, mientras que con la otra tenia cerca de mi boca su corazón previamente arrancado de su pecho. El sabor metálico se convirtió en dulce, semejante al almíbar. Era delicioso y me nublaba el pensamiento.
— Debimos matarlos cuando pudi…
Solté su cuello y cayó inerte en el suelo. Mi cuerpo estaba cambiado. Mi piel era de color rojo y lo que habían sido manos, ahora eran garras. Media al menos unos cinco metros, los arboles parecían pequeños. Poco a poco más humanos se transformaron en nuevos monstruos y los que no, solo podían correr. El cielo comenzó a oscurecerse haciendo eco del terrible presagio. Darcellus tenía razón, Thyrus se había sacrificado por nada y lo peor era que yo estaba hambriento. Mi boca salivaba mientras veía a los humanos correr por sus vidas. Debimos habernos quedado como prisioneros del cielo para siempre, no lo comprendía antes. Pero ya no había vuelta atrás, un instinto salvaje y maligno se apoderaba de mí con cada segundo que pasaba. Ahora yo era el monstruo.
-Inglés/English-
-Inglés/English-
Prisoners of the sky
In the depths of heaven, where the sound of trumpets do not reach, where the waters cease to be crystalline and intentions seem to be rotten; there where darkness is present is where I live. Some did not deserve this, it was only the continuity of a human impurity that transcended death. We were doomed for the wrong reasons and there was no hope.
3000 years earlier, in the awakening of Thyrus.
The streets had been flooded with light. Monsters had been banished or destroyed from the earth. I was only a small child, but I understood that the coming of this God of peace would be what we had been begging for on our knees for so many years.
With the insurmountable reproduction of monsters for every human they devoured, the population had become too small. The first to be eaten were the elderly, too slow to move. The village had lost beloved grandfathers and grandmothers, but that had bought us time. Time that ran out too quickly.
They tried to devour as many men as possible and succeeded, there was perhaps one for every twenty women. They were ignored because they represented the reproduction of the human, without them the food source would end. Only an act full of rancor and revenge would put an end to them all, both humans and monsters. But for some it was unthinkable, even if they knew they were trapped in the predator's feeding trough. The mass suicide of all the remaining women would ensure that eventually the monsters that had come from beneath the earth would starve to death. More important was the act itself. We had become the chickens in the henhouse, whose offspring they would feed on or even feed on themselves. There was no way out.
Until a purple flash lit up everything and with a great roar from the sky came down Thyrus, the winged giant. The Tormens came out of their nests, with claws and bloody jaws ready to defeat the threat, we humans were only in the way. The screams, the blood and the chaos, it was all shocking to everyone already traumatized since the colonization had begun. Seven days later, by the time the last monstrous and pestilent Tormens was killed, we didn't know what to do. It was then that after a rest, Thyrus took human form and spoke like a king.
— People of Thenan, I am Thyrus. I have been sent as your protector to exterminate the creatures of darkness that have brought you so much devastation. This people is blessed by the beings of light. In compensation for so much suffering, from this day forward every soul that dies born on this soil will be received in heaven where the light is never extinguished. Thus they will not fear darkness even after their death.
The soil had been fertilized with blood by the slain, both human and monster. After a few months, the soil was so fertile that even the trees grew faster. With nothing to fear, everything had returned to normal as much as possible. And once a year the memorial festival was held to remember those who had lost their lives. It was logical that we should all be depressed about what had happened, but part of Thyrus' blessing had been to use his power not only to bring peace to the land, but also to our hearts. In short, we were a bit drugged by preventing sadness and any negative thoughts from invading us. That helped us survive.
I had grown up in the midst of chaos, I had seen it all. At eighty years old my end should be near, but the truth was that the land had developed its own power after so much blood spilled on it. Not only was the harvest abundant and prosperous, but it also slowed our biological deterioration, we aged very slowly. By the time I turned three hundred, my time had come.
As I had witnessed, Thyrus' promise was fulfilled. After my last breath, I ascended into the sky like a meteorite in reverse. But when I arrived, everything was different. Rows of chained souls were escorted menacingly toward an impenetrable fortress. I had just died and was above the clouds, serving time. Just trying to seek answers from our jailers earned me a beating spitting blood. But why? Wasn't I dead? How could I bleed? Eventually I understood.
The exploit of Thyrus, our savior, had not been a blessing. The Celestial council had imprisoned him upon his return. The other gods considered that humanity was already lost and the oracles foretold something terrible. The blood spilled on the land of the Tormens themselves would develop a powerful bond with the beings living around them. The process of slowing the aging of humans was associated with the infection of our own blood. In time we would become more abominable and stronger creatures than those who had nearly exterminated us. So in the eyes of the council, Thyrus had only done a wrong by intervening to save us.
When we died they would claim our souls from heaven so they could lock us up, because that kind of power, even if we didn't know how to manifest or control it, didn't die with the body alone. And if we were to descend into darkness, being surrounded by evil and powerful beings would accelerate the process of mutation, bringing catastrophe to the rest of humanity and to heaven itself.
I had two thousand years locked up with hundreds of people who believed that by dying they could rest. We did not sleep, we did not eat, we did not dream. We were souls in pain paying for other people's mistakes and unfair arguments. Sometimes I could only remember my life on Earth. I could still remember when I was a child. On good days I would manage to pay for a piece of chicken pot pie, it was a whole month's triumph. My mother had died giving birth to me and my father had been eaten by monsters. After Thyrus' salvation, I helped as much as I could in exchange for food. Eventually I became a shepherd, I took care of the sheep and they kept me company. The tranquility of that field was what was worth feeling. But they were only memories.
One night a rumble shook the clouds, thunder and flashes. It reminded me of that time. We were scared. Had the monsters resurfaced? Uncertainty triggered nerves we didn't even know we could have. After all, we were just souls. Until huge footsteps approached and with a bang our prison door came crashing down. Thyrus, the winged giant, was in front of me again.
— I'm sorry you were locked up because of me, I only wanted to save you. Come out, you are free.
He was bleeding and had lost an arm. He was full of soot and his voice sounded disconsolate. Someone shouted out in demand the doubt we all had, a young woman who had perhaps died in childbirth.
— How can we run away? This is supposed to be the afterlife, where would we go? We have died on earth, we are damned in heaven and in hell there are worse things.
— No. Your bodies on earth are petrified. If they leave here they will return to them. The council will not be able to touch them because they are beings of the earth. It is not their domain, I am the only bridge between the three worlds. I will put an end to the council, so that when you die again and return, no one will imprison you again. But I need time, they are too strong. Go away or they will come here, destroy your souls and with them enact the destruction of all humans. It is not fair. Just go away.
I was devastated. In fear, we left the fort one by one and soon pretended to be meteors again, but this time landing on earth. Our souls entered our bodies. It was true, they were petrified and because of the long wait we had been covered by the undergrowth. Opening our eyes felt heavy, moving hurt. But when we raised our heads we all saw it. In the sky the explosions of light and sound were frightening. A war was being waged because of us. Thyrus had escaped to free us.
An even larger meteorite landed near us, the shockwave throwing us several meters back, kicking up dust and grass. Ten-foot tall Thyrus and a green-eyed look-alike were fighting to the death. Our defender was spitting blood and had lost his sword. With his back to the ground he glared hatefully at his opponent, yet pleaded with him.
— Darcellus, give them a chance. They don't deserve this. The three species have always existed, if you eradicate one, the balance will be lost. There must be another way.
— They are already doomed, the balance was broken since the Tormens emerged to devour everything in their path. By killing them on Thenan soil, you doomed them. This is all your fault! You think killing the council will save your precious humans? Most of them aren't even human anymore.
In the distance, we watched in horror as the youngest council member, Darcellus, buried his spear in Thyrus's chest, tartly removing the wound that gurgled blue blood without pause. Thyrus' eyes bugged out and his assassin's eyes glowed with intensity, accompanied by a sneer.
It all happened so fast. I thought I had lost consciousness, but then a loud, painful hissing sound exploded in my head. When I opened my eyes, people were staring at me in terror. Hanging in my lap I had Darcellus, with his blood coming out of his mouth, his eyes wide with surprise and my hand holding him by the neck, while with the other I held near my mouth his heart previously ripped out of his chest. The metallic taste became sweet, similar to syrup. It was delicious and clouded my thoughts.
— We should have killed them when we could....
I let go of his neck and he fell limp on the ground. My body was changed. My skin was red and what had been hands were now claws. I was at least five meters tall, the trees seemed small. Little by little more humans transformed into new monsters and those that didn't, could only run. The sky began to darken, echoing the terrible omen. Darcellus was right, Thyrus had sacrificed himself for nothing and the worst thing was that I was starving. My mouth was salivating as I watched the humans run for their lives. We should have stayed as prisoners of heaven forever, I didn't understand it before. But there was no turning back now, a savage and evil instinct was taking over me with every passing second. Now I was the monster.
3000 years earlier, in the awakening of Thyrus.
The streets had been flooded with light. Monsters had been banished or destroyed from the earth. I was only a small child, but I understood that the coming of this God of peace would be what we had been begging for on our knees for so many years.
With the insurmountable reproduction of monsters for every human they devoured, the population had become too small. The first to be eaten were the elderly, too slow to move. The village had lost beloved grandfathers and grandmothers, but that had bought us time. Time that ran out too quickly.
They tried to devour as many men as possible and succeeded, there was perhaps one for every twenty women. They were ignored because they represented the reproduction of the human, without them the food source would end. Only an act full of rancor and revenge would put an end to them all, both humans and monsters. But for some it was unthinkable, even if they knew they were trapped in the predator's feeding trough. The mass suicide of all the remaining women would ensure that eventually the monsters that had come from beneath the earth would starve to death. More important was the act itself. We had become the chickens in the henhouse, whose offspring they would feed on or even feed on themselves. There was no way out.
Until a purple flash lit up everything and with a great roar from the sky came down Thyrus, the winged giant. The Tormens came out of their nests, with claws and bloody jaws ready to defeat the threat, we humans were only in the way. The screams, the blood and the chaos, it was all shocking to everyone already traumatized since the colonization had begun. Seven days later, by the time the last monstrous and pestilent Tormens was killed, we didn't know what to do. It was then that after a rest, Thyrus took human form and spoke like a king.
— People of Thenan, I am Thyrus. I have been sent as your protector to exterminate the creatures of darkness that have brought you so much devastation. This people is blessed by the beings of light. In compensation for so much suffering, from this day forward every soul that dies born on this soil will be received in heaven where the light is never extinguished. Thus they will not fear darkness even after their death.
The soil had been fertilized with blood by the slain, both human and monster. After a few months, the soil was so fertile that even the trees grew faster. With nothing to fear, everything had returned to normal as much as possible. And once a year the memorial festival was held to remember those who had lost their lives. It was logical that we should all be depressed about what had happened, but part of Thyrus' blessing had been to use his power not only to bring peace to the land, but also to our hearts. In short, we were a bit drugged by preventing sadness and any negative thoughts from invading us. That helped us survive.
I had grown up in the midst of chaos, I had seen it all. At eighty years old my end should be near, but the truth was that the land had developed its own power after so much blood spilled on it. Not only was the harvest abundant and prosperous, but it also slowed our biological deterioration, we aged very slowly. By the time I turned three hundred, my time had come.
As I had witnessed, Thyrus' promise was fulfilled. After my last breath, I ascended into the sky like a meteorite in reverse. But when I arrived, everything was different. Rows of chained souls were escorted menacingly toward an impenetrable fortress. I had just died and was above the clouds, serving time. Just trying to seek answers from our jailers earned me a beating spitting blood. But why? Wasn't I dead? How could I bleed? Eventually I understood.
The exploit of Thyrus, our savior, had not been a blessing. The Celestial council had imprisoned him upon his return. The other gods considered that humanity was already lost and the oracles foretold something terrible. The blood spilled on the land of the Tormens themselves would develop a powerful bond with the beings living around them. The process of slowing the aging of humans was associated with the infection of our own blood. In time we would become more abominable and stronger creatures than those who had nearly exterminated us. So in the eyes of the council, Thyrus had only done a wrong by intervening to save us.
When we died they would claim our souls from heaven so they could lock us up, because that kind of power, even if we didn't know how to manifest or control it, didn't die with the body alone. And if we were to descend into darkness, being surrounded by evil and powerful beings would accelerate the process of mutation, bringing catastrophe to the rest of humanity and to heaven itself.
I had two thousand years locked up with hundreds of people who believed that by dying they could rest. We did not sleep, we did not eat, we did not dream. We were souls in pain paying for other people's mistakes and unfair arguments. Sometimes I could only remember my life on Earth. I could still remember when I was a child. On good days I would manage to pay for a piece of chicken pot pie, it was a whole month's triumph. My mother had died giving birth to me and my father had been eaten by monsters. After Thyrus' salvation, I helped as much as I could in exchange for food. Eventually I became a shepherd, I took care of the sheep and they kept me company. The tranquility of that field was what was worth feeling. But they were only memories.
One night a rumble shook the clouds, thunder and flashes. It reminded me of that time. We were scared. Had the monsters resurfaced? Uncertainty triggered nerves we didn't even know we could have. After all, we were just souls. Until huge footsteps approached and with a bang our prison door came crashing down. Thyrus, the winged giant, was in front of me again.
— I'm sorry you were locked up because of me, I only wanted to save you. Come out, you are free.
He was bleeding and had lost an arm. He was full of soot and his voice sounded disconsolate. Someone shouted out in demand the doubt we all had, a young woman who had perhaps died in childbirth.
— How can we run away? This is supposed to be the afterlife, where would we go? We have died on earth, we are damned in heaven and in hell there are worse things.
— No. Your bodies on earth are petrified. If they leave here they will return to them. The council will not be able to touch them because they are beings of the earth. It is not their domain, I am the only bridge between the three worlds. I will put an end to the council, so that when you die again and return, no one will imprison you again. But I need time, they are too strong. Go away or they will come here, destroy your souls and with them enact the destruction of all humans. It is not fair. Just go away.
I was devastated. In fear, we left the fort one by one and soon pretended to be meteors again, but this time landing on earth. Our souls entered our bodies. It was true, they were petrified and because of the long wait we had been covered by the undergrowth. Opening our eyes felt heavy, moving hurt. But when we raised our heads we all saw it. In the sky the explosions of light and sound were frightening. A war was being waged because of us. Thyrus had escaped to free us.
An even larger meteorite landed near us, the shockwave throwing us several meters back, kicking up dust and grass. Ten-foot tall Thyrus and a green-eyed look-alike were fighting to the death. Our defender was spitting blood and had lost his sword. With his back to the ground he glared hatefully at his opponent, yet pleaded with him.
— Darcellus, give them a chance. They don't deserve this. The three species have always existed, if you eradicate one, the balance will be lost. There must be another way.
— They are already doomed, the balance was broken since the Tormens emerged to devour everything in their path. By killing them on Thenan soil, you doomed them. This is all your fault! You think killing the council will save your precious humans? Most of them aren't even human anymore.
In the distance, we watched in horror as the youngest council member, Darcellus, buried his spear in Thyrus's chest, tartly removing the wound that gurgled blue blood without pause. Thyrus' eyes bugged out and his assassin's eyes glowed with intensity, accompanied by a sneer.
It all happened so fast. I thought I had lost consciousness, but then a loud, painful hissing sound exploded in my head. When I opened my eyes, people were staring at me in terror. Hanging in my lap I had Darcellus, with his blood coming out of his mouth, his eyes wide with surprise and my hand holding him by the neck, while with the other I held near my mouth his heart previously ripped out of his chest. The metallic taste became sweet, similar to syrup. It was delicious and clouded my thoughts.
— We should have killed them when we could....
I let go of his neck and he fell limp on the ground. My body was changed. My skin was red and what had been hands were now claws. I was at least five meters tall, the trees seemed small. Little by little more humans transformed into new monsters and those that didn't, could only run. The sky began to darken, echoing the terrible omen. Darcellus was right, Thyrus had sacrificed himself for nothing and the worst thing was that I was starving. My mouth was salivating as I watched the humans run for their lives. We should have stayed as prisoners of heaven forever, I didn't understand it before. But there was no turning back now, a savage and evil instinct was taking over me with every passing second. Now I was the monster.
@gislandpoetic
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Increíble historia, quedé con ganas de leer más, me encantó.
Me alegra que te gustara. Muchísimas gracias por leer✨
Muy buena historia, muy interesante y con una visión muy original de representar al cielo y al infierno, a la humanidad y cómo pasamos de santos a monstruos por decisiones que consideramos correctas, esa reflexión de que a veces hay acciones que cometemos pensando en la benevolencia y resultan dañinas. Me gustaron los nombres de los personajes y el viaje de ese crecimiento de aquel niño que vivió más de 300 años.
Me quedo sin palabras cuando recibo un comentario tan bien nutrido. De verdad muchísimas gracias por tu lectura y apreciación ❤️
Waos. No se que tengo que hacer, pero waos.
Hahahahhaa